Fernando Rodríguez Lafuente

La Liga del adiós

El fútbol es impagable. Conserva, sin que se sepa muy bien por qué, un halo de entretenimiento con suspense sin límite. Cómo no entretenerse con este vaivén, o tobogán, o sube y baja, viene y va, entra y sale: Que viene Neymar; que se va Cristiano; que Ceballos está triste; que dice que no; que Asensio se oscurece en la melancolía de la suplencia; que Theo no despega; que a Kepa le han hecho lo mismo que a De Gea; que Llorente es invisible; que regresa la BBC; que los suplentes son eso, suplentes, y no una versión renovada, y más joven, de los titulares; que Vallejo no sale de lesiones; que Nacho siempre está ahí; que a Benzema se le espera con música en el Bernabéu; que Mayoral comenzó muy bien la temporada, pero, pero. El Madrid, que esta tarde juega frente al Deportivo su Liga del adiós, parece una obra del Nobel irlandés, secretario de Joyce, Samuel Beckett, porque todo su sino, destino, razón y sentido de la presente temporada se resume en otro simpático entretenimiento, tan abstracto como las extrañas parábolas de Beckett: Esperando al PSG.

Lo de esta tarde del crudo invierno (pero menos) es como la sala de espera de un tren próximo a partir. La emoción está más en la parapsicología: ¿vencerán los de Zidane el “mal de ojo” del gol? ¿Se romperá, en algún momento de esta desdichada (para ellos) Liga el maleficio? Uno de los olvidados, y espléndidos, erasmistas españoles, Francisco Sánchez, escribió un libro prodigioso que, al menos el título, le cuadra al Madrid como un traje entallado salido de las exquisitas tiendas de la londinense Saville Row: Que nada se sabe. Y tanto. Nadie sabe qué ocurrirá en ls próximas jornadas. Los aficionados, como siempre ejemplares, acuden el estadio con la esperanza, el anhelo, la ilusión no ya de que el Madrid gane (cuidado con la cuarta plaza) sino de que, al menos, pueda reconciliarse con los suyos, sean titulares, suplentes o una ocurrente mezcla de unos y otros, y pasen una hora y media en agradable compañía del buen fútbol en la Liga del adiós. El adiós, ¿de cuántos? Ahí está la diversión. Impagable.

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