Llovera, ayudado para bajar de su camión
Llovera, ayudado para bajar de su camión - FOTOESPORT
Rally Dakar

La hazaña de Albert Llovera

Es parapléjico, ha pilotado un camión en el Dakar, terminó en el puesto 34 y relata para ABC su apasionante experiencia en la carrera

Madrid Actualizado: Guardar
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Pudo haberse hundido en la resignación y el victimismo. Pero era un deportista nato, un luchador, y continuó su carrera por los caminos del motor, los que mejor se adaptaban a su dolencia medular. Albert Llovera Massana (Andorra, 1966) fue una joven promesa del esquí. Con 17 años compitió en los XIV Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Sarajevo. Un año más tarde, en 1985, sufrió un grave accidente en la Copa de Europa de esquí que le provocó una lesión medular que le impide moverse desde el pecho hacia abajo. No tiene sensibilidad en el ochenta por ciento de su cuerpo. Sentado en una silla de ruedas por obligación de movilidad periódica, no se quedó postrado en ella para siempre.

Quiso seguir en el deporte. «Competir es lo que más me gusta». Se centró en los rallys de coches. Y ahora ha terminado el Dakar a bordo de un camión Tatra Jamail T163 checo. Llovera es un ejemplo de ilusión para muchos jóvenes impedidos.

Para él, disputar el raid más importante del mundo es un sufrimiento que supera con sus ganas de vivir. Solo puede conducir con sus manos. Con ellas maneja todos los entresijos del camión: «Este año no he sufrido las llagas por todo el cuerpo que me tuvieron tres meses en la cama después del rally del año pasado. Me he dado periódicamente una crema natural de abejas que me ha curado cada día. No tengo sensibilidad y antes yo no vigilaba el estado de mi piel, pero ahora he estado muy encima para evitarlo. Lo mejor es que he terminado el Dakar con el Tatra en el puesto 34».

«Nunca me he retirado»

Llovera subraya una verdad que define su actitud en el deporte: «Nunca me he retirado por mí. Cuando he dejado una carrera es por un fallo mecánico». Afirma que su personalidad se asemeja a la de un gran campeón español: «Me dicen loco, que soy el loco del Dakar. Yo afronto las carreras como Carlos Sainz, me gusta salir a correr y a competir, no vengo a pasearme. Quiero ir rápido, ser competitivo».

Le encanta el Dakar sudameriano. «Me gusta más que el africano. En el Sahara existía el romanticismo de vivir una aventura, pero el rally en Sudamérica se ha convertido en una carrera de verdad. Se corre al máximo desde el primer día».

Ustedes se preguntarán cómo se sube en el camión un hombre parapléjico, sin movilidad en un ochenta por ciento del cuerpo: «Me suben a la cabina con unas poleas, con cuerdas atadas a los mismos ganchos que sirven para desvolcar el camión. Porque hay que saber que los camiones vuelcan en la arena con mucha facilidad, aunque vayas a dos por hora, y te tiras todo el día poniéndolos de pie. Pues con esos mismos ganchos asciendo al asiento. Y no te creas que es cómodo subir y bajar todo el día».

El otro problema perenne de Llovera es cómo realizar sus necesidades. No tiene sensibilidad y no es fácil controlar constantemente este aspecto tan importante para él y tan poco relevante para el resto de los mortales: «Me pongo un supositorio para vaciarme antes de salir cada día a la carrera. Y en competición llevo una bolsa pegada a una pierna donde se guarda la orina y que vacío cuando paramos». Cuando acaba la etapa, se ducha en un sitio especial: «Soy ortopeda y tengo diseñada una silla en forma de herradura en la que me siento y me ducho. Compré una cortina en Argentina de 2,5 metros de largo y 1,20 de ancho para que no me vean mientras me ducho». El desgaste en carrera es enorme. «Estás diez horas subido al camión, hace mucho calor y sudas mucho. Bebes seis litros diarios de agua».

«Si no me apoyo, me caigo»

Hablamos de sus enormes esfuerzos y complicaciones para abordar un rally, pero la vida diaria de Llovera es difícil. «Tenga en cuenta que yo no tengo sensibilidad, que no tengo músculos abdominales y dorsales como cualquier otra persona para mantenerse de pie y caminar. Yo, si no me apoyo, me caigo».

La silla de ruedas son sus pies diarios. Deberían verle cuando es presentado como participante del Dakar, en Argentina, y sale con su silla a saludar al público. La ovación casi le levanta del asiento. Deberían presenciar los aplausos cuando finaliza el rally y los aficionados observan cómo es bajado del Tatra, con esas poleas, para sentarse en su silla. «A la gente la gusta mucho lo que hago. Es consciente de que lo que me pasa a mí les puede pasar a ellos. Todo el mundo conoce un amigo o un pariente en una situación parecida. Tengo un problema y es complicado vivir así, pero yo afronto la vida haciendo lo que me gusta».

En la última etapa estuvo a punto de quedarse sin llegar a meta: «Decían que los últimos 180 kilómetros serían un paseo, pero nos han tenido que sacar de una situación apurada y viceversa. Algún camión volcado. Hemos superado la crisis y he acabado el rally. A celebrarlo». Su parálisis no le impidió ser padre de una niña, Cristina, nacida de forma totalmente natural. Su siguiente reto es claro: «Competir todo el año y volver al Dakar».

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