Todas las profesiones y los profesionales son «digitalizables»

Aprovechar estas transformaciones puede eliminar muchos puestos de trabajo, por lo que será obligado crear un mapa de riesgos que identifique el potencial de la automatización

Un ejemplo de robot-policía en la ciudad de Dubai AFP

Carlos Balado (Periodista y sociólogo industrial)

En la mayor parte de los análisis sobre el futuro del trabajo y de las profesiones se asegura que la digitalización proporcionará aumentos de productividad y crecimiento económico. Sin embargo, lo cierto es que no se han materializado, no existen previsiones fiables al respecto, pero todas las profesiones sin excepción están amenazadas por la reconversión y transformación en marcha. Hasta los profesionales más entusiastas de estos avances, incluso las élites, se verán sorprendidos por esos impactos.

Tras esta promesa de nuevas oportunidades subyacen aspectos sustanciales a los que se les presta poca atención, como la aprobación normativa sobre esta materia o la reacción de los usuarios, pero es fundamental hacerlo porque las personas se pueden sentir incómodas en un nuevo mundo donde las máquinas reemplazan la interacción humana, incluso en situaciones de la vida personal como en un hospital.

Aunque pocas profesiones son hoy totalmente automatizables, el 60 por ciento de todas ellas tienen por lo menos un 30 por ciento de actividades que sí son susceptibles de digitalizarse . Incluso un 20 por ciento de las actividades del 73 por ciento de los presidentes ejecutivos de las empresas se pueden automatizar, y alrededor de un 25 por ciento del trabajo de los altos ejecutivos, también. En Europa, el equivalente a 54 millones de empleados a tiempo completo o 1.700 millones de euros en salarios están asociados con actividades realizables de forma automática en países como Francia, Alemania, Italia, España y Reino Unido.

El valor de los beneficios potenciales, calculados como porcentaje de los gastos operativos que proporcionarían estos procesos, va del 10 al 15 por ciento para los servicios de urgencias hospitalarias, un 25 por ciento para el mantenimiento de aeronaves y más del 90 por ciento para la creación de hipotecas.

Hace muy poco tiempo los profesionales se relacionaban de tres maneras: cara a cara, por escrito y por teléfono. Tradicionalmente, el conocimiento práctico se conservaba en la cabeza de las personas, los libros de texto y los archivos; hoy, las opciones han aumentado y, desde el correo electrónico hasta la telepresencia, desde los mensajes de texto hasta las redes sociales, desde los chats en tiempo real hasta la colaboración por Internet, se han hecho imprescindibles.

Por tanto, el conocimiento se maneja, comparte y reutiliza de forma distinta y todas las profesiones han perdido la hegemonía en la creación, uso y difusión del conocimiento. Eric Topol dice que «estamos iniciando una época en la que cada individuo tendrá sus propios datos médicos y el poder computacional para procesarlos desde el útero hasta la tumba, incluso para prevenir una enfermedad antes de que aparezca».

Ya sea en la medicina, la educación, la religión, el derecho, el periodismo, la consultoría de dirección, los impuestos, las auditorias o la arquitectura, la tendencia a encontrar nuevas y mejores formas de compartir el conocimiento es creciente y las profesiones, como las hemos conocido hasta hoy, se desmantelan de forma gradual.

El trabajo profesional ya no es un entramado indivisible de actividad, sino que se trocea en tareas que se asignan a otros sistemas y personas mejor situados para realizar ese trabajo al menor coste posible.

Existen precedentes de esta magnitud de cambio. En Estados Unidos la participación del empleo agrícola cayó del 40 por ciento en 1960 al 2 por ciento en el año 2000, mientras que la participación del empleo en la manufactura descendió de alrededor del 25 por ciento en 1950 a menos del 10 por ciento en 2010. En estos casos, nuevos empleos y actividades surgieron para compensar los que desaparecieron, aunque mientras los cambios ocurrían no fue posible predecir cuáles serían esos empleos y actividades.

Además de la reconversión, la transformación digital acelera esa tendencia porque las tecnologías crecen de manera exponencial. Un ordenador de sobremesa tendrá pronto la misma potencia de procesamiento que el cerebro humano, diez elevado a dieciséis cálculos por segundo. Asimismo, los dispositivos estarán más generalizados: en 2020 entre 40.000 y 50.000 millones de dispositivos estarán conectados a Internet; el big data, la robótica, la computación afectiva o la Watson IBM ilustran, como dice Patrick Winston, acerca de que «hay muchas formas de ser inteligentes que no son iguales a las nuestras» .

Si un profesional piensa que el cambio no le alcanzará y no le sobrepasará, y que humanos y máquinas colaborarán, se equivoca. Se dice que la automatización puede contribuir al crecimiento del PIB per cápita de todos los países si humanos y robots colaboran.

Dos razones invitan al escepticismo. La primera es la creencia en que la inteligencia artificial replicará el proceso de pensamiento de los especialistas humanos, cuando, de hecho, los sistemas actuales no imitan a personas con alto rendimiento, sino que explotan las capacidades propias de las nuevas tecnologías; un hecho que rebate la idea de que los ordenadores no pueden pensar por sí mismos. Es la falacia de la inteligencia artificial, suponer que las máquinas van a pensar como los humanos . Por otra parte, estas máquinas cada vez más pensantes, más capaces, de alto rendimiento, ¿para qué van a necesitar contar con los profesionales como colaboradores?.

Aprovechar estas transformaciones puede eliminar muchos puestos de trabajo , por lo que será obligado crear un mapa de riesgos que identifique el potencial de la automatización y pensar dónde reubicar esa mano de obra, tanto para mejorar el desempeño como para actuar como una empresa socialmente responsable.

Los humanos poseen capacidades que a las máquinas les cuesta mucho aplicar , como el pensamiento lógico, la solución de problemas, las competencias sociales y emocionales, aportar pericia, dar entrenamiento, desarrollar a otros y, sobre todo, la creatividad. Como decía el filósofo del lenguaje John Searle, «IBM Watson ganó un concurso a los dos mejores concursantes humanos, pero después de su gran triunfo no supo que había ganado, no tuvo una visible tendencia a llorar, a reír, a tomar una cerveza para celebrarlo, a compartir el momento con un amigo íntimo o charlar sobre lo que sintió».

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