RÍO2016Juegos Olímpicos

Leyendas españolas

Una plata de ley... antigua

Hasta que llegaron los títulos con la generación dorada, el mejor recuerdo de la historia de la selección española había que buscarlo en Los Ángeles’84El equipo dirigido por Díaz-Miguel se coló en una inesperada final ante los Estados Unidos de los aún universitarios Patrick Ewing y Michael Jordan

La selección de baloncesto, con la medalla de plata.
La selección de baloncesto, con la medalla de plata. - Efe

Fueron a Los Ángeles con la esperanza de realizar un buen torneo y regresaron tras escribir una de las páginas más brillantes del olimpismo español. La plata de la selección de baloncesto en 1984 fue tan inesperada como celebrada.

De hecho, los jugadores ya lo festejaron antes del último partido, como han reconocido algunos de ellos en numerosas ocasiones. La victoria ante el rival de la final no la contemplaban ni siquiera las casas de apuestas. Estados Unidos era tan inabordable hace casi tres décadas que el éxito comenzaba a partir de la segunda plaza. Y, pese al boicot de la Unión Soviética y de sus satélites y la plata lograda en el Europeo de Nantes de 1983, la presencia de la gran Yugoslavia, de Italia y de otras potencias como Brasil, Canadá y Australia ponía el precio del podio a una altura difícil de pagar por España.

Antonio Díaz-Miguel contaba con un equipo repleto de grandes nombres -Juan Antonio San Epifanio ‘Epi’, Juan Antonio Corbalán, Fernando Martín, Nacho Solozábal, Juan Domingo de la Cruz, Juan Manuel López Iturriaga, Fernando Romay, Andrés Jiménez, Josep María Margall, José Luis Llorente, Fernando Arcega y José Manuel Beirán fueron los doce seleccionados - pero España, aunque establecida como una de las habituales en las fases finales de los grandes torneos, no tenía una trayectoria demasiado exitosa cuando llegaban los momentos importantes de cada competición.

Por eso, el objetivo era dar la mejor imagen, con una previsión que de ningún modo contemplaba alcanzar las medallas. Pero la trayectoria de los españoles fue impecable. Tras superar de manera agónica a Canadá, se solventaron con cierta tranquilidad los compromisos ante Uruguay, Francia y China. Para acabar la primera fase, la esperada derrota (68-101) ante el coloso estadounidense. Dirigidos por el mítico Bobby Knight, en el listado de jóvenes figuras de la NCAA aparecían tres futuros componentes del ‘Dream Team’ –Patrick Ewing, Michael Jordan y Chris Mullin-, además de una serie de buenos jugadores como Joe Kleine, Jon Koncak, Sam Perkins, Alvin Robertson o Wayman Tisdale.

Y llegaron los cruces. Demostración de capacidad anotadora ante Australia en cuartos (101-93) y excelente triunfo en semifinales ante la todopoderosa Yugoslavia de Drazen Petrovic, Andro Knego y Drazen Dalipagic. La medalla era un hecho. La final ya era lo de menos.

Muchos españoles trasnocharon para poder ver por televisión un partido que sabían cómo iba a acabar pero que todos ya entendían como histórico. Ni una mala cara tras la más que predecible paliza (96-65) y sí muchos buenos recuerdos. El tapón de Romay a Jordan –el pívot todavía bromea comentando que, después de tantos años en la primera línea de la selección y multitud de títulos con el Real Madrid, se le recuerda por una décima de segundo en la que bloqueó el lanzamiento del proyecto de jugador que años después se convertiría en uno de los más grandes de todos los tiempos-, el mate de Fernando Martín, el gran partido de Andrés Jiménez. Son momentos que, hasta hace bien poco conformaban las imágenes más gloriosas del baloncesto español.

Bañados por la gloria lograda por la generación dorada del equipo nacional, que ha dado los títulos que le faltaban al expediente de la selección, hay que saber analizar con coherencia y distancia el valor de la plata de Los Ángeles. Sin el desarrollo mediático actual, con la diferencia sideral que existía entre Estados Unidos y el resto del mundo en los ochenta, y sin el gen campeón que el deporte español ha conseguido en los últimos años, Díaz-Miguel y sus pupilos se convirtieron en héroes y colocaron al deporte de la canasta en un escalón que no volvió a alcanzar hasta que Pepu Hernández habló de BA-LON-CES-TO con el título de campeón del mundo en el bolsillo.

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