Italia se hunde en el pozo de la falta de competitividad

La falta de reformas ha ahondado los males de una economía poco innovadora y marcada por la burocracia y la alta presión fiscal

La última «varita mágica» que el vicepresidente Salvini se ha sacado de la manga es la «flat tax», un impuesto único para empresas y familias con un coste de 5.000 millones... sobre el que no hay pistas de cómo se financiara EFE

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Italia está estancada o incluso retrocede en las reformas estructurales, algo que se considera fundamental para el crecimiento. Lo ha reiterado este miércoles la Comisión europea que decidió abrir un procedimiento de infracción contra Italia por su alta deuda pública y déficit excesivo. El país corre el riesgo de una multa de 3.500 millones de euros, una sanción que podría llegar si no cumple con las reglas europeas sobre déficit y deuda. «En Italia las perspectivas de crecimiento y de las finanzas publicas han empeorado, y las recientes medidas políticas puestas en práctica constituyen una marcha atrás sobre algunos elementos de precedentes reformas», escribió la Comisión europea. El índice del crecimiento del PIB previsto por la UE para Italia en el 2019 es un 0,1%, situándose prácticamente a la cola de Europa. La consecuencia es que sin crecimiento no hay competitividad, campo en el que Italia está también en el vagón de cola de los países más industrializados. Concretamente ocupa el puesto 44 (España está en el trigésimo sexto lugar) en el ranking mundial de competitividad elaborado por el IMD World Competitiveness Center.

Una de las claves del por qué Italia no crece, aunque el gobierno populista de coalición había previsto el 1,5% para este año, se debe a que la Liga y el M5E han dado prioridad a la renta de ciudadanía y a la contrarreforma de las pensiones rebajando la edad de jubilación. Tras un año de gobierno, esas dos medidas electoralistas han constituido un fracaso, porque se han comido partidas importantes de los presupuestos y no han servido para estimular la economía ni han creado empleo, como prometía el Gobierno: y en cambio han ayudado a perjudicar la ya débil imagen de Italia en los mercados. El vicepresidente, Matteo Salvini, había previsto que con el adelanto de la jubilación, habría medio millón de pensionistas cuyos puestos serían ocupados por jóvenes sin empleo. No ha sido así. El desempleo juvenil se situaba en abril en el 31,4 %. No es de extrañar que la confianza de empresas y familias haya caído después del primer año del populismo.

Las grandes carencias en infraestructuras limitan las posibilidades de las empresas italianas

Explicar por qué en Italia no hay productividad ni competitividad y crecimiento prácticamente cero es relativamente fácil. Desde hace décadas se habla de necesidad de reformas, pero se mantienen los problemas de siempre: altos impuestos (42,1 % es la presión fiscal en relación con el PIB), eterna y asfixiante burocracia, coste del trabajo, justicia que se eterniza, inestabilidad política, ausencia de política industrial, falta de planes adecuados en conocimiento e innovación, además de grandes carencias en infraestructuras. Su proceso de digitalización, por ejemplo, está muy retrasado, por debajo de la media europea y a años luz de España. Esas carencias en infraestructuras hacen perder a Italia, solo por lo que se refiere al capítulo de transportes y logística, 34.000 millones de euros al año, lo que representa dos puntos del PIB, porque los productos y mercancías viajan por Italia más lentamente y con costes mayores, según denuncia la Confederación de transporte y de comercio. Este cuadro negativo se completa con una estructura empresarial, de tipo familiar en un alto porcentaje, que no siempre desarrolla una gestión moderna y competitiva. Concretamente, el 85 de las pequeñas y medianas empresas son familiares. A muchas de ellas no ha llegado la revolución informática De ahí que se diga que Italia es una República fundada sobre las empresas familiares.

Sin atractivo inversor

Con este panorama, Italia resulta un país muy poco atractivo para la inversiones. Está en la cola de la clasificación de las naciones europeas sobre facilidades para «hacer negocios». Según un estudio reciente de la Confederación de cooperativas, Italia es el penúltimo país, entre los 28 de la UE, por capacidad de atraer inversión extranjera, por delante solo de Grecia, mientras que es el tercero entre los países cuyos ciudadanos salen al extranjero para buscar trabajo, detrás de Rumanía y Polonia. Un hecho que descapitaliza a Italia de su mejor mano de obra, porque s on muchos los jóvenes que, después de acabar sus estudios universitarios, se marchan fuera para buscare un puesto de trabajo o un centro de investigación, ante la falta de oportunidades en Italia.

El vicepresidente y ministro del Interior, Matteo Salvini, cree tener la varita mágica para sacar al país de parálisis. Se trata de la “flat tax”, un impuesto único para empresas y familias al 15 %, con un coste que puede superar los 50.000 millones de euros, sin preocuparse de cómo será financiado. Además, Salvini, el hombre fuerte del gobierno, ha elegido continuar con su tradicional línea dura de desafío a Bruselas, lo que no promete nada bueno para Italia.

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