Muller remata ante el defensa holandés Rijsbergen en la final del Mundial 1974
Muller remata ante el defensa holandés Rijsbergen en la final del Mundial 1974
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«Torpedo» Muller, el mito pierde la memoria

El alzhéimer se ceba en el irresistible goleador del Bayern Múnich y la selección alemana

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Gerd «Torpedo» Muller pegado en una chapa de Mirinda que un niño con pantalones cortos desliza en un campo de tierra; rostro de un cromo cotizado en la madrileña plaza de Quintana, donde todavía hoy se mercadea con estampitas de futbolistas; ídolo de los niños del «baby-boom» de los 60 que empezaron a construir su memoria en la época en que el legendario delantero prestaba sus servicios al Bayern Múnich y la selección alemana -entonces Alemania Federal, la buena, la que ganaba-. Una memoria no compartida ya con el exfutbolista nacido en Nördlingen, Baviera, que el 3 de noviembre cumplirá 70 años.

Hace unos días, el Bayern, uno de los equipos que más cuida de sus símbolos, hacía oficial que «desgraciadamente, Muller está gravemente enfermo.

Desde febrero de 2015 está siendo tratado por profesionales y recibiendo el apoyo de su familia». El alzhéimer ha hecho presa en uno de los goleadores más deslumbrantes de la historia de este deporte. Muller, el hombre que tumbó a la Holanda de Cruyff, sufre un fundido en negro.

Mundial y Copa de Europa

Años de futbolistas desgreñados y con largas patillas, de televisión en blanco y negro, de información buscada con denuedo por los aficionados; cabría preguntarse qué nivel de popularidad habrían alcanzado aquellos tipos con los actuales altavoces de las redes sociales. Pero, sobre todo, un año para el recuerdo, 1974, el del Mundial ganado por Alemania a la «Naranja Mecánica» con un gol de Muller, de delantero centro puro, control y media vuelta, como una peonza, todo en un visto y no visto.

En la final, disputada el 7 de julio en el Estadio Olímpico de Múnich, Holanda se había adelantado de penalti (cometido sobre Cruyff, cobrado por Neeskens al estilo Neeskens: zambombazo por el centro de la portería). Después empató Breitner, también desde los once metros, antes del relampagueante escorzo de Muller. En aquel equipo jugaban Maier, Vogts, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Breitner, Hoeness, Overath, Bonhof... la columna vertebral del Bayern reforzada con talentos del Borussia Mönchengladbach, el Colonia y el Eintracht Frankfurt.

Impresionante palmarés

Los del conjunto bávaro venían de ganar la Copa de Europa al Atlético de Madrid en la final de Heysel, en Bruselas. El primer acto se jugó el día de San Isidro. En la prórroga, Luis Aragonés marcó de maravilloso golpe franco: levantó los brazos antes de que el balón se clavara en la escuadra derecha de Maier. Después llegó el pelotazo desesperado de Swarzenbeck desde tropecientos metros, que empató el encuentro cuando agonizaba y despertó bruscamente del sueño a los aficionados rojiblancos. En el partido de desempate, el Bayern destrozó al Atlético (4-0), con dos goles de «Torpedo» Muller.

Antes, durante y después de aquel año mágico, el también apodado «Der Bomber der Nation» (el Bombardero de la Nación) nutrió una hoja de servicios intachable: ganó 13 títulos con el Bayern, club en el que jugó desde 1964 hasta 1979, marcando 533 goles en 585 partidos. Tres Copas de Europa, una Recopa, una Intercontinental, cuatro Bundesligas y otras tantas Copas de Alemania, además del Mundial del 74 y la Eurocopa del 72 con la selección, jalonan su trayectoria. Conquistó el Balón de Oro en 1970 y en 1972 estableció el récord de mayor número de goles marcados en un año natural, 85, un registro que permaneció durante 40 años. Fue superado por Messi con 91 tantos en 2012.

Muller no era un delantero alto (1,76) ni habilidoso, el regate no era una de sus especialidades. Más bien rechoncho, contrastaba con el apolíneo Beckenbauer, con el que tantas veces se asoció. Pero su oportunismo y potencia (ser paticorto da réditos en este negocio), su capacidad para leer el juego y colocarse en el lugar adecuado en el momento preciso le subió a los altares. Marcaba con la cabeza y los dos pies. Su instinto de «killer» no tenía secretos. «Marcaba tantos goles porque no pensaba», dijo. La enfermedad, ahora, le ha condenado a no recordar.

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