Aniceto Caneiro asestó, presuntamente, dos puñaladas a su esposa en el hospital
Aniceto Caneiro asestó, presuntamente, dos puñaladas a su esposa en el hospital - Efe

«Hago esto por no armar más líos», dejó escrito el asesino de su esposa en un hospital de Orense

El fiscal pide 39 años para el acusado de Verín que acabó con su mujer al segundo intento sin que nadie la protegiera

Madrid Actualizado: Guardar
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Aniceto Rodríguez Caneiro dejó un forro polar azul oscuro a los pies de la cama del hospital de Orense en la que acababa de matar a su mujer. En el bolsillo había una nota manuscrita en gallego: «Isabel cariño te dieron un golpe muy grande y si tú no fueras me daba a mí también y tú estás muy grave cariño y no te puedo ver así (...) Hago esto por no armar más líos». Entre las cinco y las seis de la mañana, mientras Isabel y su compañera de habitación dormían , levantó el camisón a su esposa y la apuñaló dos veces en el pecho con un cuchillo de cocina de 17 centímetros. Le desgarró el corazón.

Era 8 de mayo de 2015. El 2 de abril le había abierto la cabeza a martillazos cuando la mujer dormitaba en el sofá de su cocina. Al creerla muerta, preparó la vivienda para fingir un robo. Le salvaron la vida una vez; la segunda, nadie la protegió pese a las advertencias de la Guardia Civil. Los investigadores habían pedido que la vigilaran en el hospital por el peligro que suponía que Aniceto, principal sospechoso del primer intento, tuviera acceso a ella.

Caneiro tiene 77 años. En la prisión de Ourense espera el inminente juicio a unos días de que se cumplan dos años del crimen. El fiscal pide para él 39 años de cárcel por asesinato intentado (el primero) y consumado (el segundo), según el escrito de acusación al que ha tenido acceso ABC. La acusación particular eleva su petición hasta los 49 años. «Estoy bien, en la cárcel me cuidan mucho», le respondió a la jueza en una de sus comparecencias cuando la magistrada se interesó por su estado de salud al ver como arrastraba los pies. Después de matar a su mujer, el carnicero jubilado se apuñaló con el mismo cuchillo en el estómago, el brazo y el cuello. Sufrió un ictus y le ha quedado como secuela parálisis en la parte derecha, lentitud al caminar y cierta dificultad en el habla. Aun así la Audiencia de Ourense acaba de decidir que siga entre rejas porque persiste el riesgo de fuga. «Tiene una capacidad intelectiva suficiente y presenta simulación», recogen los informes médicos. «Las lesiones no afectan a su capacidad de comprensión, pese a pretender simular afectaciones y daños que no padece", insiste la abogada Beatriz Seijo, que representa a la familia de la víctima.

Nadie intuye siquiera por qué mató a Isabel, nueve años menor que él. «Non sei», es lo único que él balbucea. Aniceto, emigrante, carnicero y tras jubilarse dedicado a cuidar su tierra en Pazos (Verín) se casó en segundas nupcias con Isabel. La madre de ella vivía con la pareja. «Cuando murió su madre, ella se encerró mucho», contó el acusado a modo de explicación. Quienes han oído su parquedad creen que se erigió en una especie de demiurgo que decidió quitar la vida a su mujer, harto de su tristeza. Pero nadie puede confirmarlo. Otros hablan de celos. «Espero que nos incineren a los dos juntos para siempre», escribió en la nota citada aunque no resulta creíble que actuara movido por ningún sentimiento de empatía. Cuando destrozó a martillazos el cráneo de su compañera lo único que hizo fue intentar borrar su huella y mentir hasta que la Guardia Civil detectó múltiples indicios de que él era el autor.

«Abrió una venta de la galería haciendo ver que por allí había entrado el desconocido, rompió el cristal de la puerta de acceso a la cocina (...), desordenó el interior de la cocina, rompió varios maceteros de la galería, tiró cojines por el suelo y se deshizo del martillo utilizado para golpear a María Isabel (...)», describe el fiscal. Cuando preparó todo el escenario, se puso una bata de flores de su mujer, manchada de sangre, y a las 00.30 de la noche se presentó en casa de sus vecinos -con los que habían estado hasta tres horas antes- pidiendo auxilio y gritando: «Perreras, que mataron a Isabel».

Tras operar de urgencia a la víctima en el Hospital Universitario de Ourense, fue ingresada en la unidad de reanimación. Allí estuvo hasta el 29 de abril, cuando la trasladaron a la cuarta planta del centro, a la habitación 417, en la que ya nadie pudo salvarla de su asesino que la acompañaba a todas horas. Isabel estaba sondada y solo se podía comunicar con «ligeros movimientos de cabeza y apretones de mano».

El 28 de abril la jueza instructora denegó la petición de la Guardia Civil de intervenir el teléfono de Caneiro y de que la paciente permaneciera en reanimación u otro departamento fuera del alcance de su marido. Le pareció suficiente con oficiar al hospital para que le informaran a ella, al forense o a la Policía Judicial, si la paciente recuperaba la consciencia para reconocerla. «No es posible, desde un punto de vista humano, cambiar el trágico desenlace, pero es labor de los operadores jurídicos tomar decisiones tendentes a la protección de la víctima en salvaguarda de su integridad y de su vida», señala la acusación, que pide 49 años de prisión para el asesino y medidas disciplinarias para la jueza.

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