Europeo sub 21

Alemania venga el gol de Fernando Torres

Nueve años después del éxito en la Eurocopa 2008, España se queda a las puertas de otro título

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La puesta en escena de Alemania atrajo a la memoria colectiva todos aquellos clichés que se refieren a los panzer teutones. Aquella frase de Lineker, según el cual el fútbol es un deporte «al que juegan once y siempre gana Alemania». O esa sensación tribal de la necesidad de hacer un hueco siempre a los germanos en cualquier final de cualquier competición futbolera. Pase lo que pase, en la categoría que sea, el país invitado tendrá que medirse a los fornidos hombres de pelo rubio y suela ancha.

Ese panorama dibujó la selección tedesca sub 21 en el primer acto del partido de Cracovia. España también reeditó en 45 minutos la inevitable pasión mediterránea, según la cual se gana sin bajar del autobús, como Helenio Herrera.

«Somos tan favoritos, pero muy, muy favoritos», se escuchaba en una radio antes del encuentro, el fútbol siempre un enjambre de pronósticos vacíos. País de extremos, España pasó en tan breve espacio de tiempo de la ilusión desbordante, un equipo capaz de ganar el Mundial de Rusia de los mayores, al recuerdo de las finales perdidas.

Aquel balón que se escurrió por el antebrazo de Arconada, el disparo de Platini que elevó a los altares a Francia y condenó a aquella selección de Miguel Muñoz en la Eurocopa del país vecino. O los penaltis que fallaron Raúl y De la Peña en la final de la Eurocopa sub 21 en 1996 ante Italia, con Panucci, Totti y compañía. Y, en un baúl más profundo de evocaciones, ese oro en los Juegos Olímpicos de Sidney de 2000 que se escapó ante Camerún por el penalti que no anotó Amaya.

«Jugar sucio»

Hasta ese pálpito de fatalidad en la perspectiva condujo Alemania a España antes del descanso. Jugó con mucha propiedad y una intención clara: evitar el saque de puerta de Kepa en conexión con alguno de los artistas del centro del campo. Una presión en campo contrario, casi a los pies del portero español, quien más de una vez miró incrédulo, sin un compañero al que trasladar el problema con el balón.

Lo hicieron los germanos por las buenas o las malas. Tanto eco tuvieron sus declaraciones previas al choque -«hay que jugar sucio, dar patadas si es necesario»- que el francés Benoit Bastien más parecía un mediador que un árbitro. Puso paz, rebajó la tensión en cualquier trance, pidió colaboración a los jugadores y colocó la primera amonestación en las espaldas de Saúl, que agarró a un adversario. Por ahí también cobró ventaja Alemania.

Los augurios se concretaron en la jugada más tonta de los germanos, un centro desde la derecha, el cabezazo desde Cuenca de Weiser y el balón a la cazuela de Kepa por la escuadra. Nueve años después del gol de Fernando Torres a Lehmann en la Eurocopa 2008 (el jueves fue el aniversario), siete más tarde de aquel cabezazo de Puyol en el Mundial de Sudáfrica en las semifinales, los germanos intuyeron la venganza.

La reacción de España se tradujo en un regreso al plan inicial de Alemania, aquel que invitaba a la patada y tentetieso que proclamaban los clásicos. El árbitro francés tuvo que hacer uso, inevitable, de su bolsillo izquierdo. Empezaron a caer tarjetas amarillas para los cachorros tedescos, fieros zapadores a ras de suelo como sus mayores.

España recuperó durante algunos minutos del segundo acto el virtuosismo de sus pasajeros: Asensio, Ceballes, Saúl y Marcos Llorente armonizaron el juego y la posesión, pero un portero de apellido Pollersbeck rememoró con sus paradas la tradición de guardametas del país: Maier, Khan, Lehmann, Neuer...

Como no llegó el gol español en los tiros de Saúl, Ceballos o Deulofeu, los germanos casi celebraban como un penalti cada saque de banda a favor, oxígeno para sus pulmones y desesperación para los españoles. El árbitro abrió una espita cuando ya se veía perdido todo: cuatro minutos de prolongación. Pero ni así. Ni a la heroica pudo España con Alemania.

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