Gibraltar, historia de un saqueo (I)

ABC inicia este domingo una serie sobre uno de los capítulos más tristes de la Historia de España, Gibraltar, que el Brexit despertó esperanzas de un final feliz y puede acabar con la colonización de toda la comarca

Imagen del Peñón de Gibraltar, último territorio colonial en la UE ABC / Vídeo: Utrecht, el tratado con el que España perdió Gibraltar
José María Carrascal

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Todo empezó con lo que en aquellos tiempos, 1700, era una de las peores desgracias que podía ocurrir a un país: el Rey, Carlos II, había muerto sin descendencia. Lo que provocó una guerra no sólo civil, sino continental, sin que ninguno de los dos pretendientes fuera español: el Archiduque Carlos de Austria y Felipe de Anjou, francés, ambos eran nietos de una infanta española. El botín era apetitoso: España con su extenso imperio ultramarino .

El 1 de septiembre de 1704, una escuadra anglo-holandesa mandada por el almirante Rooke, con el príncipe de Hesse a bordo en representación del pretendiente austriaco, decide asaltar Gibraltar. Son 70 buques bien artillados contra una plaza que dispone sólo de 80 defensores, pero el gobernador, Diego Salinas, se niega a jurar fidelidad al Archiduque Carlos. Comienza el bombardeo y caen sobre el Peñón 15.000 balas de cañón. El día 4, Salinas se rinde y, ya que no acepta la autoridad del pretendiente austriaco, se permite a las autoridades y población abandonar la plaza con sus banderas y estandartes, para asentarse en la vecina localidad de San Roque, que desde entonces lleva el lema « en la que reside Gibraltar ». Una de las primeras cosas que hizo Rooke fue desplegar el pabellón inglés en vez del Archiduque.

La Guerra continuará durante años, con claro dominio del pretendiente francés, Felipe V, que se ha asentado en Madrid, hasta que el Tratado de Utrecht (1713) pone fin a las hostilidades, con España como única perdedora, ya que Inglaterra se queda con Gibraltar y Menorca, dos puntos claves en lo que sería la «ruta de la India», la joya de su imperio en Asia, incluso antes de construirse el Canal de Suez. Es imprescindible señalar varios puntos del acuerdo sobre Gibraltar para entender lo ocurrido luego: se cede la plaza «con su puerto, defensas y fortaleza para siempre sin impedimento alguno». Pero se cede sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna con el «país circundante por parte de tierra». Esta cláusula fue impuesta por los ingleses, temerosos de que los habitantes originales volvieran a sus casas pacíficamente y desvirtuaran la ocupación. Tan importante o más es que se acuerda que «si en algún tiempo a la Corona Británica le parezca conveniente dar, vender o enajenar de cualquier modo la propiedad de dicha Ciudad de Gibraltar, se dará a la Corona de España la primera opción antes que a otros». Para resumir: se cede sólo la plaza hasta sus murallas, sin jurisdicción territorial y sin comunicación por tierra, dándose a España la primera opción de recuperarla si Inglaterra decide deshacerse de ella. Algo que los ingleses han incumplido desde el primer día hasta hoy.

Lo que sigue desde entonces es un retroceso de España y un avance de la colonia británica por tierra mar y aire, resultado de que Inglaterra era entonces la primera potencia mundial que imponía su voluntad a cañonazos. España hizo lo que pudo, sola unas veces, otras con el apoyo francés, con sitios a The Rock, que los ingleses habían convertido en una fortaleza poco menos que inexpugnable, con la artillería en galerías horadadas en la Roca. Digno de señalar es el asalto de 1779, dirigido por el almirante Barceló, en el que se emplearon baterías flotantes, también sin éxito. La Batalla de Trafalgar (1805), un auténtico desastre no sólo para la flota española sino también para la francesa, pone fin a los intentos españoles de recobrar Gibraltar por la fuerza. Como consuelo, pudimos recuperar Menorca sin disparar un tiro, gracias a los problemas que tenía Inglaterra en sus colonias norteamericanas.

Pero su avance en Gibraltar se hace incontenible. Primero en el mar, no cedido, pero imponiendo que si se cedió el puerto se cedía también las aguas hasta donde alcanzase una bala de cañón, que han ido creciendo hasta que en la actualidad exigen la mitad de la Bahía de Algeciras. Luego, en tierra, convirtiendo el Istmo, tampoco cedido, en «zona neutral» y quedándose con su mitad sur de la forma más artera. Por dos veces (1815 y 1845), declarada una epidemia en la Roca, sus autoridades pidieron a las españolas que se les permitiera confinar a los infectados en barracones en dicha zona. Se accedió por pura humanidad, pero aquellos barracones hospitalarios se convirtieron en garitas militares, haciendo avanzar el perímetro de la colonia cedida en Utrecht desde las murallas de la plaza 800 metros en el Istmo, sin que sirvieran de nada las protestas españolas, pues no era cuestión de liarse a tiros con la primera potencia mundial, pero a todas luces no aprendiendo de la experiencia, visto que ocurrió dos veces. El contrabando se convierte en el entretanto en la primera industria de Gibraltar hasta el punto de que un secretario del Foreign Office cifraba «entre 80.000 y 100.000 los españoles dedicados a él». De su popularidad habla que esos contrabandistas protagonizan, con Carmen, la famosa ópera de Bizet.

Algo parecido, aunque más chusco, ocurre a finales del siglo XIX, cuando los ingleses sugieren a los españoles construir un hipódromo en su zona, dada la afición que existe por las carreras de caballos, en las que participarían. Así se hizo, con gran satisfacción de todos. Lo malo fue que precisamente sobre ese hipódromo los ingleses construyeron el aeródromo gibraltareño aprovechando nuestra Guerra Civil. Y no contentos con ello, en 1909, comenzaron la construcción de la famosa Verja, que separaba físicamente Gibraltar de España y consagraba la anexión de la mitad sur del Istmo. Esto de la Verja no les salió del todo bien porque en 1954 el general Monereo, Gobernador Militar del Campo de Gibraltar, ordenó construir una puerta española adosada a la inglesa, con la que España podía controlar la entrada en nuestro país o, dicho a la inversa, encerraba a los gibraltareños en el Peñón, algo a lo que no estaban acostumbrados. Con lo que empieza una batalla diplomática que dura hasta hoy, de la que les hablaré en el próximo capítulo. Pero pienso que queda suficientemente demostrado que el expolio inglés de España a través de su colonia fue tan largo, como profundo e ilegal.

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