La guerra comercial dinamita los pilares de la recuperación global

Las hostilidades desatadas por Trump fuerzan a todos los organismos internacionales a rebajar sus previsiones de aumento del PIB

EE.UU. sufre el mayor déficit exterior de la última década, China crece a su peor nivel en treinta años y Alemania bordea la recesión

Daniel Caballero

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Por necesidad y en base a la seguridad nacional. Así justificó Donald Trump los aranceles al acero (25%) y al aluminio (10%) que impuso al mundo en marzo de 2018. La ficción mutó en realidad y el proteccionismo se quitó la careta. Dos meses más tarde entraron en vigor, negociaciones infructuosas mediante. Entonces, llegó la llama que prendió la mecha: endosó gravámenes por valor de 50.000 millones de dólares anuales a China y, luego, le sumó otros 200.000 millones. El país asiático no tardó en reaccionar: ojo por ojo, arancel por arancel, igual que hizo la UE. Un año después, la guerra comercial perdura y el fuego cruzado hiere a todo el planeta.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) vaticinaba en mayo del año pasado que el crecimiento mundial sería del 3,9% en 2019. Cinco meses después rebajó en dos décimas esa cifra y fijó también en 3,7% el alza del PIB para 2020. Hoy, las previsiones están en 3,5% y 3,6%, respectivamente, después de una nueva revisión en enero. Suma y sigue a una tendencia a la baja que todos los organismos multilaterales achacan -en buena parte- a las tensiones comerciales. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sigue la misma senda. No salva el devenir de la expansión económica y también culpa a la tormenta arancelaria. Diagnóstico idéntico entre instituciones, aunque esta última prevé recortes más severos en el crecimiento. En mayo de 2018 su apuesta era que la economía se apuntaría un 3,9% este año; con el paso de los meses y los acontecimientos, su relato final es que el alza quedará en el 3,3%. Y para 2020 habla del 3,4%. Todo ello ante un frenazo que es ya una realidad en la UE, con Alemania bordeando la recesión.

«El impacto de una guerra comercial se sufre en el PIB y el comercio internacional. Además, genera incertidumbre en función del alcance que puede llegar a tener. Hay un efecto sobre la confianza que provoca que muchas decisiones de inversión sean pospuestas», dice Román Escolano, exministro de Economía y senior advisor del Área de Contexto Económico de Llorente & Cuenca. Un año después de los primeros coletazos de la disputa arancelaria, esta ha dado la cara; ya no está oculta entre amenazas y mensajes de Twitter -como le gusta a Trump- sino que se ha trasladado a la economía terrenal. No es un ente del que alertan los economistas sino una realidad que ha forzado a los organismos internacionales a dar marcha atrás en sus previsiones, mientras la economía comunitaria agoniza. «El giro proteccionista y el incremento de las tensiones comerciales bilaterales y multilaterales son factores de distorsión del comercio global y, como tal, influyen en el crecimiento económico mundial», afirma Antonio Hernández, socio responsable de Internacionalización de KPMG España y de Brexit.

Sin embargo, nadie achaca en su totalidad el freno de la expansión a la guerra comercial. Es tan solo uno de tantos factores con incidencia, aunque con un peso relevante. FMI, OCDE, Banco Mundial y Organización Mundial del Comercio (OMC) llevan todo un año advirtiendo del riesgo que supone seguirle el juego a Estados Unidos. Poco efecto surtió su señal de alerta, porque China y la Unión Europea -entre muchos otros- respondieron con más aranceles al órdago de Trump para devolver el golpe. El resultado: frenazo económico.

«Sufre toda la economía internacional. Una guerra comercial generalizada no es buena para nadie, y ya lo estamos viendo», defiende Escolano. En otras palabras, que ni los norteamericanos han logrado su objetivo ni el resto del mundo ha ganado una sola batalla. Como ejemplo, las cifras que manejan las dos principales potencias implicadas. Si bien el mantra del presidente estadounidense pasaba -supuestamente- por mitigar el déficit comercial del país, este aumentó a su cifra récord en la última década hasta los 621.000 millones de dólares en 2018; casi 68.000 millones más que en 2017. En el caso de China, esta creció el 6,6% el año pasado ; una estadística utópica en Europa pero que llama la atención por ser la más baja de los últimos 28 años, e, incluso, la tendencia es que continúe reduciéndose los años venideros. Los efectos de esta guerra comercial se dejan sentir.

