Manuel Marín

El cuarto mosquetero

Manuel Marín
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No debería pasar inadvertido el pronóstico hecho por el presidente de la gestora socialista, Javier Fernández, de que habrá más aspirantes a liderar el PSOE que Patxi López, Susana Díaz o Pedro Sánchez, si finalmente el exsecretario general es capaz de rearmarse anímicamente del síndrome del olvido y consigue librarse de la daga clavada por sus incondicionales. Cuando lo lógico en el ideario colectivo es que solo contaran con opciones realistas Díaz, López o Sánchez, las advertencias y temores de un cisma en mayo son tan certeros y alarmantes, que podrían provocar la emergencia de una cuarta vía ajena a conflictos orgánicos, traiciones de familia y vendettas inesperadas.

La teoría de un «bloqueo mutuo» a tres bandas –ideológico, programático, personal…- puede favorecer una cuarta opción aún inédita, ajena al desgaste y a las etiquetas de líder fracasado, vetado, rebelde, traidor u oportunista con la que los dirigentes socialistas con ambiciones se increpan unos a otros.

Lo peor para el militante es la sensación de que ya nada en esta cruenta guerra será pacífico, nadie será generoso y el triunfador lo será con una mayoría exigua enfocada a una fractura inevitable. La gestora ha fracasado en su intento de promover una candidatura de unidad que siempre fue imposible.

Otro factor que añadirá incertidumbre a este convulso proceso de refundación socialista será el amplio margen de error que ofrezca cada cálculo de fuerzas. Ya no será posible hacer cábalas con unas primarias descontroladas por el «aparato». Antes, la fortaleza de cada líder territorial en sus direcciones provinciales caía en cascada como un mandato imperativo sobre el militante, y era posible calcular cuántos delegados de una autonomía apoyarían militarmente una opción y cuántos de otra la contraria. Hoy el cálculo solo puede hacerse grosso modo y con una enorme inseguridad. Porque aun en el extraño supuesto de que todos los militantes andaluces apoyaran a Susana Díaz, los de Madrid, por ejemplo, están tan profundamente divididos que ya resulta complejo jugar con cartas marcadas.

De cualquier modo, Sánchez no cuenta hoy ni con apoyos fácticos ni con infraestructura emocional. Se le vislumbra como una romántica apuesta de una izquierda radicalizada ya pasada, cuyos errores y sectarismo rompieron el partido. Ahora, Patxi López se ha apropiado de su herencia sin mostrar ningún escrúpulo y lo ha abandonado a bajo cero y sin complejo alguno de deslealtad. Es solo poder. A la espera de un cuarto mosquetero con ímpetu, solo queda Díaz. Pero su inquietante manejo de los tiempos y su desesperante paciencia empiezan a generar más irritación que expectativas.

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