Las doce sillas de Isabel

Por una curiosa paradoja del destino, esas sillas parecen haber estado aguardando siglo y medio a los independentistas que se sientan en el banquillo

Pedro García Cuartango

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De las pocas cosas que se salvaron del Palacio de las Salesas cuando ardió en 1915 se conservan todavía una mesa, dos bargueños de marquetería, un sillón y doce sillas que Isabel II había donado al Supremo cuando estaba en el edificio de los Consejos.

Dice la leyenda que la reina se negó a pagar el precio que le exigía el fabricante catalán, llamado Manuel Pérez, al que había encargado el mobiliario. Pérez se comprometió a que fueran piezas talladas a mano por los mejores ebanistas, incluido un carpintero ruso de gran habilidad.

La factura fue tan astronómica que un tribunal dio la razón a la reina, que se quedó con el trabajo con una rebaja de casi la mitad de lo que exigía el suministrador. La mesa, los bargueños, el sillón y un par de sillas -verdaderas joyas de un valor incalculable- están hoy en el despacho de Carlos Lesmes, presidente del Supremo, y el resto están diseminadas por el Palacio de las Salesas.

Todo esto es historia, pero no deja de ser una casualidad llamativa que esas doce sillas sobrevivieran al incendio y a la reconstrucción de este edificio, al que se trasladó el Supremo poco después de la abdicación de Isabel II.

Por curiosas paradojas del destino, podría decirse que esas doce sillas han estado aguardando durante más de siglo y medio a los doce líderes independentistas que se sientan en el banquillo. Podríamos imaginar que fueron hechas para ellos si creyéramos en el poder mágico de los números al que aludía Pitágoras.

Si Pirandello hablaba de seis personajes en busca de un autor, estas doce sillas -algunas de ellas al otro lado del tabique donde se celebra el juicio- parecen haber estado esperando a estos doce acusados que metafóricamente buscan un lugar donde ubicarse en el proceso.

Todo indica que Oriol Junqueras ha hallado su silla desde el primer día: la del líder que expresa con su actitud la estoica aceptación de una condena que parece haber asumido. Por el contrario, Carme Forcadell pretende salvarse con el argumento de que el procés era una broma sin consecuencias. Su silla sería liviana si convence a los jueces.

La suerte de Turull, Romeva y Rull va ligada a la de Junqueras porque eran colaboradores directos, mientras que Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, integrantes de la llamada trama civil, toman distancia de sus compañeros. Ayer hacían expresivos gestos de negación cuando un inspector de la policía judicial les acusó de haber participado en la reunión donde se decidió que Puigdemont fuera presidente. Podría decirse que ambos no tienen claro en qué silla sentarse. Caso distinto es el de Forn, que era el responsable político de los Mossos y cuya defensa se ha esforzado en apartarle del resto, argumentando que nunca se opuso al mandato de los jueces, aunque la declaración de Trapero le incrimina.

Como la leyenda se impone siempre a la realidad, en palabras de Dutton Peabody antes de ser masacrado por Liberty Valance, las sillas seguirán ahí para recordarnos que la Justicia tarde o temprano alcanza a quien quiere escapar de ella.

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