Una generación que haga del fracaso una fuente de éxito

«No solo tenemos que escuchar a los mercados, sino también a la visión que los jóvenes tienen de los mismos»

Eduardo Gómez Martín

La graduación es un momento memorable. Lo es para los alumnos, quienes sienten que han completado un ciclo formativo, y lo es también para los profesores, quienes tienen la sensación de que han cumplido una misión. Sin embargo, los primeros no pueden dejar de formarse, ni los segundos deben conformarse con ver marchar a una nueva promoción. Los centros educativos tenemos que preguntarnos si hemos dado a esos jóvenes las capacidades y las actitudes necesarias para enfrentarse a los desafíos de su carrera profesional , invariablemente cosida a su trayectoria vital.

Como director general de ESIC Business & Marketing School, me pregunto a menudo si estamos educando adecuadamente a los alumnos para gestionar el éxito y el fracaso, porque ambas circunstancias van a jalonar su desarrollo profesional. La sociedad retribuye con facilidad el éxito. El baloncestista Michael Jordan decía: «He fallado una y otra vez en mi vida, por eso he conseguido el éxito». El fracaso, el error y la derrota son oportunidades para aprender, cambiar, desprenderse de prejuicios, buscar nuevos caminos y encontrar desafíos motivadores.

Afirmamos con razón que nos encontramos ante la generación mejor preparada de nuestra historia. Pero las generaciones X y Z se enfrentan también a un entorno muy exigente. Asimismo, en los últimos datos de desempleo se reflejaba que los jóvenes han sido el colectivo más expulsado del mercado laboral en la última década, dejando fuera al 32% de las personas entre los 20 y los 24 años. Además, si superan esa barrera y consiguen un puesto de trabajo, muy probablemente la remuneración será menor de la esperada, lo cual dificulta su capacidad para emanciparse.

Como institución educativa, nuestra primera responsabilidad es la de escuchar qué buscan las empresas, de tal forma que podamos dar a los jóvenes la formación que necesitan para acceder al mercado laboral. Nos enfrentamos a un entorno incierto y complejo en el que no sabemos ni siquiera cuáles serán las profesiones que marcarán el futuro. Por eso, es importante dotarles de herramientas para adaptarse con rapidez, comunicarse con eficacia, gestionar equipos, resolver conflictos o negociar . Y, por supuesto, enseñarles a ser resilientes.

La «aprendibilidad», es decir, aprender a aprender, es fundamental para moverse en un escenario que muta muy rápidamente y que, en consecuencia, requiere una evolución constante en las habilidades y los conocimientos. Aprender no solo es reciclar conocimientos, es también extraer las enseñanzas que la vida nos ofrece, entre las que no debemos orillar el error, la frustración, la decepción y el fracaso, porque todos estos sustantivos son a menudo el principio del acierto, la alegría, la ilusión y el triunfo .

No solo tenemos que escuchar a los mercados, sino también a la visión que los jóvenes tienen de los mismos. Nuestros alumnos quieren trabajar en empresas que pretendan cambiar el mundo, que expresen su propósito y lo sirvan con autenticidad. Este es el territorio de los valores, que son los cimientos que sostienen la estructura moral y relacional de las personas. Todas las escuelas, desde las de primaria hasta las de educación superior, no debemos perder de vista que nuestra primera tarea no es formar a profesionales, sino a personas con las actitudes necesarias para garantizar la convivencia en un entorno de diversidad .

En cada acto de graduación siento que nuestros alumnos están preparados para «comerse el mundo». Algunos lo conseguirán, otros tendrán que conformarse con un trocito muy pequeño. Tal vez una parte de la sociedad los siga juzgando por el tamaño del trocito que sean capaces de alcanzar, pero cada uno de ellos deberá aprender a gestionar la dimensión de su desafío de acuerdo con sus capacidades. Nuestra responsabilidad como educadores es enseñarles a extender sus límites, no a sobrepasarlos; a aceptar el error, no a negarlo; y a digerir el éxito, no a atragantarse con él.

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