Groenlandia, la economía diminuta que seduce a Trump

A Estados Unidos le interesa su localización geoestratégica y sus recursos materiales

Groenlandia destaca por ser una rica fuente de recursos materiales REUTERS

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En medio del ciclo informativo turbulento que Donald Trump propicia y los medios propagan, una propuesta inesperada se comió las noticias hace unos días: el presidente de EE.UU. quiere comprar Groenlandia . No era una broma: se trata de la isla descomunal, apenas habitada, en las inmediaciones del océano Ártico y que es territorio soberano de Dinamarca.

El asunto se colocó de inmediato en el cajón de las ocurrencias intempestivas del multimillonario neoyorquino y cumplió el recorrido habitual en la opinión pública: escándalo entre los comentaristas de la prensa, reacción airada del Gobierno danés -su primera ministra, Mette Frederiksen, lo trató de «absurdo» y «broma» - y respuesta colérica de Trump, que canceló el viaje que tenía previsto a Dinamarca en octubre.

La propuesta, aunque suene estrambótica a primer bote, encaja en la formación histórica de EE.UU. como país y en sus necesidades económicas y geoestratégicas actuales. Uno de los grandes defensores de la idea ha sido el senador republicano Tom Cotton, que publicó una tribuna en «The New York Times» en la que insistía que la compra de Groenlandia es una vieja aspiración estadounidense que debería concretarse ahora. Ya en 1867, el entonces secretario de Estado, William Seward, trató de cerrar el trato con Dinamarca en el mismo tiempo que consiguió otra compra histórica: la de Alaska a Rusia. Entonces, la compra de aquel territorio norteamericano fue rechazada por parte de la opinión pública. Hoy, Alaska es uno de los principales responsables del «boom» energético de EE.UU. y guarda reservas ingentes de petróleo y gas natural. En 1946, el presidente Harry Truman ofreció cien millones de dólares para quedarse Groenlandia, pero tampoco lo consiguió. Como recordó Cotton, más de un tercio del actual territorio de EE.UU. llegó a su soberanía a través de adquisiciones. Una de ellas, Florida, de manos españolas. Pero también Luisiana -en aquel momento, de Francia-, parte del territorio que controlaba México tras su independencia en el Sur de lo que es hoy EE.UU. e incluso de la propia Dinamarca, a la que compró las Islas Vírgenes.

La propuesta, aunque suene estrambótica a primer bote, encaja en la formación histórica de EE.UU. como país

Es cierto que tras la Segunda Guerra Mundial y los procesos de descolonización, el cambalache de compras y ventas de territorios entre países ha desparecido y que, en el siglo XXI, la idea parece de otra época. Lo que es urgente son las algunas necesidades que EE.UU. tiene y que Groenlandia puede cubrir.

¿Qué tiene esta isla cubierta casi por completo de hielo gran parte del año que seduce a Trump? Su economía -sus 56.000 habitantes viven de la pesca, la agricultura y los subsidios que manda Copenhague- es diminuta, diez veces más pequeña que la de Vermont, el Estado con menor peso económico de EE.UU. Lo que interesa no es tanto su tamaño -tres veces el de Texas y mayor que Alaska, el Estado más grande de EE.UU.- como su localización estratégica y los recursos materiales que contiene.

El deshielo en el Ártico ha hecho de esta región un objetivo codiciado por las potencias mundiales, en especial, EE.UU., Rusia y China. Esta última no tiene territorio soberano en el Ártico, pero se desvive por ganar influencia en él (en Groenlandia, China ha tratado de comprar una vieja base naval estadounidense y construir tres aeropuertos). La desaparición de parte de la corteza helada abre vías de comunicación marítimas hasta ahora cerradas y facilita el acceso a las reservas de petróleo y gas natural de difícil extracción.

Se cree que Groenlandia guarda yacimientos considerables de estas materias primas y el aumento de las competencias que el territorio tiene desde un referéndum en 2008 han abierto la posibilidad de desarrollar industrias mineras hasta ahora cerradas. De lo que no hay duda es de que Groenlandia es rica en minerales raros. Son materias primas cuyo protagonismo se ha disparado en las últimas décadas y son clave en la fabricación de teléfonos, escáners médicos, coches, paneles solares y tecnología militar. En el último año se han convertido en un bien estratégico, porque China controla el 70% de su extracción y lo puede usar como moneda de cambio dentro de las tensiones comerciales que vive con la Administración Trump. La compra de Groenlandia parece una quimera, pero no la capacidad de EE.UU. de redoblar su influencia en la isla, donde mantiene una base militar desde la Segunda Guerra Mundial. Este mismo año, el secretario de Estado, Mike Pompeo , anunció la creación de una nueva representación diplomática en el territorio y una misión del Servicio Geológico de EE.UU. ha dedicado meses a estudiar sus riquezas minerales.

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