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ABC - Kobe Bryant, en el draft de 1996
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Kobe Bryant, el último gran anotador

El baloncesto mundial se emociona ante la retirada del eterno escolta de los Lakers, que se va a final de temporada

Madrid Actualizado: Guardar
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Kobe Bryant jugó mal el domingo, los Lakers perdieron otra vez (llevan 14 derrotas en 16 partidos), y sin embargo se notaba la felicidad en el ambiente cuando el «24» anotó un triplazo a diez segundos del final, insuficiente para discutir la victoria de Indiana. La razón es que Kobe, con 37 años, ya ha dicho que deja las canchas a final de año, y cada canasta que anota nos recuerda que estamos dos puntos más cerca de despedir a uno de los mayores genios que ha dado el baloncesto. Celebrarle es inevitable y no hacerlo sería irresponsable.

Kobe anunció este domingo que deja el basket a final de temporada, en los Juegos de Río a más tardar si es que entra en la selección americana.

Su cuerpo ha terminado por cerrar una carrera ejemplar de 20 años de duración, después de tres temporadas llenas de lesiones. El trance ha tenido que ser muy duro para Bryant, que llegó a la NBA como un divo: no tenía ni 18 años y su agente ya amenazaba con que sería difícil que aceptase jugar para otro equipo que no fuesen los glamurosos Lakers. En Los Angeles complacieron su deseo pese a que era un menor de edad recién salido del instituto, tal era lo especial que aparentaba ser el chaval.

Aterrizó en la liga que dominaba Michael Jordan, el nombre que explica la carrera del heredero de Magic. Bryant, enamorado y obsesionado con el baloncesto, hipotecó sus días a cambio de ser una réplica casi exacta del «23» de los Bulls. Fue un «nuevo Jordan», el sucesor condenado a vivir a la sombra del mito. Pero lo fue de una forma definitiva: era «el nuevo Jordan», una figura tan grande que pese a estar hecha con un molde ya conocido, brillaba con tanta luz para diferenciarse de su padre baloncestístico.

La gran gesta

Si quedó por detrás de Jordan en muchas cuentas —seis títulos a cinco, seis premios de MVP de las finales frente a dos—, al menos le superó en la que es la gran gesta del baloncesto moderno, los 81 puntos anotados en un partido. Aquella, la segunda mejor marca de la historia, no fue una explosión inevitable, sino la consecuencia lógica de su obsesión por meter la pelota de cuero en el aro. Nadie más podía secuestrar un partido de esa forma. Su repertorio técnico era inigualable, una colección infinita de recursos para anotar. Solo su hambre por ganar estaba a la altura de sus recursos. Aunque hubiesen jugado a deportes distintos, su instinto asesino, autor de innumerables canastas decisivas, le habría emparentado directamente con Jordan.

La noche de los 81 puntos, Kobe ya había sido campeón de la NBA tres veces. Bryant supo ser la mejor segunda espada posible de Shaquille O’Neal en la primera parte de su carrera, luciendo además el don de brillar con más fuerza cuando más fuerte le alumbraban los focos. Aquello estaba destinado a no durar mucho porque los egos eran demasiado para el mismo vestuario. Ni Phil Jackson supo hacer que aquello resistiera las derrotas más duras.

El innegable espíritu individualista de Bryant le convirtió en un líder complicado, pero tanto necesitaba a las victorias que terminó por comprender que ni siquiera él podría conseguirlas solo. En 2008 el destino le sirvió en bandeja al mejor compañero que pudo tener, Pau Gasol. El español no era una súperestrella para discutirle galones y era tan bueno como para llevarle de vuelta a lo más alto. Así jugaron tres finales y ganaron dos títulos, en los que Bryant, esta vez sí, fue coronado mejor jugador, su techo deportivo.

Tras el rosario de lesiones de los últimos años, a Kobe le cuesta una vida hacer las cosas que antes elaboraba en la cancha sin esfuerzo. En el poema con el que anunció su despedida, un retrato de su amor al baloncesto, le recuerda a su deporte amado que pase lo que pase él siempre será aquel niño que quería meter la bola de calcetines en la canasta de ropa sucia. Así ha sido su carrera, el último de una estirpe de anotadores legendarios, desde Jerry West hasta Jordan. Ayer, el baloncesto mundial amanecía conmocionado:«Es uno de los mejores», resumía Adam Silver, comisionado de la NBA. «Gracias por todo, hermano», añadía Pau Gasol. Tercer máximo anotador histórico, cinco veces campeón y, sobre todo, el niño grande que solo quería encestar y ganar.

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