Nuestra Constitución, por Javier Lambán

Fue la primera en la historia de España lograda por acuerdo y no se consiguió por la imposición de alguna opción política sobre las demás

Javier Lambán, con otros presidentes autonómicos, en el acto de conmemoración de la Constitución en el Congreso EFE

Javier Lambán

Nuestra Constitución cumple cuarenta años. Mi impresión es que la base de la aceptación social y política de nuestra Constitución , desde la que se demandaba hace una década su reforma, ha mermado merced a varios factores. El primero, el modo en que algunos discursos han extendido la crítica política hacia las reglas mismas del juego. La Transición es descrita como un proceso elitista y opaco que habría dado lugar a una democracia hueca, alejada de las demandas populares. El segundo, la grave crisis territorial gestada desde el independentismo catalán, que afirma no encontrar acomodo en las libertades y prerrogativas que ofrece la Carta Magna. Y en tercer lugar, cómo no, merced a una abrasadora crisis económica que ha calcinado en poco tiempo los términos del contrato social para amplias capas de ciudadanía, que no entiende cómo en respuesta a los deberes que se le exige no recibe las contraprestaciones que cabría esperar.

En este complejo momento creo obligado engrosar las filas de la defensa de nuestra ley fundamental para decir que la Constitución española de 1978 no fue, como queda claro para cualquiera que quiera leerla, un pacto entre elites gatopardianas. No contempló ni uno solo de los principios del franquismo , y sí casi todas las demandas de la oposición.

Nuestra Constitución fue la primera en la historia de España lograda por acuerdo de las partes, la primera que no se dio por imposición de alguna opción política sobre las demás. Fue acaso la decantación de un alambicado e incierto proceso de reforma y apertura de las instituciones del Estado , en el que sobre todo hubo que aprender a escuchar y a ceder. Que haya durado cuarenta años puede tener que ver con este pequeño detalle, y también con el modo en que los protagonistas asumieron como necesaria la renuncia de parte de los postulados propios para llegar a un consenso que era ampliamente demandado por parte de la sociedad civil . Todos tuvieron que recortar sus programas de máximos para llegar a acuerdos lo suficientemente satisfactorios para todos. Y además, y eso nos debería hacer reflexionar, encontraron eso como algo bueno.

Esa Constitución es de todos. Hay un nosotros que ha vivido el período de mayor progreso material y de derechos civiles de España bajo su manto. Vengan las reformas que vengan. En el caso de Aragón nos ha permitido dotarnos de una fórmula jurídica sin igual, el Estatuto de Autonomía de Aragón, prometedora carta de aspiraciones colectivas con un amplísimo recorrido por desarrollar, que siempre será dentro de las costuras constitucionales.

Como expresión de ese compromiso adquirido hacia el valor de nuestra Carta Magna, me enorgullece como Presidente de Aragón haber podido honrar, en un acto solemne el pasado 26 de noviembre en Zaragoza, a los padres constituyentes Herrero de Miñón, Pérez Llorca y Roca i Junyent con la máxima distinción que el Gobierno de Aragón puede conceder, la Medalla de Aragón. Y mostrar de ese modo el agradecimiento que se debe a quienes pusieron un hito histórico en el camino de la convivencia democrática y plural de varias generaciones de españoles.

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