Cifuentes: «El populismo ya no es una amenaza, es una realidad dañina»

Cristina Cifuentes, haciendo gala a las palabras con las que Braulio Díaz Sampedro, director del curso de verano de la UCM al que ha acudido en El Escorial, se refiere a ella, ha demostrado ser una «política de raza, de esas que dicen las cosas como las piensan, sin llevar un discurso preestablecido».

Por eso, huyendo de lo políticamente correcto a puesto cara a lo que ella juzga como «amenaza», al populismo. Para evitarlo, incide en la necesidad de continuar con aquello en lo que los ciudadanos han apostado en las urnas, por «los partidos moderados» como el PP, y no por «radicales», que han surgido como consecuencia de las crisis sufridas tanto en España como en Europa. A su juicio, problemas como la crisis económica, la corrupción o la cohesión social han provocado una reacción, «que ha tomado la forma del populismo en su múltiples facetas, desde la eurofobia de los británicos con el Brexit al auge de la extrema derecha francesa o el neocomunismo de Podemos».

«El populismo ya no es una amenaza, es una realidad dañina. Una realidad que va a sacar a Reino Unido de la Unión Europea y que en Madrid ha supuesto la pérdida de 160.000 puestos de trabajo por la paralización de la inversión», ha sentenciado la presidente del PP en la Comunidad de Madrid.

Y como solución a esos «problemas«, para la dirigente popular esas opciones moderadas permiten «neutralizar y frenar esa demagogia que promueve, por ejemplo, Unidos Podemos». Ejemplifica el consenso que pide al resto de colegas políticos con el acuerdo «beneficioso» al que llegaron con Ciudadanos para gobernar en minoría en la Comunidad de Madrid, un guiño velado en plenas negociaciones para investir al presidente del Gobierno.

En el marco del curso en el que interviene en el Palacio de los Infantes de El Escorial, Cifuentes critica a los que, «como un mantra», repiten sin cesar la necesidad de reformar la Constitución y coincide con Bieito Rubido en que se puede «reformar, pero explicando para qué y a dónde se pretende llegar con esas reformas». En este sentido considera que conviene revisar, por ejemplo, los artículos referidos a «la igualdad entre hombres y mujeres en la sucesión, la inclusión de los nombres de las Comunidades Autónomas en la CE o la reforma del Senado».

Rechaza «hacer trajes a medida para beneficiar solo a alguno» y desmantela el discurso de la obsolescencia de la Ley Electoral recordando que en 1933 España tuvo una sistema proporcional puro «que daba mayor cabida a minorías y que se tradujo en inestabilidad política», de ahí que en la Transición se optase, a través del consenso, por el sistema proporcional corregido.