Adiós al carbón: la transición más traumática de Polonia sin un plan ‘B’
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Adiós al carbón: la transición más traumática de Polonia sin un plan ‘B’

Cambio climático. Alta Silesia, la región con el aire más contaminado de Europa, vive sus últimos días de explotación bajo tierra, a la espera del Fondo de Transición Justa de la UE con el que frenar los efectos de ir hacia otro modelo energético

F.J. Calero
F.J. Calero
Central eléctrica de carbón en Łaziska Górne (Alta Silesia)
Central eléctrica de carbón en Łaziska Górne (Alta Silesia) Óscar Chamorro

La mina es el coche nuevo, es el viaje de verano, es la parroquia; la mina son los amigos, son los estudios de ingeniería; la mina es papá con el mono de trabajo y la cara tiznada; es el hogar, es la vida. Desde hace siglo y medio la minería de carbón es lo que vertebra la identidad de Alta Silesia, región histórica entre la actual Polonia y República Checa. En este voivodato, donde miles de mineros se sumergen cada día bajo tierra para extraer el combustible que más calienta sus hogares en invierno, el carbón es mucho más que un mineral: es historia colectiva y orgullo. Esta minería, que resistió a las guerras napoleónicas y las ocupaciones nazi y comunista, tiene, sin embargo, los días contados por su poca rentabilidad, la lucha contra el cambio climático y el agotamiento de los recursos.

La batalla por diseñar la transición del corazón minero europeo se está jugando también en Bruselas, donde Varsovia negocia sobre si alargar o no la vida útil de la minería para cumplir con los objetivos europeos de neutralidad climática para 2050 y reducir en un 55 por ciento las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030. La concesión de nuevas licencias de minas por parte de las autoridades polacas supondría, según explican fuentes europeas a este diario, que la partida reservada para la región del flamante Fondo de Transición Justa, con un presupuesto global de 17.500 millones de euros y elemento clave del Pacto Verde para las regiones mineras, no llegue a Alta Silesia. Entre las estrictas condiciones para recibir los pagos, Polonia no puede desarrollar nuevos proyectos mineros. «Para mí, la minería significa tradición familiar», dice Henryk, minero retirado de 62 años, que vivió en los noventa el despido de miles de mineros como él con la primera fase de reconversión. Sobre el césped de un bar de Orzesze, una pequeña ciudad minera rodeada del verde intenso de los bosques, están su hija, su nieto –un bebé de tan solo unos meses, su yerno y dos amigos más. Todos tienen algo que ver con la mina.

La pureza del paisaje contrasta con las humeantes chimeneas de las centrales eléctricas de carbón en las afueras. En los mapas de contaminación del aire en Europa, esta zona es la que suele estar más en rojo. «Impacta nuestro cerebro, nuestros pulmones y nuestro corazón. Sufrimos infecciones pulmonares, y sobre todo patologías relacionadas con el riego sanguíneo y enfermedades cerebrales tempranas», denuncia el activista ecologista Patryk Bialas.

En invierno, las ajadas calderas de los hogares más desfavorecidos generan una bruma casi insoportable por la quema de carbón –en el mejor de los casos–, plásticos y hasta basuras en una localidad que registró el pasado año el aire más contaminado de Europa, según IQAir, empresa de tecnología para la calidad del aire. «No, no temo criar a mi niño aquí. Se adaptará. Mi abuela llegó a vivir 97 años, y mi otra abuela pasa los 90», asegura Zuzanna, hija de Henryk y madre del bebé mientras el abuelo juega orgulloso con el pequeño. Según la Universidad belga de Hasselt, los niños de Rybnik, vecina de Orzesze, están entre tres y nueve veces más expuestos a la contaminación del aire que en Estrasburgo.

Precisamente de Rybnik es el eurodiputado Lukasz Kohut (S&D), miembro de la comisión de Industria, Investigación y Energía (ITRE) del Parlamento Europeo (PE) que ha tratado el Fondo de Transición Justa y que fue noticia el pasado diciembre cuando se dirigió al pleno en su lengua materna, el silesiano, no reconocido oficialmente ni como lengua ni como identidad en Polonia. «Teníamos una muy buena propuesta del PE, 44.000 millones de euros; 8.000 millones para Silesia. Pero en el Consejo Europeo de julio (de 2020), el primer ministro Morawiecki [del partido conservador Ley y Justicia, PiS] estaba más centrado en defenderse contra la cláusula sobre el estado de derecho de los planes de recuperación que de defender los Fondos de Transición», lamenta Kohut, que reconoce no ser el político más popular de su región natal, especialmente entre los mineros. «Lo dije en 2019 cuando nadie hablaba de ello y el gobierno de Ley y Justicia defendía que no había fecha de caducidad para el carbón», agrega.

