Con novedad en el Alcázar

Rajoy se dirigía a Sánchez como si llevara una diadema de esas que simulan un cuchillo clavado en la cabeza

Sigue la moción de censura en directo

Sánchez, al llegar ayer al hemiciclo EFE
Rosa Belmonte

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Rajoy se había referido así a su liquidador: « El señor Sánchez, que hoy nos acompaña… ». Pedro Sánchez había llegado a la Carrera de San Jerónimo casi deslizándose, como la marciana de «Mars Attacks!». El líder socialista explicó que había vuelto al Congreso por tres razones: por coherencia, por responsabilidad y por democracia. Y sonó a Paquita la del Barrio. Tres veces te engañé.

La primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera por placer. Mucho placer. En el propio Sánchez y en todos esos que estaban en las tribunas del público en un día de tanta expectación e incertidumbre. Juntitos, la madre de Pablo Iglesias, Julio Rodríguez, Jorge Verstrynge (colorado como una gamba de Santa Pola) y Juan Carlos Monedero (con la foto de Trotski en su iPad). Un poco más alejadas, Carmen Calvo y Cristina Narbona, cada una por su lado. Luego decimos que si el joven Arenas. Del otro bando, José Luis Martínez-Almeida , el solvente portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid, viendo cómo todo se desmoronaba. Entre los fijos, el Padre Ángel y su bufanda roja (además, Rajoy nombró a Teresa de Calcuta como ejemplo de rectitud).

Pablo Iglesias y Gabriel Rufián llegaron hechos unos pimpollos con chaqueta azul y camisa blanca. No se habían arreglado porque fuera el Corpus sino porque esperaban que fuera el día de la Gran Patada a Rajoy. Para ellos sí fue un jueves de los que relumbran más que el sol. Que tampoco tenía que salir Cospedal a contar, tras comer con Rajoy, que el único fin de la moción de censura era echar del Gobierno al Partido Popular. Y a aclarar que Rajoy no iba a dimitir, que ya quisieran («a quien extiende ese rumor le pido que deje de hacerlo. Suena demasiado a que quieren tapar la vergüenza de haber provocado esta situación»). Poco después, y ya en el hemiciclo, Rivera pidió la dimisión de Rajoy. Y elecciones.

Y también dos huevos duros, mientras Sánchez se regodeaba por haber adelantado por la derecha (o por la izquierda, yo qué sé) a Albert Rivera. Por haberse saltado los peajes llevándose las barreras por delante como ese tipo al que han detenido en Cataluña. Por haber tomado un atajo para llegar a la Moncloa antes que quien va por delante en las encuestas.

José Luis Ábalos había abierto la sesión. Eché de menos a Margarita Robles y esa forma suya de hablar como de Chip y Chop cuando llevan nueces en los mofletes. Luego, Pedro Sánchez y Rajoy empezaron a jugar a Rasca y Pica y casi hubo que pedir un tie-break. Cuando intervinieron desde el escaño ya se habían dicho de todo. Los dos leían unos folios con sólo quince o dieciséis líneas de letras muy gordas (Rajoy, para replicar, también unas cuartillas arrancadas de un bloc y pintarrajeadas a mano).

El presidente del Gobierno desplegó su oratoria y chufla habitual pese a la solemnidad del cambio de ciclo. En una de sus intervenciones, Sánchez, que llevaba corbata gris como de muñeco de torta y pronunciaba Gürtel con acento en la e y pluralidad con acento en la u, dijo a Rajoy que era él quien había activado la moción de censura. Rajoy mascaba. «¿Va a dimitir?» , preguntó Sánchez. Y Rajoy seguía mascando. Para rematar, sacó la lengua como si quisiera alcanzar la nariz. Rajoy, muy jaleado por los suyos, soltó a Sánchez: «¿Qué tendría que corregir en lo único bueno que ve en el mundo, que es usted mismo?». Rajoy, que estuvo por la mañana pero no por la tarde para escuchar las noticias del PNV (Soraya puso el bolso en su escaño), representaba al Califato Abasida en un Bagdad asediado por los mongoles. Si Méndez de Vigo habla como si fuera a caballo, Rajoy se dirigía a Sánchez como si llevara una de esas diademas que simulan un cuchillo clavado en la cabeza. Pero resistiendo. Aunque fuera dialécticamente. Era un poco «El Santuario no se rinde» y «Sin novedad en el Alcázar». Hasta que hubo novedad.

Aitor Esteban, que habla como si fuera en tractor chapado en oro, empezó su intervención riéndose de la nación española para luego anunciar el sí de sus niños. En ese momento tenía que haber sonado «Se acabó» de María Jiménez. O algo más de hoy. Quizá «Muy mal, muy mal, muy mal, malamente», de Rosalía.

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