Las dos mentiras

Pedro Sánchez quiere hacerse el dialogante pero no dar nada y los independentistas quieren hacerse los duros pero llevarse hasta la última propina

Quim Torra y Pedro Sánchez, en su encuentro en La Moncloa JAIME GARCÍA
Salvador Sostres

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Pedro Sánchez quiere hacerse el dialogante pero no dar nada y los independentistas quieren hacerse los duros pero llevarse hasta la última propina. Pedro Sánchez quiere tomarle el pelo a Quim Torra y Quim Torra quiere tomarle el pelo a los independentistas. A Pedro Sánchez le vigila Pablo Casado y a Torra le marca muy de cerca Puigdemont. Pedro Sánchez quiere ganar las elecciones gracias a que Cataluña no se vas y los independentistas quieren no perderlas por no marcharse de España.

Todo es muy cínico y muy necesitado. Hace tiempo que tanto Pedro Sánchez como Carles Puigdemont se están llevando a la boca más comida de la que pueden masticar, y los dos tienen en común que se avergüenzan ante los suyos del pacto al que a ambos querrían llegar. Puigdemont es independentista, pero negociaría una «autonomía plus» a cambio de poder volver a España aunque fuera inhabilitado («llibertat, amnistia i Estatut d’autonomia»); y Pedro Sánchez es el presidente del Gobierno pero en la más vieja tradición socialista cree en el buenismo como estrategia y estaría dispuesto a retirar los cargos por rebelión a fugados y encarcelados.

Los enviados de Puigdemont y Torra que estos días empiezan a negociar discretamente con el Gobierno aseguran que sus interlocutores les dicen que Sánchez y el ministro Grande Marlaska querrían revocar las prisiones preventivas, y que si el Fiscal General no se manifiesta en este sentido es porque ha sondeado a los fiscales y le habrían amenazado con amotinarse.

Tanto para los unos como para los otros, ganar tiempo es la mejor opción, a la espera de que algo suceda o se les ocurra una idea que pueda beneficiarles. De tanto prometer que tenían una solución, los socialistas llegaron a creerse que realmente la tenían, cuando en realidad no saben qué hacer, ni con qué apoyos. Los independentistas, de tanto decir que habían ganado y que «ya somos república», no saben cómo despertar a los suyos del espejismo y contarles que el sueño terminó y que la vida sigue igual en la autonomía.

La bilateralidad entre el Estado y la Generalitat es lo que se representa en el escenario, pero es la función menos importante. Lo que de verdad importa son los eternos equilibrios que entre bambalinas hacen los socialistas —just like so many times before— para mercadear con material radioactivo sin que les explote en las manos; así como la penúltima farsa que se inventa el catalanismo político para seguir exprimiendo la autonomía haciéndoles creer a sus huestes enardecidas que cada día están más cerca de Ítaca.

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