Los doce luchadores del establo Arashio (Tokio) se entrenan en ayunas y luego almuerzan en abundancia
Los doce luchadores del establo Arashio (Tokio) se entrenan en ayunas y luego almuerzan en abundancia - PABLO M. DÍEZ
Japón

El sumo lucha por su honor

Con duros entrenamientos, el deporte tradicional japonés intenta recuperar su prestigio tras los recientes escándalos

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Tras varios años de escándalos por amaño de combates y palizas de muerte en los entrenamientos, el sumo lucha por recuperar su honor como el deporte más antiguo y noble de Japón. Y lo hace con tanto ahínco como sus enormes luchadores, que se levantan cada día a las seis de la mañana para empezar a entrenarse media hora más tarde. Con el estómago vacío para no vomitar el desayuno, los «sumotori» se entregan cada amanecer a una demoledora sesión de cuatro horas de empujones y forcejeos con compañeros que llegan a pesar más de 150 kilos.

«El 70 por ciento del combate se decide en el "tachiai", la embestida inicial para ganar al rival sacándolo del "dohyo" (el círculo de arena donde tiene lugar la lucha)», explica a ABC Sokokurai, el «sumotori» de más alto nivel en el gimnasio Arashio de Tokio, uno de los 47 que funcionan en el archipiélago nipón.

Nacido hace 32 años en la región china de Mongolia Interior, donde despuntaba en la lucha greco-romana, Sokokurai pertenece a una generación de deportistas mongoles que desde hace años domina el sumo japonés, donde sus tres actuales «yokozuna» (máximos campeones) son de este país. Él mismo, que está entre la élite del «banzuke» (el escalafón del sumo donde aparecen sus casi 700 luchadores), podría haber llegado a lo más alto si no hubiera sido expulsado de la competición en 2011 por una denuncia de combates amañados, de la que salió absuelto dos años después.

«Es muy duro llegar a este nivel y supone una gran responsabilidad», reconoce este «sekitori», que tiene derecho a un sueldo mensual de un millón de yenes (8.234 euros) por pertenecer a la segunda división más alta de las seis en que se divide el sumo. Mientras los salarios se doblan por encima de él, los luchadores que están en los cuatro escalones inferiores solo reciben cada dos meses una asignación de 150.000 yenes (1.235 euros) por asistir a los seis torneos que se celebran al año, pero el establo donde entrenan les da el alojamiento y la comida gratis.

Para que se fortalezcan y ganen peso, su vida se basa en una rutina de durísimo entrenamiento matutino y un contundente almuerzo a base de «chankonabe», un estofado con carne o pescado y verdura que es una bomba de calorías y proteínas. Tras una siesta de un par de horas, vuelven a entrenarse de cuatro a seis de la tarde y luego recuperan fuerzas con una copiosa cena, que pueden regar con cerveza o sake en abundancia porque el alcohol les ayuda a coger kilos. A las diez de la noche, el toque de queda del establo les obliga a acostarse porque el descanso es otra de las claves de este deporte tradicional japonés, que hunde sus raíces en la religión sintoísta y data de hace 1.500 años.

«La formación es tan dura que llegas a un punto en que estás al borde de volverte loco», reconoce Sokokurai, quien pesaba unos 90 kilos cuando vino a Japón en 2003 y, con 1,85 de altura, ya está por los 143 kilos. A pesar de esta transformación de su cuerpo, reconoce que «no todo se basa en la fuerza y en ser grande, ya que hay muchas técnicas de lucha». Para él, la clave es «agarrar bien el "mawashi" (taparrabos) del rival con el fin de controlarlo y poder moverlo fuera de la arena». Casado, un privilegio que solo se les permite a los «sekitori», Sokokurai se esfuerza por seguir ascendiendo en el «banzuke» (ranking) antes de retirarse dentro de cuatro o cinco años.

Sin nutricionista

Por su parte, el japonés Fukugoriki, que pesa 158 kilos a sus 28 años, sueña con volver a recuperar la categoría de «sekitori» tras haberla perdido después de sendas lesiones en el cuello y el cráneo, fruto de los choques con sus contrincantes. Natural de Fukushima, de niño ya jugaba al sumo y al llegar a la adolescencia pesaba 130 kilos. «Seguiré luchando hasta que el cuerpo aguante y perderé peso cuando me retire», promete con confianza, pero se muestra preocupado por la salud porque tiene el azúcar muy alto. Aunque el establo Arashio dispone de un médico que cuida a los luchadores, no cuenta con un nutricionista que vigile su alimentación.

En los últimos tiempos, el sumo se ha visto salpicado por numerosos escándalos debido a las denuncias de combates amañados por la «yakuza» (mafia nipona) y a la violencia detectada en algunos establos, que llegaban a golpear con bates de metal y cañas de bambú a sus luchadores para endurecerlos. Un sórdido mundo que salió a la luz cuando, en 2007, un luchador de 17 años falleció tras una brutal sesión de cargas de sus compañeros. A pesar de todo ello, Fukugoriki asegura que «el sumo no es un deporte sucio», pero, eso sí, admite que «su entrenamiento es muy duro y doloroso».

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