Cádiz CF

El Trofeo

El sistema de los cuatro partidos, sólo mantenido en calidad de reminiscencia de un pasado de esplendor, resulta en la actualidad tan anacrónico como inviable

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Este fin de semana, fiel a una cita anual que suma ya sesenta y dos ediciones, viviremos un nuevo episodio del otrora conocido como el Trofeo de los trofeos. Y, tal como viene siendo habitual en las últimas temporadas, su inauguración consistirá en el clásico duelo entre Cádiz y Atlético de Madrid, partido que, a fuerza de ser repetido, resulta ya redundante y hasta cansino para el aficionado. Aunque hemos de asumir que los emparejamientos de los equipos responden, en estos casos, a extradeportivos intereses, no resultaría mala idea intentar que este choque entre madrileños y gaditanos no se convierta en un permanente e invariable partido de presentación del Cádiz ante su hinchada. Duelo que, al menos, contará con una afluencia aceptable de público, preámbulo de un desolador cemento que se prevé para los tres partidos restantes.

Salvo que el once anfitrión repique una inesperada campanada y acceda a la final. Porque el sistema de los cuatro partidos, sólo mantenido en calidad de reminiscencia de un pasado de esplendor, resulta en la actualidad tan anacrónico como inviable. Lejos quedan ya aquellos trofeos de llenos hasta la bandera y desatada expectación, de hamacas en la playa como pernocte improvisado de forasteros, de apresurados bocadillos y de grandes comilonas, de generosos agasajos municipales a los dirigentes de equipos invitados, de aglomeraciones extasiadas en la calle Columela ante el brillo argentífero del abigarrado barroco de tres copas monumentales, de ingeniosas picarescas para el cuelo, de fuegos de artificio, de veranos que declinaban entre la fiesta, el fútbol y la emoción.

Ocasión única para contemplar de cerca y a todo color a aquellos héroes mundiales del balompié, sólo conocidos entonces por la leyenda de sus proezas y desde la distancia que marcaba la lejanía en blanco y negro de eventualísimos partidos televisados. Pero el tiempo transcurre inexorablemente. Los usos, las modas, las costumbres, el fútbol, nuestra ciudad y, en definitiva, la vida ha cambiado tanto en estas últimas seis décadas, que todo lo que fue nos parece lejano, pintoresco y casi incomprensible. Ya nada es como antes y el Trofeo tampoco.

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