Rafael Nadal, durante la final contra Federer en Australia
Rafael Nadal, durante la final contra Federer en Australia - REUTERS
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Open de Australia

Nadal, cambios para la esperanza

Pese a la derrota en Australia, el tenista español acorta los plazos y extrae muchas conclusiones positivas pensando en las próximas citas

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Como el lamento no sirve de mucho, Rafael Nadal vació la taquilla de Melbourne, cargó con el raquetero y se desplazó con su equipo al aeropuerto, en donde tomó un interminable vuelo hacia España (escala en Doha), horas para asimilar lo sucedido en este mes en el verano de las antípodas. Se perdió la final del Abierto de Australia en cinco sets ante un magnífico Roger Federer, un partido con una carga simbólica incomparable, y Nadal le puso buena cara a la derrota, satisfecho de cómo ha empezado este 2017 que vaticina momentos de jolgorio. Para empezar, éxito en el torneo de exhibición de Abu Dabi, cuartos de final en Brisbane (perdió ante Milos Raonic) y subcampeonato en el primer Grand Slam del curso, nada mal.

Suma, además, un puñado de puntos que le acercan a la zona noble – del noveno escalón asciende hasta el sexto– y se ilusiona ante la conclusión más interesante de todas las que obtiene: después de dos cursos de altibajos, reducido por las lesiones y los contratiempos, está por fin para competir contra los mejores. Nadal cambia para ser como aquel Nadal.

Hay un punto de inflexión que sirve para resumir la enésima reencarnación del héroe. Después de vaciarse en los Juegos Olímpicos, una ilusión que le obligó a forzar la muñeca, Nadal siguió con el calendario establecido y quiso competir en el cemento americano. En Cincinnati no le dio para más que superar una ronda y en el Abierto de Estados Unidos descubrió el talento de Lucas Pouille, que le despidió en octavos de final. Se presentó en Pekín de aquella manera (cuarta ronda) y en Shanghái, al caer en el debut, entendió que necesitaba una tregua, que no le daba para más y que no tenía sentido acudir a los torneos de Basilea, de París-Bercy y tampoco a la Copa de Maestros. A mitad de octubre terminó 2016, aunque en realidad estaba empezando 2017.

Nadal se sentó con su tío Toni, habló con su gente de confianza y decidieron planificar una pretemporada muy exigente para recuperar la esencia, únicamente reconocible con la primera fase del curso (títulos en Montecarlo y Barcelona) y con el ejercicio de amor propio de los Juegos. Se puso en manos de Joan Forcades (su preparador físico), cuidó las articulaciones con Rafa Maymó (fisioterapeuta) y pasó horas de pista con Toni Nadal y Francis Roig, sus entrenadores de toda la vida. Más o menos lo de siempre, pero Toni le propuso a su sobrino un fichaje: quería incorporar a Carlos Moyá.

La novedad tiene su trascendencia, aunque tampoco hay que concederle al exnúmero uno todo el mérito de esta progresión. Sin embargo, Moyá, la tercera pata del banco, es un soplo de aire fresco que contenta a Nadal, pues son íntimos amigos desde hace un montón de años y se conocen a la perfección. Moyá, con experiencia suficiente en el circuito porque fue capitán de la Copa Davis y en la campaña anterior viajó con Milos Raonic, ha modificado alguna rutina y fue quien propuso a Nadal ponerle más peso en la punta de su raqueta para generar un efecto martillo en sus golpes.

Más poderoso

Todo va muy ligado con lo que se ha visto en Melbourne. Desde el inicio, el campeón de 14 grandes ha ofrecido una versión más agresiva, dominador de nuevo en la pista, disparando la estadística de ganadores sin que sea precisamente quien más winners acumula en el vestuario. Básicamente se ha comprobado en la derecha, su arma más destructiva históricamente –nueva mecánica en su impacto, con trabajo en los apoyos– , aunque no hay que olvidar lo bien que le ha funcionado el revés en según qué momentos.

Y el servicio también ha variado. Tanto en Brisbane como en el Abierto de Australia, se ha visto a un Nadal con más opciones de saque, con más tiros al cuerpo o a la derecha del rival cuando antes abusaba del revés. Ha ganado algo de velocidad y se nota especialmente en el segundo, con el objetivo de llegar a los 150 kilómetros por hora de media cuando antes se quedaba lejos de esos dígitos.

Todo para esta versión evolucionada del mallorquín, de nuevo enchufado y con piernas para batallas de largo recorrido. Ha conseguido triunfos que le dan confianza como los que logró ante Zverev o Dimitrov, y más si se tiene en cuenta que acumulaba tres derrotas en las tres últimas peleas a cinco sets, y anuncia que está cerca de ser lo que quiere. «Estoy en el camino muy adecuado para competir por todas las cosas que he competido durante toda mi carrera», advirtió. Se han acortado los plazos y la semana que viene se prueba en Rotterdam, una nueva cita en un calendario que también sufre alteraciones. Jugará algún torneo menos (no habrá preparación en hierba para Wimbledon) y no habrá gira por la arcilla de Suramerica como en los últimos años. Nadal da motivos para la esperanza.

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