Ciclismo

Bouhanni hace un corte en La Manga

Sancionado el día anterior y relegado a la última plaza, el francés se toma la revancha en San Javier

El sprint final de la sexta etapa de la Vuelta Afp

J. Gómez Peña

A Nacer Bouhanni le puede la rabia. Su origen está en el norte de África. Su infancia, en un suburbio francés donde era un ‘pies negros’, un emigrante magrebí. Su afición, en un ring. El boxeo es su debilidad. Así pedalea, a puñetazos. Suele meterse en líos y los resuelve a golpes. La polémica le persigue incluso cuando no es culpable. Los jueces de la Vuelta le sancionaron el miércoles por remolcarse en el coche del Cofidis, pero al escribir esa infracción en el parte diario lo hicieron mal. Dieron a entender que el ciclista galo la había emprendido a golpes con el vehículo de su director. ¿ Otra bronca de Nacer ? Y no fue así. Bouhanni fue castigado y le clasificaron el último. Durmió con bilis en la almohada. Lleva un año torcido, enemistado con su propio equipo. Necesitaba golpear algo y, justo un día después, en el sprint de San Javier, en La Manga del Mar Menor, entró el primero. Lo celebró a su manera: con un golpe al aire. « Tenía un punto de rabia por todo lo que había pasado el día anterior », confesó. La rabia de Nacer que tantas veces le confunde le guió en esta ocasión para batir a Van Poppel , Trentin , Viviani y Omar Fraile.

La etapa fue desde la tierra desértica de Almería al mar de la meta en San Javier, sede de la Academia del Ejercito del Aire . Tierra, mar y aire. En el ciclismo todo cuenta. El viento también hace su trabajo. A 30 kilómetros de San Javier, el pelotón se puso en guardia. Soplaba el aire desde la cuneta derecha, de tierra roja. Al paso por La Unión, un tropezón tajó el grupo. Felline , uno de los afectados, se arrimó magullado al coche médico. No buscaba diagnóstico, sino el espejo retrovisor. Se miró. Bien. Todo en su cara seguía en el sitio. Pero el grupo ya volaba partido. La caída y el viento relegaron a Pinot . Y un pinchazo desinfló la opciones de Keldermann . Los dos regalaron casi dos minutos en la meta. Sus candidaturas menguan. Mucho. Se reduce la lista de favoritos. Sólo puede quedar uno. La ley de la supervivencia ciclista.

Embarcado como está el planeta en otra era de extinción de especies, el lince ibérico es el símbolo de la resistencia. En 2002 apenas quedaban cien ejemplares. Hoy son unos 600. A Luis Ángel Maté le llaman el ‘lince’, el ‘lince andaluz’. Es de Marbella y cuando se hizo ciclista, en 2007, declaró: «Que haya dos profesionales en Málaga es tan raro como que salgan dos esquiadores de Kenia». El otro paisano era José Antonio López Gil , el ‘malagueta’, que endureció sus piernas sobre un hidropedal mientras pescaba pulpos para sacarse un sueldo. Maté tenía razón: un ciclista en Marbella es una especie en peligro. Queda uno. Él.

Y lleva lo que va de Vuelta en fuga. De cinco etapas en línea se ha escapado en cuatro. «El miércoles no pude, estaba agotado». Se dio esa jornada de tregua y, sólo un día después, volvió a la carga desde la salida en Huércal-Overa hasta la costa murciana que va a San Javier. Con él se fueron Richie Porte , que ya ha malgastado muchas ocasiones en la grandes vueltas, y el cordobés Jorge Cubero , que no quiere desperdiciar ni un minuto de su debut. Tres linces. Detrás, la jauría de los velocistas. Ladridos y colmillos. El trío estaba sentenciado, pero no por eso dejó de huir.

Maté está acostumbrado. Su biografía es itinerante. Siempre que le preguntan por un ídolo habla de su padre, de la familia. Por ser de ciclista y de Marbella obligó a los suyos a madrugar. De cadete corría en Cádiz y se concentraba en el Centro de Tecnificación del Deporte, en Sevilla. De juvenil, en Granada. Allí, junto a la Alhambra, se hizo mayor en la cantera del Ávila Rojas. Para crecer más emigró a Italia, al Androni, a aprender el oficio junto a Rebellin y Scarponi . Dicen que el lince es tan rápido que es capaz de dejar atrás su sombra. A Maté no es fácil seguirle el rastro. No hay día en esta Vuelta que no trate de esquivar a la partida de caza. Y todo por cobrar una pieza: el reinado de la montaña. Lo merece. Lo ha mordido con ganas.

A diario, el podio ve su sonrisa. « He hecho de mi pasión mi forma de vida ». Tiene ya 34 años. Se libró de una infancia esposada a las videopantallas. Nació a tiempo para jugar a las chapas. Su generación es la última que recortó rostros de ciclistas y los pegó en los tapones de las botellas de refrescos. Los últimos ejemplares de su especie. Linces. Camino de San Javier, el pelotón los exterminó sin piedad . Ya sonaba el viento. Los velocistas venían al acecho. El miedo aceleró el ritmo y cortó el grupo en rebanadas. En la primera iban todos los favoritos, salvo Keldermann y Pinot. Viviani puso al Quick Step a conducir. Era la referencia. Se pegó a la valla izquierda, pero por el centro, con espolones, Bouhanni se hizo hueco. Sabe hacerlo. Zigzagueó. Defendió su plaza, cabreó a Trentin y, con un golpe de riñón batió a Van Poppel. En la Vuelta de hace cuatro años acabó el último la etapa previa a su victoria en Albacete. Como en San Javier. «Un día de calvario y otro de triunfo», recalcó. «Me ha venido bien leer las tonterías que la prensa publicó sobre mí, sobre si me había peleado con mi director». Rabioso Nacer, que hizo un corte en La Manga .

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