Chispas

Estrategia fallida

Rajoy ha perdido la capacidad que siempre tuvo de analizar los acontecimientos con acierto

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el Congreso de los Diputados REUTERS
Curri Valenzuela

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Mariano Rajoy se lo anunció repetidamente a la dirección de su partido en las últimas reuniones de los «maitines» del lunes: en cuanto consiguiera que el Congreso le aprobara los Presupuestos se lanzaría en tromba contra Ciudadanos, en una campaña dedicada a poner de manifiesto la levedad, las incongruencias, la inmadurez de su líder. Y ya como aperitivo le lanzó la acusación de ser un «aprovechategui», de estar a la que salta, en el Pleno de la semana anterior.

« Albert Rivera se va a enterar» iban comentando los del Partido Popular, dejando caer que disponen de alguna información que compromete la honorabilidad de Ciudadanos. Y de no tenerla, se inventa. Nada más ser detenido Eduardo Zaplana el pasado lunes ya estaban difundiendo un «fake news» como la copa de un pino acusando al ex ministro de José María Aznar de simpatizar con la formación naranja ¡por haber presentado a Rivera en el Club Siglo XXI siendo presidente de este foro de debate!

Era una estrategia destinada a detener el crecimiento de Ciudadanos en las encuestas por el camino más drástico que dirigía personalmente Rajoy (quizás apoyado en Pedro Arriola ) pero que planteaba serias dudas en miembros de la dirección del PP y algún que otro ministro. «¿Quién va a salir en televisión criticando a Rivera, Martínez-Maillo y Rafael Hernando ?», se pregunta uno de éstos.

Tal como están las encuestas, el resto de los populares con ambiciones políticas se dividen en dos clases: los que ya están gobernando con Ciudadanos y los que aspiran a hacerlo en el futuro. Ninguno de ellos se va a hacer el harakiri por mucho que se lo mande un presidente del Gobierno que probablemente no volverá a ser candidato a nada más el resto de su vida.

Vista desde La Moncloa, la estrategia no podía fallar porque estaba basada en el sólido apoyo de Pedro Sánchez , ese hombre de Estado, quien lo iba a decir, convertido en el mejor interlocutor del presidente del Gobierno de los últimos meses, su compañero de fatigas en la lucha política por detener el independentismo catalán. Dispuesto ahora, por culpa de las malditas encuestas, a practicar una pinza contra Rivera para evitar el derrumbe del bipartidismo. Incluso a firmar una serie de pactos de Estado entre ambos de los que quedaría excluida la formación emergente. Un acuerdo que se visualizó hace dos semanas con las visitas de Sánchez y Rivera para hablar de la extensión del 155. Rajoy recibió al primero en la puerta del palacio, al segundo en un pasillo.

Apuesto que después de que el líder del PSOE le haya presentado una moción de censura, el presidente del Gobierno no le va a recibir más y que de ser preciso enviará su coche oficial a recoger a Rivera a domicilio. Pero protocolos aparte, la moraleja de esta estrategia fallida revela que, por lo que sea, Rajoy ha perdido la capacidad que siempre tuvo de analizar los acontecimientos con acierto. Se le ha escapado la importancia de la sentencia de Gürtel y ha confiado en el político español menos de fiar.

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