Un agente del CNI caído en Irak: «¡Madre, nos están matando!»

La madre del comandante Baró, uno de los siete agentes del CNI muertos en Irak, recibió una angustiosa llamada de auxilio de su hijo desde Latifiya, en plena emboscada. Fue hace ahora 15 años. ABC reconstruye los hechos y revela, con fuentes de Inteligencia, los errores que se pudieron cometer entonces y las lecciones aprendidas de la tragedia

El comandante Baró en un ejercicio de tiro días antes de morir en la emboscada de Latifiya ABC

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«Maldito el país que no honra a sus héroes», reflexiona en voz alta un hombre que se ha jugado literalmente el pellejo muchas veces por defender el Estado de Derecho; «la nación no puede olvidar a los hijos que dieron su vida por ella », añade un veterano de los servicios de Inteligencia con experiencia en misiones en el exterior. Se han cumplido quince años de la emboscada de Latifiya (Irak) en la que murieron siete de los mejores agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y el aniversario ha pasado inadvertido.

Carlos Baró Ollero, comandante de Infantería; Alberto Martínez González, comandante de Caballería; Alfonso Vega Calvo, brigada de Infantería; Luis Ignacio Zanón Tarazona, sargento primero del Cuerpo de Telegrafistas del Ejército del Aire; José Lucas Egea, brigada de Caballería; José Ramón Merino Olivera, comandante de Infantería y José Carlos Rodríguez Pérez, comandante de Infantería. Nombres y apellidos de la peor tragedia sufrida por los servicios de Inteligencia españoles. El suboficial José Manuel Sánchez Riera fue el único superviviente. ¿Se pudo evitar aquello?

Hay que situarse en 2003, cuando el Gobierno de José María Aznar decide unirse a la Fuerza Multinacional en Irak que intentaba imponer la paz en un país sumido en la anarquía tras la caída de Sadam Husein. Fueron enviados 1.300 militares , que se integraron en la Brigada Multinacional Plus Ultra, liderada por nuestro país. En Bagdad trabajaba una «antena» del CNI, con dos agentes permanentes, pero se decidió enviar a cuatro más, para cubrir Nayaf y Diwaniya, donde se había desplegado nuestro Ejército. La misión militar, según se insistía desde el Ejecutivo, era «dar estabilidad y seguridad» a esas zonas. Fue el primer error fatal, porque en realidad íbamos a una auténtica guerra...

Algunos de los agentes del CNI que sufrieron la emboscada de Latifiya

Los agentes de Inteligencia debían, por una parte, obtener información para garantizar la seguridad de nuestras tropas, y por otra dar cuenta a Madrid de la marcha de los proyectos en los que participaba España en ese país.

Con la perspectiva del tiempo, el segundo error fue de origen, tanto de las Fuerzas Armadas como de los servicios de Inteligencia. Las primeras llegaron con el «síndrome de Bosnia», fruto de su experiencia en la antigua Yugoslavia , donde hicieron un trabajo de interposición y de mantenimiento de la paz, imposible entonces en un país como Irak; los segundos, con el «síndrome del País Vasco»y su idea de mantener los mismos protocolos que seguían allí y en el sur de Francia.

Los agentes del CNI, todos de la División de Apoyo Operativo (DAO), la élite del servicio, fueron con la idea de «montar un piso fuera de la base, pasar inadvertidos e ir introduciéndose luego en la sociedad iraquí para captar información . Lo de siempre. Muy pronto se dieron cuenta de que aquella forma de actuar era imposible en Irak, y se resignaron a instalarse en el cuartel general de los españoles en Nayaf y Diwaniya. Su rutina, a partir de ese momento, era salir del cuartel temprano, regresar sobre las cinco y a esa hora comenzar a redactar sus informes de Inteligencia, que acababan en Presidencia del Gobierno.

Error de lectura

El tercer error fue no hacer una lectura correcta del asesinato que se produjo el 9 de octubre -un mes y 20 días antes de la emboscada de Latifiya- del también agente del CNI José Antonio Bernal, sargento primero del Ejército del Aire destinado en Bagdad de forma permanente. Fue en su casa del barrio bagdadí de Al Mansur, cerca de la Embajada española. Un individuo llamó a su puerta, él la abrió confiado y antes de que pudiera reaccionar recibió un balazo en la cabeza... Bernal estaba destinado en la capital de Irak, tenía buenas relaciones con los servicios de inteligencia de Sadam Husein y había conseguido fuentes propias. «Probablemente bajó la guardia -señalan las fuentes de Inteligencia consultadas- y desde luego estaba marcado. El CNI debió comprender que aquello era un castigo por la posición española en Irak y actuar en consecuencia, pero se interpretó mal».

