Dos boxeadores se entrenan en el gimnasio de Jero García en Madrid
Dos boxeadores se entrenan en el gimnasio de Jero García en Madrid - Rafa Albarrán

BoxeoVuelve el deporte milenario

El repunte del boxeo en España se plasma en la afluencia a gimnasios y en veladas con aforos completos

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Una puerta negra que antes fue un garaje proclama la esencia de un deporte milenario. «El boxeo es vida. Vive duro» se lee en los bajos de un barrio al suroeste de Madrid que comparte mensaje con artistas callejeros. Zoan, Seag y Gardunk también han pintado con grafitis las paredes de la estrecha calle paralela al Paseo de Extremadura que alberga las fragancias de una actividad romántica y maldita, vivero narrativo en la literatura y el cine. El boxeo trata de repuntar en España, alejado de un aura maléfica que nadie sabe cómo se propagó pero que casi lo sepulta. El número de clubes, como este que adiestra el polifacético Jero García (exboxeador, entrenador, actor, presentador de tv) en el barrio del Lucero, ha crecido en nuestro país en los últimos años.

De 128 a 308. Más del doble en una década. Un síntoma de la atracción que genera entre los ciudadanos, que no buscan obligatoriamente el combate o el KO sino la canalización de la adrenalina. El número de licencias de boxeadores que compiten se mantiene estable (3.188) y prospera el de clubes deportivos (308).

El gimnasio de Jero García desprende vitalidad, ardor guerrero y energía positiva en un distrito azotado por el paro. El pasado miércoles, dieciocho chicos y seis chicas se entrenan, sudan y sueñan. Quieren parecerse a Maggie, la camarera que interpreta Hillary Swank en Million Dollar Baby, o a Danny Flynn, el activista del Ira que abrió un local en Belfast. Cuando hablan de Muhammad Ali, cuyas fotos inundan la estancia, alguno interpreta una reverencia.

Los muchachos golpean los trece sacos diseminados por el local, practican el shadow-boxing que consiste en esquivar a su propia sombra o a su imagen reflejada en alguno de los enormes espejos, golpean con armonía el punching-ball (la célebre pera) o saltan a la comba con una frecuencia intermitente. Sabor a gimnasio auténtico, del extrarradio, urbano, relato de Ernest Hemingway o Norman Mailer.

El recinto es un sinfonía para los sentidos. «No importa el tamaño del perro, sino las ganas de pelar que tenga» dice el lema al que se dirige la vista en la pared junto al ring, donde un boxeador español y mulato, Eric Pambani, lanza un grito de alivio cada vez que suelta un derechazo o un gancho de izquierda. Pambani es aspirante al campeonato de España de los superpluma. Nadie diría que su peso máximo no puede exceder de 59 kilos. Es una bola de músculos que, con agilidad felina, sortea los bastonazos de Jero, vestido con la camiseta número 10 de Dennis Rodman en los Detroit Pistons.

«El boxeo enlaza con el carácter primario del ser humano, luchar», argumenta Jero, entrenador y alma del gimnasio. Controla cada impacto de Pambani, saluda a su sobrino, bromea con el último inquilino del local –un chaval de doce años amante de este deporte– o decide quién debe saltar a la comba y quién no. «Es la vida misma, una lucha sangrienta desde que me levanto hasta que me acuesto».

Jero García, que ejerce de estrella televisiva como «Hermano mayor» en el programa de los adolescentes conflictivos, habla con gusto de su deporte. «En el boxeo no tienes la obligación de golpear a nadie si no quieres. Los que vienen al gimnasio pueden practicarlo con o sin contacto. Es un ejercicio que ayuda a los chavales a no pensar en lo que tienen fuera. Ayuda a encauzar la agresividad y la ira».

El entrenador no quiere pormenorizar en los problemas sociales de sus alumnos, sino en una dimensión más amplia. «La crisis es más familiar que económica. No existe disciplina, respeto ni conciliación familiar. A los chavales les falta decisión y en la vida hay que decidir. El deporte aporta determinados valores, como el respeto, la autoestima, la confianza y la decisión».

Jero se enorgullece por el repunte del boxeo en España, por la proliferación de clubes como el suyo, después de una travesía por el desierto. «Es un deporte políticamente incorrecto que el progresismo trató de manera inquisitorial en España. En los años ochenta se nos midió con un doble rasero y estuvieron a punto de hundirnos».

Desfile de ejecutivos

Quince kilómetros al norte de Madrid no hay rastro de grafitis en los muros ni estrechas calles con tendales de ropa, sino un reguero de oficinas, urbanizaciones nuevas con piscina y pádel y coches de alta gama. A la espalda de la sede de Tele 5, un ejército de comerciales encorbatados y mocasines oscuros se lanza a la calle en la hora del almuerzo. Se palpa el estrés en el tráfico bronco y en los andares de la gente.

Alguno de los señores y señoras trajeadas se acercan a un gimnasio, el Brooklyn, que regenta el excampeón de Europa y exseleccionador español Manel Berdonce, vecino de Tetuán y socio del noble Cayetano Martínez de Irujo en la gestión del negocio. «Es mi hermano», suelta el púgil. El recinto luce diseño, un ring profesional y una sala de fitboxing, modalidad que combina boxeo con ejercicios funcionales. Es boxeo para otro público. «Nuestro deporte es el más completo, ya que combina resistencia, potencia y velocidad. Es el gran desconocido», cuenta Berdonce, que vivía en una casa baja del barrio de Tetuán, no fue a la escuela y ahora imparte cursos de superación a directivos o da charlas en la Facultad de Medicina sobre prevención de lesiones.

La Federación de Boxeo se felicita por el resultado del último campeonato español, 400 púgiles a pabellón completo en La Coruña. Un seguimiento popular que se reflejó el pasado julio en la Cubierta de Leganés, un campeonato de Europa entre dos españoles con 15.000 personas en la grada, y que se plasma cada día en los gimnasios.

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