Protestas en Albania en 1997 tras la rebelión que casi acaba con el Estado
Protestas en Albania en 1997 tras la rebelión que casi acaba con el Estado - REUTERS

Cataluña independiente: ¿una «Albania del siglo XXI»?

Felipe González, entre otros, ha comparado el aislacionismo que viviría la hipotética Cataluña independiente con el que fuera el país más hermético de Europa

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«Una Cataluña independiente saldría fuera de la UE. Perdería también las enormes ventajas de todo tipo que le reporta formar parte de España desde siempre, hasta el punto de que se convertiría en una nueva Albania a la deriva». Luis Ventoso analizaba así el desafío secesionista de Artur Mas en su columna del 31 de agosto titulada «Bienvenido al club». La invitación de «bienvenida» era para Felipe González, que el día anterior publicaba en el diario 'El País' una carta que decía: «¿Cómo es posible que se quiera llevar al pueblo catalán al aislamiento, a una especie de Albania del siglo XXI? El señor Mas engaña a los independentistas». Palabras que como argumentó Luis Ventoso: «Suscriben todo lo que ha venido diciendo ABC durante la crecida de Mas.

Por momentos, asombra la similitud de algunas expresiones. ¡Bienvenido al club! El club del patriotismo democrático, el sentido común y el Estado de derecho

La comparación con el antiguo estado comunista, el más aislado en la Europa del siglo XX, no es nuevo. Y poco tiene que ver con la ideología. La independencia que los líderes albaneses buscaban les llevaron a un hermetismo que les arrastró a la soledad más absoluta.

«Comeremos hierba si es necesario, pero no perderemos nuestra independencia». El lema de Enver Hoxha, el que fuera tirano dictador de la Albania comunista durante 41 años –diez como primer ministro y el resto simplemente como «dirigente»– marcó la pauta de lo que fue su eterno mandato: conseguir una Albania independiente costase lo que costase. Para ello no dudó en renegar de Estados Unidos, como marcaba la lógica comunista, pero también en romper con la URSS cuando Kruschev desmontaba la etapa de Stalin o alejarse de sus «700 millones de aliados chinos» tras la muerte de Mao y la caída de la «Banda de los Cuatro». Pragmático y estalinista ortodoxo hasta el final, Hoxha logró que Albania fuera considerado el país más hermético, aislado y pobre de Europa. La independencia para él tenía un precio que no dudó en pagar… Y que acabaron pagando sus ciudadanos.

El sueño de la Albania comunista comenzó en la trastienda del estanco que Hoxha regentó después de sus viajes por Europa y sus primeros coqueteos con el comunismo. En tan solo cuatro años, desde que rodeado de tabacos fundara el Partido del Trabajo de Albania, alcanzó el poder bajo el paraguas de Stalin tras la expulsión de las fuerzas del Eje en 1944. A partir de ahí comenzó lo habitual en tantos otros países de la órbita soviética: purgas, hambre y el PIB más bajo de toda Europa.

Volviendo a la frase inicial de Hoxa, otra analogía. Esta vez de la boca del candidato popular Xavier García-Albiol: «La independencia no da de comer a los 500.000 parados catalanes; la instalación de nuevas empresas, sí». La salida del euro y la consiguiente pérdida de peso en el mercado internacional es algo que ya advirtió David Cameron durante la reunión del pasado 4 de septiembre con Mariano Rajoy: «Si una parte de un estado declara la secesión, ya no forma parte de la Unión Europea. [...] Tiene que hacer cola para volver a entrar detrás de otros países candidatos».

Así era la vida en la aislada Albania

El sueño de grandeza de Enver Hoxa acabó condenando a su pueblo al aislacionismo total. Solos, sin el apoyo de sus aliados naturales e ignorado por sus enemigos tradicionales, el «arquitecto de la nueva Albania» logró la independencia para gestionar su país que tanto ansiaba, sin ningún tipo de interferencia extranjera.

Más allá del paralelismo con la situación de aislamiento que padecería Cataluña si se separa del resto de España que muchos han comentado, lo cierto es que bien merece la pena hacer un viaje por la historia para recordar las penurias del extraño régimen de Hoxa.

Lo primero que se recuerda siempre de Albania es que fue el primer país en declararse oficialmente ateo. Fue en 1967 cuando Hoxa «extirpó» a Dios de la vida de los albaneses. Iglesias y mezquitas fueron clausuradas, muchas de ellas reconvertidas en otros centros, como la célebre catedral de Shkoder que se convirtió en un pabellón de baloncesto. Ciudad en la que además se ubicó el primer museo dedicado al ateísmo. Un museo que por otra parte, como contó el cronista de ABC que lo visitó, no había realmente « nada destacable o memorable».

El 11 de abril de 1985 murió Enver Hoxa, el arquitecto de la nueva Albania, y con él cayó el sistema. Pese a que su sucesor anunciase que «los albaneses no se reconciliarán nunca con el imperialismo americano, ni con el socialimperialismo soviético», lo cierto es que en cuanto los albaneses pudieron hablar por ellos mismos y no por boca de sus dirigentes dijeron lo contrario. Pidieron integrarse en Europa. El sueño de continuar el legado de Hoxa apenas duró meses. En septiembre del 86, Albania y España establecieron por primera vez «relaciones diplomáticas plenas» y el contacto con otros países ya había comenzado. Ramiz Alia dijo entonces que «Albania es Europa». El aislacionismo de Hoxa estaba enterrado.

El 23 de marzo de 1992 el Partido Democrático de Albania venció en las elecciones. Su líder, Sali Berisha, lo anunció como «el final de la larga y cruel noche, el amanecer para la nación albanesa», según recogió Hermann Tertsch en la crónica que escribió en El País.

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