Ignacio Ruiz Quintano - EL BAR DE MOU

Por un balón de Curtis

IGNACIO RUIZ QUINTANO

La mayor felicidad futbolera que uno ha conocido fue la de la mañana de Reyes con un balón de Curtis (¡el pueblo de Lucas Vázquez!) en la ventana, colocado delante de los zapatos con el mimo que José María (García Lavilla), el calvo del Español, ponía el balón para sacar la falta.

Un balón de Curtis, pues, venía a ser como el Lucas Vázquez de los balones: te iba dando el toque y, de paso, un seguro para jugar en todas las campas del barrio. Luego creces y descubres el espectáculo del fútbol profesional, que no consiste sino en pagar por animar al que cobra por jugar, pero esto ya es otra cosa. Algo así, en los toros, sólo lo he visto en el burladero de la empresa de Las Ventas, donde periodistas que asisten de balde a la corrida insultan al público que, precisamente por haber pagado, protesta. Es el malentendido que estas Navidades ha estallado entre el personaje de Doña Croqueta, que viene de la cultura inglesa del fútbol, y la Grada de Animación del Bernabéu, inspirada en el movimiento neocatecumenal de Kiko Argüello, con cantos contra el racismo, la xenofobia, el heteropatriarcado, el cambio climático, la gripe del 18 y, según vaya el juego, los hackers rusos de Victoriano Sánchez Arminio. Cuando esas voces blancas en el Fondo Sur se unen al melífero danzón de Benzemá en la media luna (del área), el personaje de Doña Croqueta se queda traspuesto como si se hubiera caído en un gintonic, y no es plan. Zidane, que, como dice un amigo, ha adoptado esa línea mariana de la paz resumida en el «a mí que no me toquen el cocido», tampoco ayuda a despejar el muermo que hoy embarga a público, jugadores y flabelíferos blancos.

En Inglaterra tienen a Mourinho, al que Conte quiere meter en una habitación y ver quién de los dos sale. Conte acusó a Mourinho de demencia senil, y Mourinho se limitó a contestar que a él se le puede acusar de todo, «menos de amañar partidos» (diez meses por arreglar partidos fue la sanción a Conte por esa actividad).

En Cataluña, además del 0-3 del Bernabéu, tienen a Guardiola en Manchester con el lazo amarillo (cual cagada de paloma en la solapa) del golpismo, y en el desierto de Qatar a Xavi (ex cerebro de España y Príncipe de Asturias del casillismo), predicando la politología de «La Masía».

En Madrid sólo tenemos los ocho títulos de Zidane y los nervios de los 14 puntos de la Liga más la eliminatoria a cara de perro (Neymar y Mbappé) en Europa con el PSG por no haber podido ganar, ni en Madrid ni en Londres, al Tottenham Hotspur de Sir Alfred J. Ayer.

Esos nervios se ven en el cante de Zidane en lo del fichaje del portero Arrizabalaga, que deja Bilbao por Madrid, donde el entrenador no lo quiere y lo dice, con lo cual el futbolista, ya quemado en Bilbao, sube a la hoguera en Madrid, donde, allá por mayo, no quedarán de él ni las cenizas.

No pudiendo alabar sus sistemas, en Zidane alabamos sus resultados. Gana, luego es bueno. Y era bueno, se decía, en hacer jugar a los suplentes como si fueran titulares. Los suplentes eran jóvenes y tenían la ambición que a la juventud se le supone. Estalló Asensio y vino Ceballos, los dos talentos supremos del reciente fútbol español. Hoy, víctimas de un otoño tremendo, parecen dos hojas con nada dentro, a los que hay que unir a Hernández, a Llorente y seguramente a Arrizabalaga, mientras se habla de Neymar (sería divertido ver cómo se encajaría en la literatura madridista desarrollada durante su etapa en Barcelona) y se habla de… Hazard (el viejo sueño de Zidane), otro Benzemá de «Las mil y una noches»: hizo una temporada soberbia con Mourinho, que puso a todo el equipo a correr para él, pero al año siguiente, obligado a hacer algo más, decidió «hacer la cama» al entrenador:

-Le dije que lo sentía mucho, que me sentía culpable de su salida del Chelsea -lloriqueó luego.

Asensio era Hazard con gol, pero ahora lo ves y es una cerilla mojada.

Mas la Historia es caprichosa, y siempre puede ocurrir que Puigdemont consiga un día su republiqueta, con lo cual Messi, haciendo valer su cláusula de independencia, podría arrebatarle el «10» blanco a Modric, el colibrí dálmata.

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