CÁDIZ CF

El hermano indio de Dios

Mágico González regresó a la Tacita de Plata para delirio de sus seguidores y mayor gloria del homenajeado

Pepe Reyes

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Mágico ha sido el protagonista estos días.

Alabado por la multitud, venerado por una fervorosa feligresía, Jorge González Barillas franqueaba, a una hora mucho más tardía de lo programado, esa puerta del Carranza bautizada con el mágico título de su apodo. Ponía así el desconcertante colofón a su visita a la ciudad, en la que se hizo futbolista de renombre internacional y de la que ya forma parte de su vida, de su idiosincrasia, de su leyenda. Una ciudad que lo ha catapultado a la categoría de héroe y que, enredada la realidad con el recuerdo mediante la hiedra progresiva del tiempo, lo elevó al Olimpo triunfante de los mitos. Mito que se hizo carne durante unos días para delirio de sus seguidores y mayor gloria del homenajeado.

Personaje de culto para el gaditano , que tanto lo disfrutó como jugador amarillo, que tanto lo padeció también en sus intermitentes indolencias y al que permitió y hasta jaleó sus múltiples episodios de indisciplina, de incomparecencia, de artísticas apatías, de castizas impertinencias. Aún recuerdo la lapidaria proclama de mi añorado amigo José Luis ‘El Arcaico’, quien, como argumento definitivo en defensa del salvadoreño, tras algún desviado comportamiento de éste, le adjudicó la categoría de ‘El hermano indio de Dios’. Con lo cual, establecida y subrayada el parentesco fraternal con la Trascendencia, poco cabía de discusión. Por lo que se puede concluir que, a pesar de tratarse de un hombre poseedor de extraordinarias potencialidades no explotadas como futbolista, si su carrera se hubiese desarrollado en una localidad distinta a la nuestra, tal vez, no habría salido del anonimato.

Delantero maravilloso, tocado como pocos con la chispa de la genialidad , capaz de sorprender con el arabesco imprevisible de un regate asombroso, barroco, de golpear el balón con exquisitez precisa, inverosímil, de extraer de su mágica chistera el recurso más deslumbrante. Apoyado en su innata velocidad y en su desequilibrante cambio de ritmo, era imparable cuando encaraba en carrera y con espacios a los defensas. Pero el mito ha empequeñecido al recuerdo y, tanto en la década de los ochenta como ahora, la persona dista mucho del personaje.

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