Fórmula 1 | GP de AustraliaEl agujero negro de Alonso

Después de dos campañas en McLaren, su futuro se anuncia gris en 2017 por la flojera del motor Honda. El progreso no llega

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Hay algo de injusticia poética en el preámbulo de 2017 en la Fórmula 1. El deportista que elevó este deporte a la cumbre, el tipo que transportó a un país sobre ruedas hace una década, generó una industria sin precedentes a su paso y consiguió audiencias de fútbol en las televisiones, se encuentra ahora inmerso en un agujero negro. ¿Cómo es posible que uno de los mejores pilotos, sino el mejor (ahí compite con Hamilton), mantenga la incertidumbre de si acabará la primera carrera en Australia y la certeza de conducir el coche con el motor más pobre de toda la parrilla? La pregunta tiene respuestas.

«Estoy seguro que lo mejor para el aficionado a la Fórmula 1 es que hubiéramos fichado a Alonso para hacer pareja con Hamilton», argumenta Toto Wolff, el jefe de Mercedes que tanteó esa vía cuando Nico Rosberg dio portazo a este deporte con el título en la mano.

«Me encantaría competir de nuevo con Fernando. No merece estar tan atrás», dice Daniel Ricciardo, el piloto australiano de Red Bull. «Me hubiese gustado ver a Alonso en Mercedes», declaró el propio Rosberg. «Mercedes puede ser su última oportunidad», le instó el propietario de su primer equipo, Giancarlo Minardi.

Son palabras de sus adversarios que se las puede llevar el viento y convertirse en papel mojado. Pero no así los contratos que ha sellado el asturiano con los dueños de las escuderías más famosas de la Fórmula 1. Ferrari, McLaren (dos veces) y Renault han pagado su estilo a precio de oro y han transformado a Alonso en pasajero habitual de todas las listas de Forbes, tanto en España como en el mundo. Ese dinero se corresponde con el talento perceptible del piloto, su estatus en un mundo de tiburones, su permanencia durante dieciséis temporadas en un deporte sin piedad que fulmina a los veteranos y a los jóvenes sin contemplaciones. Aquí los débiles se despeñan.

Espiral peligrosa

Alonso sigue, pero ya no gana. En un negocio complejo, que cuesta metabolizar porque no triunfa el mejor piloto como vence el mejor tenista, ciclista o atleta, sino el mejor coche, el español ha ingresado en un peligrosa espiral. Los pronósticos ya no cuentan con él porque el gobierno pertenece a otros. Estuvo a un suspiro de amarrar ese tercer título en 2010 a los mandos del Ferrari, en aquel desdichado error estratégico de sus ingenieros. Tuvo una segunda opción en 2012, en pleno rodillo del despliegue aerodinámico del Red Bull y de los éxitos de Vettel. Y desde entonces, esa incesante búsqueda del guerrero ha chocado contra el tiempo.

Se despidió de Ferrari (que no gana el título de pilotos desde 2007) en una peliaguda encrucijada. Abandonaba la escudería de leyenda, le hacía un «unfollow» en toda regla por sus desavenencias con un nuevo y efímero jefe (Marco Mattiacci) y se embarcó en un equipo histórico y de probada competencia que lo está llevando a la frustración absoluta.

Acostumbrados el público y los medios a su estancia en el escalafón dominante, 2015 se interpretó como un banco de pruebas en la sociedad de los novatos (Honda) con McLaren. Fiasco total y un coche con su piloto campeón del mundo arrastrándose en clasificaciones y carreras. En 2016 se advirtió la evidencia de un progreso. Los ingenieros japoneses de Honda proporcionaron más caballos al McLaren y lo instalaron en la franja media de la F1. Alonso posee una virtud por encima de todas: exprime el jugo de los coches, siempre los lleva al límite de sus posibilidades. Y también lo envuelve otra cualidad: su carácter es volcánico pero conoce los beneficios de la paciencia. Mientras encuentra química con sus interlocutores y colaboradores, no abandona. Solo cuando él se considera desplazado (Hamilton y McLaren en 2007) o ninguneado (Ferrari con Mattiacci en 2015), rompe amarras como si no hubiera un mañana.

Durante los ensayos de pretemporada en Montmeló, muchas tertulias de paddock giraron en torno a las visiones futuristas de lo que hubiera sucedido si Alonso no hubiese roto con McLaren en 2007 disponiendo como disponía del mejor coche. «Allí, en aquel momento, no se podía seguir. Y es estéril remover lo que pudo ser y no fue»», dicen en su círculo privado.

La realidad que dibuja hoy la Fórmula 1 tiene que ver, como siempre, con los resultados de su pionero, Fernando Alonso. Donde antes viajaban cuatro televisiones españolas (tres autonómicas y una generalista) con el asturiano en Ferrari, hoy solo lo hace una y que emite las carreras en formato de pago. Apenas tres o cuatro periodistas españoles conservan su pase permanente frente al batallón de veinte o treinta que antes contaba la vida del piloto por el mundo. Las radios ya no hacen programaciones especiales para colocar la F1 en las ondas.

El motor Honda no funciona ni se le espera, pero Alonso se resiste a la rendición. «No me iré hasta que consiga lo que creo que merezco», dijo en Montmeló. Tal vez el talento y la virtud sean premiadas un día en aras de la justicia poética que da la espalda al español.

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