Atraco de película con tiros, un guardia herido, rehenes y el suicidio de un asaltante

El delincuente que se quitó la vida gritó: «¡No quiero volver a la cárcel!»

La Guardia Civil irrumpe en la oficina atracada EFE
Pablo Muñoz

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Nueve y 11 minutos de la mañana de ayer. Cangas de Onís (Asturias). Una llamada en el 112 alerta de que hay un atraco en la oficina bancaria de Liberbank, en el centro de la localidad... Comienzan así más de tres horas de tensión en las que hubo tiroteo, un guardia civil herido, rehenes y el suicidio de uno del asaltante que los mantenía retenidos y que de ninguna de las maneras quería volver a prisión. «Fue de película» comentaban después aliviados algunos vecinos.

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Minutos después de las nueve de la mañana dos individuos armados y vestidos con monos de trabajo irrumpían en la sucursal, situada en la confluencia de la avenida Covadonga con Conde Peñalver. Van a cara descubierta y tienen acento español. Segundos después, una clienta que iba a entrar en la oficina se da cuenta de lo que ocurre. Reacciona de inmediato y llama al teléfono de emergencias 112. La Guardia Civil activa sus patrullas de servicio y en un par de minutos llegan al lugar de los hechos, precisamente en el momento en el que los delincuentes abandonan el local.

Tiroteo

Los atracadores no estaban dispuestos a ser detenidos y abren fuego contra los agentes, que repelen la agresión. Uno de éstos resulta herido de bala en el hombro derecho, de carácter leve. En cuanto le atienden de sus heridas en el Hospital de Arriondas el guardia vuelve con sus compañeros. La refriega acaba además con la detención de uno los asaltantes, que al verse perdido atiende las órdenes y se tumba boca abajo sobre la acera. Los guardias civiles le obligan a arrastrarse unos metros para que aleje de la puerta y puedan hacerse cargo de él sin correr peligro. El segundo criminal retrocede sobre sus paso, se refugia en la sucursal y se hace fuerte con tres rehenes. Algún proyectil entra por la luna de un comercio. La tensión es máxima.

Numerosos vecinos presencian la escena. Entre ellos, los clientes de la cafetería La Golosa, situada justo enfrente de la entidad. Allí está la directora, que ha salido a tomar un café. La Guardia Civil ordena a todos que permanezcan dentro del local, lo mismo que los vecinos... Los transeúntes, por su parte, intentan refugiarse en alguno de los portales: «¡Hay tiros! ¡Dejadnos entrar en el portal», piden angustiados. La idea es que no haya nadie en el ángulo de tiro del atracador. Muchas persianas están bajadas.

Al dispositivo de cierre de la zona se unen agentes de varias especialidades –seguridad ciudadana, Policía Judicial, Científica y un helicóptero del Cuerpo–, a la espera de que llegue un negociador de la Comandancia de Gijón. También acuden agentes que ni siquiera están de servicio para colaborar y familiares de los cautivos, que en todo momento son atendidos por la Guardia Civil. Eso evita escenas de pánico y, sobre todo, permite a los profesionales trabajar con tranquilidad.

La prioridad del negociador, que llega en torno a las diez y media, es establecer contacto con el secuestrador. Lo hace por teléfono. Le hace ver que no tiene ninguna posibilidad de huir, que la situación se puede resolver de forma pacífica y que eso redundará en una condena menor. Poco a poco, se gana su confianza.

La idea es ganar tiempo, persuadir al atracador de que lo mejor para todos es que libere a los rehenes y se entregue. Por supuesto, se le garantiza que no va a sufrir ningún daño físico. Son conversaciones que se mantienen a lo largo de mucho tiempo, de horas. No hay prisa alguna, porque cualquier presión inapropiada sobre el delincuente puede desencadenar en él una reacción imprevista. Y además, el negociador puede conocer mejor con quién se enfrenta, tanto porque se gana su confianza como porque recibe información de él que le suministran sus compañeros.

«No quiero volver a prisión»

En realidad, no hay negociación como tal, porque el atrincherado no pide nada en particular para entregarse. Solo insiste una y otra vez en que «no quiero volver a la cárcel, no quiero volver». Había salido de prisión hacía poco y de ninguna manera quería regresar a un centro penitenciario. Eso explicaría también su reacción al encontrarse con la Guardia Civil.

Pasadas las doce del mediodía el optimismo es generalizado porque el secuestrador accede a liberar a los rehenes y todo indica que se va a entregar después. Pide unos minutos para cumplir su palabra. A las 12:12, en efecto, los tres rehenes, dos mujeres y un hombre, salen de la sucursal sin daño alguno. Han pasado momentos de enorme angustia y aunque se encuentran bien lo aconsejable es trasladarlos a un centro sanitario para que sean examinados. «Ha sido un auténtico sinvivir; lo único que queremos es llegar a casa», comentan a una periodista de El Comercio que siguió la crisis desde el lugar de los hechos.

Aplausos a la Guardia Civil

La sorpresa, terrible, llegó pocos segundos después de la feliz liberación. El hombre, obsesionado con la idea de no volver a prisión se descerraja un tiro de pistola en la cabeza. Guardias civiles y equipos sanitarios entran en la sucursal para socorrerlo, pero la herida es mortal.

La conmoción en los vecinos es importante. Han seguido al minuto los acontecimientos a través de los medios de comunicación. Los agentes desplegados comienzan a volver a sus bases. Los ciudadanos rompen en aplausos para agradecerles el trabajo que han realizado. Vuelve la calma.

El atracador muerto salvó a un niño de 12 años

Juan Carlos Sahagún, de 59 años, fue el atracador que acabó suicidándose para no volver a prisión. Pese a acumular un largo historial delicitivo, entre ellos un atraco en 2011 al Hospital San Juan de Dios de Palencia, donde también tomó rehenes, fue un héroe en su infancia.

El 6 de junio de 1970, con 12 años, se arrojó a las aguas del Ebro a su paso por Miranda (Burgos), para salvar a dos hermanos de 11 y 3 años de morir ahogados. ABC daba cuenta en su edición del 25 de agosto de 1970 de su heroicidad, más aún cuando «las personas mayores que se encontraban en las márgenes permanecieron pasivas durante todo el salvamento». Por ello fue reconocido con uno de los premios de la «Operación Plus Ultra» y recibido por el Papa Pablo VI en Roma y la Reina Fabiola en Bruselas. También recibió una beca de estudios e hizo un viaje por varias provincias.

Extracto de una página del diario ABC del 25 de agosto de 1970 ABC
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