CÁDIZ CF

En el último suspiro

Aridane, Garrido y Ortuño constituyen hasta la fecha la columna vertebral de un Cádiz CF que salió victorioso sobre la bocina ante el Numancia

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Garrido celebra con Álvaro el gol del triunfo.
Garrido celebra con Álvaro el gol del triunfo.

Con la grandeza épica del que vuelca toda su fe en el empeño, en la frontera agónica que marca el último suspiro, en la postrimería extrema de un partido que se escapaba, alcanzaba el Cádiz CF la tan necesaria como anhelada victoria frente al Numancia. Tras un arreón final repleto de ímpetu y coraje de los locales y tras varias ocasiones de abrir el marcador falladas, el graderío contenía el aliento cuando, en el minuto 93, Dani Güiza botaba el córner con el que se habría de cerrar el capítulo de ocasiones para batir el marco contrario.

Unánime sensación de abatimiento y expectación que se trocaba en estallido general de alegría al contemplar cómo el esférico, lenta y plácidamente, besaba, al fin, la red tras fenomenal cabezazo de Garrido. Con el dorado broche de este gol decisivo completaba este jugador una portentosa segunda mitad, en la que se erigió en dueño del centro del campo, donde, presto y raudo en todas las disputas, barría cuantos balones circundaban su zona y hasta era capaz de entregarlos con sentido y precisión.

Otro gran encuentro del centrocampista vasco que, junto a Aridane y Ortuño, constituyen hasta la fecha la columna vertebral sobre la que se sustenta el juego del equipo. Armazón que se alimenta del oxígeno generado por esos dos pulmones que son Álvaro García y Salvi, jugadores de endiablada velocidad, que lo mismo se les ve envueltos en labores defensivas en su propia área que, a los pocos segundos, se encuentran ya amenazando la contraria con vertiginosas galopadas.

El equipo muestra un juego basado en la máxima concentración defensiva y en el despliegue rápido y directo en ataque, donde Ortuño debe fajarse entre los centrales contrarios, bajar el balón que le llega desde su zaga, controlarlo y abrirlo raudo a las bandas, para propiciar ahí el desborde de los extremos. Sistema que obvia de forma explícita la circulación de pelota y las largas posesiones pero que, por lo visto en los encuentros disputados y a pesar del desasosiego que provoca en la afición, posibilita generar más ocasiones de peligro que sus rivales.

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