Al libre mercado

En apenas tres décadas, Alta Silesia, región de cuatro millones y medio de habitantes, ha pasado de contar con 70 minas de carbón a cerca de una veintena. Hasta los 80, la minería generaba 250.000 empleos directos. Ahora, solo 80.000 silesianos trabajan en minas de carbón, pero «300.000 trabajan en empresas que dependen indirectamente de la minería», apunta la diputada opositora liberal Monika Rosa. Para muchos hogares, esta industria es la principal fuente de ingresos. De momento, Silesia cuenta conun nivel de paro del 5 por ciento, uno de los más bajos del país, gracias a otros sectores tecnológicos.

Jan Bondaruk, del Instituto Central de Minería de Katowice, dependiente del Ministerio polaco de Bienes del Estado, teme «cómo puede afectar este cambio tan drástico en todo el ecosistema de la región». Las condiciones fijadas por Bruselas, apunta, «pueden llevar al colapso económico de Alta Silesia: algunas licencias que tenemos se extienden más allá de 2049. Soy hijo de esta región y su minería y no quiero ver eso». Aunque Bondaruk cree que los Fondos de Transición Justa pueden hacer que miles de vidas sean mejores para el futuro, «no pondría todas las esperanzas en este mecanismo, no es que la UE vaya a pagar por todo».

En Katowice, capital de la región de Alta Silesia, muchas de las antiguas construcciones postindustriales de ladrillo en las barriadas, de herencia prusiana, son demolidas o revitalizadas, intentando encontrar una segunda vida como el Museo de Silesia (que era una mina) o el Parque de Silesia, el gran orgullo verde de la ciudad, con fondos que en su mayoría provienen de la UE.

Si la extracción de carbón polaco disminuye cada año, los sueldos siguen la dirección opuesta, en un país que mejora la vida de sus ciudadanos a velocidad de crucero desde la entrada en la UE. El sueldo medio de un empleado en el sector minero ha pasado del equivalente a 20 dólares en los últimos años del comunismo –según fuentes locales– a cerca de 1.500 de media (el salario medio neto de Polonia ronda los 1.000).

Interior de la mina de Guido, en la ciudad industrial de ZabrzeÓscar Chamorro

Desde Dabrowa Górnicza, otra ciudad industrial de la zona, y en línea con los recuerdos de Henryk, los más veteranos de la fábrica de coque (principal derivado del carbón para la fabricación de acero) del Grupo estatal JSW relatan los traumáticos años 90: «Pasamos de una economía planificada donde teníamos garantizado un comprador sin importar lo que necesitaran a una situación de incertidumbre por la economía de libre mercado». Al contrario que la principal empresa minera estatal PGG, cuyo negocio depende principalmente del contaminante y poco ecológico carbón térmico, el futuro de JSW –el mayor productor europeo de coque– parece más halagüeño. «El carbón coquizable es una de las materias primas críticas para la UE», aseguran desde la empresa. Bruselas lo considera un mineral estratégico para reducir la dependencia europea de Australia y China en la producción de acero.

Días después de entrevistar a la presidenta de JSW, Barbara Piontek, una de las primeras polacas al mando de la minería del país, tanto ella como su equipo fueron cesados. Entre las razones, según fuentes locales: las desavenencias con los sindicatos, como el histórico Solidarnosc, en constante lucha por mantener las condiciones salariales y de trabajo de los mineros y que mantiene una gran influencia electoral y simbólica sobre el gobierno del PiS.

De visita en la fábrica, convertida en sauna por el efecto de la lluvia y el paso de un vagón de carbón en llamas, un trabajador señala uno de los contenedores: «Miren, aquí podemos ver un cargamento de coque con dirección España (en concreto Asturias, aunque no han querido detallar el nombre de la empresa destinataria)».

Coste de la electricidad

La extrema dependencia energética polaca de la industria del carbón entorpece precisamente la transformación ‘verde’ del país. Tres cuartas partes de su electricidad procede del oro negro polaco. El rápido aumento de la tasa de las emisiones de CO2 y el alto coste del carbón doméstico, entre otras razones, han hecho que la producción de energía sea cada vez menos competitiva, según un informe del ‘think tank’ local Forum Energii. La tendencia al alza de los precios de la electricidad al por mayor en Polonia no ha cambiado durante años: sigue siendo el país más caro de la región y, a veces, también de toda la UE.