Golpe al comercio global

Más allá del PIB, el comercio es el otro gran damnificado. El índice de perspectivas de comercio mundial elaborado por la OMC muestra el peor dato en nueve años: quedó en 96,3 puntos, lo que señala una tendencia decreciente al estar por debajo del nivel de referencia 100. Además, los pedidos de exportación también muestran que el intercambio de mercancías está en mínimos de los últimos años, sin visos de repuntar. «A nivel de comercio tiene un efecto directo y evidente: el endurecimiento de las condiciones de acceso al mercado en cuestión, lo que se traduce en una merma en la capacidad competitiva de los exportadores de otros países en dicho mercado», defiende Hernández. Y prosigue: «Los aranceles en algunas ocasiones pueden tener un “efecto boomerang” para el país que los fija». Es decir, que se hiera a sí mismo.

Y el problema de fondo se encuentra en la OMC. La organización multilateral está dañada; se desangra y Estados Unidos deja que ocurra. La razón: el bloqueo que mantiene en la renovación de los miembros del órgano de apelación, última instancia de la institución, que, de no nombrarse nuevos miembros, quedará sin poder y arrastrará consigo todo el sistema de resolución de controversias. Además, sin olvidar que 2018 fue el año que mayor número de procedimientos de solución de diferencias (denuncias) se planteó ante la OMC. «El problema que demuestra este conflicto es que la OMC necesita una reforma. Lo que no podemos hacer es volver a los errores de los años 30», asegura el exministro Escolano. Se refiere a la época de proteccionismo tras la Gran Depresión que lastró el crecimiento mundial. Una etapa negra que amenaza con repetirse, aunque los economistas rechazan que estemos ya en esa situación.

«No estamos en un escenario de guerra comercial total, que es lo que se pudo tener al principio. Lo que podía haber sido algo terrorífico en un escenario cerrado a la globalización y volver al pasado como en la crisis del 29 , no se ha producido», señala Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de Economía de la Universidad Autónoma de Madrid. Aun así, considera que los tiempos de máxima apertura iniciados el siglo pasado no serán el patrón a seguir. «Desde hace 30 años la globalización ha ido aumentando en todos sus sentidos. Hemos llegado a un punto en que eso no se va a revertir pero sí va a dejar de crecer tal como lo hacía antes», prosigue.

La UE, dique de contención

Para frenar esa posición de dominio, de acoso y derribo arancelario de EE.UU., está la Unión Europea . Steinberg ve en el bloque comunitario la fuerza suficiente para plantar cara a la primera potencia mundial. Pese a ello, hay quien va más allá y llega incluso a temer males mayores: «EE.UU. y la UE son socios naturales, pero, de recrudecerse las tensiones, podría ponerse en cuestión su cartel de aliados», dice Escolano.

Desde la Comisión Europea, el discurso oficial llama a la tranquilidad. Hablan de que «las conversaciones van por buen camino» entre ambos bloques y de una «atmósfera constructiva». Sin embargo, otras fuentes comunitarias, conocedoras del clima, hablan de «preocupación» por una escalada de aranceles. «Trump tiene unos argumentos que no se pueden aceptar», dicen. Se refieren a la excusa de la seguridad nacional para fijar sus gravámenes. Y no dudan de lo acertado de su decisión de responder con aranceles a los que impuso EE.UU. en su momento: «Optamos por gravar productos americanos para los que teníamos sustitutivos fáciles». Sin embargo, no mencionan que esos productos, justamente, son los emblemas de Norteamérica : arándanos, Harley-Davidson, whisky, tabaco...

Pese a todo, Steinberg se empeña en reseñar que el efecto económico ha sido hasta ahora limitado. Podría convertirse en una verdadera catástrofe, pero de lo que no duda es de que la «calidad institucional» queda en entredicho. Ya sea en PIB, comercio, inversiones, geopolítica, reputación o confianza institucional, esta es una guerra en la que todos acabarán perdiendo -afirman- y nadie ha obtenido aún ningún rédito. Modificando un eslogan del propio Trump, hay quien diría aquello de «make the world great again».

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