Manuel Marín - Análisis

Democracia real

Manuel Marín
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hace tiempo que Podemos trata de maquillar su crisis de credibilidad populista alegando discrepancias ideológicas elevadas a meros matices y palabrería hueca. Pero no es así. La ruptura en Podemos se basa en una estricta lucha de poder interno y odios personales surgidos precisamente de su imbricación en la «casta» privilegiada que decían aborrecer. Pablo Iglesias e Íñigo Errejón rompieron su simbiosis hace un año, cuando el primero forzó a su partido a despreciar a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, y el segundo veía en el aval a su investidura un seguro de vida.

Iglesias y Errejón provienen de la misma concepción rancia de un comunismo extremo como herramienta de movilización popular basada en la indignación social, el hartazgo de los abusos de la política tradicional y la revocación del sistema constitucional.

Sus planteamientos para la erradicación del Estado de Derecho tal y como lo conocemos desde 1978 son idénticos, y su odio a la derecha es tan cerval como común. La diferencia es que los dos quieren dirigir Podemos. Iglesias, para culminar su proceso estratégico de destrucción del PSOE –algo a lo que muchos socialistas confiados en Pedro Sánchez han ayudado con una ingenuidad alarmante-; y Errejón, para entremezclarse con el paisaje porque a fin de cuentas el sistema no es tan malo como siempre lo dibujó.

A partir de ahí, la persecución del discrepante, la purga del disidente, y la estigmatización de quien se atreva a rechazar el pensamiento único implantado férreamente o mediante la coacción, se convirtieron en el frontispicio de Podemos. Hoy, la ruptura es total. Ambos podrán alcanzar acuerdos basados en la estricta supervivencia, pero el rumbo tomado por Podemos deriva hacia lo caótico. Nadie en Podemos es socialdemócrata y a Errejón le queda grande esa camiseta. Salvo una evolución intelectual de récord rayana en la conversión, no es creíble que el ideólogo del levantamiento asambleario ciudadano contra el sistema y la democracia más putrefacta se haya convertido por ensalmo, en solo un año, en un pragmático del socialismo constructivo.

Tampoco lo es que Iglesias domine Podemos como creía. El mesianismo como fórmula caduca y el control de cien mil militantes no son extrapolables a la fidelidad eterna de cinco millones de votantes. Todo evoluciona. En Podemos, hasta los anticapitalistas conocen ya la mullida suavidad de tacto del escaño. Se trata de perseverar en el engaño limitándose cuotas de poder e influencia unos a otros. Como toda la vida. Bienvenidos a la democracia real.

Ver los comentarios