Los cuerpos de los agentes españoles, en el lugar de la emboscada ABC

Tras una primera etapa de toma de contacto en Irak, el comandante de Infantería y agente del servicio de Inteligencia Carlos Baró, destinado en Diwaniya, comenzó a enviar informes a Madrid en los que exponía que los servicios españoles tenían que dejar de trabajar conforme estaban acostumbrados en otros escenarios y era necesario hacer equipos conjuntos con los militares de Operaciones Especiales que se encargaran de su seguridad. Sabía de lo que hablaba porque él mismo tenía esa especialidad, y además reforzaba su tesis con una realidad palpable: el MI-6 británico actuaba con ese protocolo.

De hecho, Baró comenzó a actuar con ese paraguas que le proporcionaban sus compañeros de Operaciones Especiales -a una de ellas corresponde la fotografía inédita con un jeque iraquí y su familia-, pero aun así insistía en reclamar a sus superiores vehículos blindados para él y sus compañeros, independientemente del apoyo militar que pudieran recibir.

La emboscada de Latifiya provocó el cambio de los protocolos del CNI en misiones en zonas de guerra. Hasta 2013 hubo equipos conjuntos con militares

Hasta la emboscada de Latifiya, los agentes del CNI se desplazaban a bordo de todoterrenos que alquilaban en Kuwait, por tanto fácilmente reconocibles como extranjeros por los iraquíes. Por si fuera poco, el blindaje de los vehículos brillaba por su ausencia.

En esas condiciones de trabajo se iba a producir el relevo del primer equipo del CNI desplazado a la zona. El 29 de diciembre ocho espías españoles - los cuatro del primer contingente y otros tantos que los iban a sustituir en pocas horas- habían empleado la mañana en recorrer algunas de las instalaciones de la coalición internacional en Bagdad. Formaba parte del viaje de reconocimiento previo del terreno en el que los veteranos instruían a sus compañeros de las particularidades de la misión. A las 14.30 (hora local) deciden emprender viaje de regreso a las bases de Diwaniya y Nayaf.

El viaje era problemático, y aunque en principio dos todoterrenos de un país extranjero juntos y ocupados por cuatro personas cada uno podían llamar mucho la atención -sin contar con el hecho de que en caso de ataque todos podrían caer bajo fuego enemigo- decidieron emprender el viaje a la vez y por la misma ruta, la Jackson.

Tampoco se tomó la precaución de tener concertadas comunicaciones con las tropas de la coalición internacional que estuvieran más cerca de cada punto intermedio , de modo que ante cualquier problema su capacidad de respuesta fuera inmediata. Apenas contaba cada coche con un teléfono vía satélite para comunicar incidencias. Por supuesto, no se previó que un convoy militar de Operaciones Especiales custodiara la caravana, y el armamento del que disponían los agentes, pistolas ametralladoras, era insuficiente para repeler un ataque de envergadura...

Hasta la última gota...

A las 15.22 se desató el infierno. Un Cadillac blanco, con información de primera mano -hubo una delación- se coloca detrás de los todoterrenos de los agentes y sus ocupantes comenzaron a disparar con Kalashnikov. Los dos conductores resultaron muertos casi en el acto, pero el brigada Alfonso Vega, conductor de Baró, aún tuvo fuerzas para detener el vehículo en zona segura. Segundos después, murió.

A partir de ahí, el infierno. La crónica completa -y el resultado- es ya conocida, pero hay detalles que estremecen. Baró no es capaz de hablar con Base España; lo hace dos veces con el CNI . Consigue localizar a su madre: «Nos están matando», le dice. En ninguna comunicación puede transmitir sus coordenadas. El mismo Baró es el que ordena al único superviviente, el sargento primero Sánchez, que se fuese de allí para buscar ayuda. Sale vivo de milagro, por el gesto de un notable que le dio un beso y pudo escapar en un vehículo. Baró pudo ponerse a salvo, pero no quiso. Al día siguiente, alrededor de su cadáver se encontraron decenas de casquillos; su cuerpo tenía numerosos impactos. Habían luchado hasta el final. Derramaron hasta la última gota de su sangre. Lo habían jurado, y lo cumplieron.

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