Pero, a diferencia de España, «el Gobierno polaco mantiene bajos los precios artificialmente. En los últimos diez años, para los hogares apenas aumentó. Aumentará debido a los costos de CO2, tarifas y capacidad del mercado de combustible», advierte la presidenta de Forum Energii, Joanna Mackowiak-Pandera. En los últimos años, el sector ha estado importando a niveles récord carbón ruso (pese a su enemistad histórica), australiano y colombiano, más rentables que el nacional.

Jugarse la vida en la mina está a la orden del día. Puede ser un incendio, fruto de una explosión en un entorno con alto contenido en metano; o un terremoto, el peligro más impredecible. «Nos alegra cuando la tierra tiembla un poco, puesto que así se libera la tensión de las rocas. Porque si se acumula algún día, podrían liberar la energía y matarnos a los que estamos ahí. Eso sí, no nos enteraríamos de que ya estamos muertos», bromea Damian. Para Michał, en cambio, la minería también significa estrés por si un día una capa de las reservas de carbón aplasta a los trabajadores que supervisa como cargo intermedio.

Michał y Damian, de 34 y 35 años respectivamente, forman parte de la última generación de mineros. Son ingenieros de una mina de carbón de coque. Mientras que para las generaciones anteriores la minería es parte de su identidad, para ellos es un trabajo más, que les garantiza un buen sueldo y estabilidad para al menos 25 años. «En mis tiempos, ser minero era un trabajo prestigioso. Es lo que más noto que ha cambiado», señala el veterano de la mesa, Henryk. Así lo reconoce Damian, para quien la minería es sobre todo ingeniería, su gran pasión, y donde ningún día se parece al anterior.

Para ilustrar mejor su jornada laboral, Damian se sirve de una maqueta en forma de mina –que construye empleando un par de cartones y tubos– con la que imparte charlas por los colegios de la zona. Sobre la una de la tarde, recibe la llamada de su jefe. «Me comenta lo que vamos a hacer hoy junto a mi equipo. Y yo les transmito la información. Así que cogemos nuestro uniforme de trabajo y vamos bajo tierra», describe. «Un ascensor enorme nos lleva a 850 metros bajo tierra, donde nos espera el tren que nos conduce a nuestras galerías. Y ya luego ahí todo es perforar y perforar con una cabeza tractora o explosivos», detalla.

Para Michał, la minería de carbón está siendo una suerte de chivo expiatorio de la cruzada ‘verde’ europea mientras se sigue importando carbón de países extracomunitarios y apenas se presta atención a otros tipos de minería: «¿Por qué todo es sobre la minería de carbón y poco sobre los demás?».

Son las 10 de la mañana cuando una excursión escolar de un colegio enfila hacia las profundidades de la mina de Guido, levantada a mediados del siglo XIX por un aristócrata alemán y que hoy simboliza el orgullo turístico de Alta Silesia y de la revitalización de la localidad de Zabrze. La algarabía de los jóvenes muchachos se desvanece a los pocos instantes de adentrarse en el yacimiento. En plena simulación, los ruidos de la mina ensordecen a la excursión: primero suena la campana, luego baja el ascensor, circulan los vagones y la gran máquina excavadora Alpina AM-50 hace acto de presencia para perforar las capas de carbón.

Una transición brusca

«La minería no perjudica ‘per se’, sino que desarrolla la región, la transforma», sostiene Konrad Kolakowski, que ha sido portavoz de la principal atracción turística de la zona y ahora representa al equipo de fútbol de la localidad, mientras recorre las galerías de la mina. De las cuatro minas de hace 30 años, no sobrevive ni una. «Mi bisabuelo fue minero, mi abuelo fue minero, mi madre fue minera», recuerda emocionado. Con dos niveles, de 170 y 320 metros de profundidad respectivamente, Guido es la mina abierta al público más profunda de Europa. Otras poblaciones tratan de seguir su ejemplo con mayor o menor éxito, pero «el turismo no puede sustituir a esta industria. Silesia no es ni Barcelona ni Roma».

Las poblaciones mineras se mantienen escépticas ante la imparable transición ‘verde’ que, a su juicio, avanza demasiado brusca y sin alternativas viables. De fondo persiste la idea entre los activistas y políticos locales de que las potencias occidentales (Alemania y Francia) y orientales (China y Rusia) quieren destruir la industria y la minería polacas sin ofrecer un plan B a cambio de vender su tecnología y minerales.

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