Golf

Shinnecock Hills, el campo más odiado

El vetusto recorrido de Long Island, diseñado en 1891, es un reto imposible para los golfistas actuales

El golfista Phil Mickelson en el Open de golf de Shinnecock Hills REUTERS

Miguel Ángel Barbero

El Open Estados Unidos se caracteriza por ser el torneo más difícil del calendario y, pese a ello, cada año hay 10.000 golfistas que se pelean por jugarlo. Sólo unos pocos tienen acceso por su posición en el ranking mundial o por las distintas excenciones existentes, mientras que la mayoría deben pasar por fases clasificatorias locales, regionales o internacionales. Se dice, con razón, que es el torneo más democrático de la temporada y los 156 deportistas que finalmente compiten en él se sienten unos privilegiados.

Pero la alegría se queda ahí. En cuanto empieza la competición llega el sufrimiento y nadie se escapa de la furia de unos diseñospreparados de la manera más dura difícil . Tanto es así, que ningún jugador está jugando bajo par después de tres rondas en Shinnecock Hills . Y la pregunta es obligada, ¿qué tiene este campo que hace sufrir tanto a los golfistas y les obliga a esmerarse al máximo en cada hoyo para eludir los bogeys? «Al principio lo odiaba, durante 16 hoyos lo amé y en los últimos volví a maldecirlo», comentaba con humor el inglés Ian Poulter , que el viernes llegó a ir con tres bajo par y perdió cuatro golpes entre el 17 y el 18. «Es que este campo no te perdona ni una -apuntaba Jon Rahm - y, por cuestión de centímetros, un bote puede ser favorable o dejarte la bola en una situación malísima».

Al contrario que otras sedes del campeonato, en esta no se busca la longitud como principal medio para castigar a los golfistas, ni tampoco la estrechez de las calles; es más, son bastante más anchas de lo habitual y eso quizá llama al engaño a los pegadores. «Yo casi prefiero los recorridos muy estrechos y con el rough denso, porque sabes mejor a qué atenerte desde la salida - proseguía el vasco-. Aquí no vale con mandarla lejos, tienes que ponerla en el sitio exacto para que el siguiente golpe sea perfecto y, aparte, rezar para que no cambie el viento». Quizá esa sea la mejor defensa del campo, que desde 1891 está catalogado como uno de los más bonitos del país. Partió de u n diseño original de Willie Dunn , pero fue remodelado por William Flynn en 1932 y ya adquirió su aspecto definitivo.

Dadas sus hierbas altas y la cercanía a la playas de los Hamptons, se parece más a un links británico que al típico campo americano. De hecho, tiene hasta las vías del tren a su costado. Y cuando el clima se torna litoral (con tres vientos cambiantes y lluvia) se convierte en casi injugable . Gran parte de los tapetes están en alto, en forma de flan, y como la bola no se queda quieta en ellos y los bordes están pelados, al final acaba cayendo por la ladera. «Es absurdo poner un campo en esta condiciones, con unos greens rapidísimos y unas banderas imposibles -se lamentaba ayer Rafa Cabrera - porque por muy bien que juegues sabes que nunca vas a alcanzar el premio. Al final pegas golpes sin saber dónde van a terminar, como una escopeta de feria». Efectivamente, para los profesionales es muy duro verse con resultados abultados en la tarjeta y tener que seguir luchando hasta el final en condiciones infernales. Lo mejor es pensar en un objetivo y inmediato y centrarse sólo en él. Como hizo Jordan Spieth el viernes por la tarde. El triple ganador de majors sabía que necesitaba un golpe para pasar el corte y se esmeró al máximo para lograr el birdie en el último hoyo. No lo consiguó y se vino abajo. No sólo estaba enfadado por no poder jugar el fin de semana; su frustración llegó por no haber podido vencer a la bestia, que le mandó a casa con nueve golpes de más en su bolsa.

Ayer el número uno mundial hizo siete sobre par y aun así, sigue encabezando la clasificación. Esto da idea de la dureza extrema de un campo que, de momento, se está conviritiendo en la pesadilla de todos los golfistas . De los profesionales y de los que lo ven por la televisión. «Yo no creo que sea bueno para nuestro deporte dar un espectáculo así -afirmaba el caddy de Cabrera, Colin Byrne - ¿Alguien cree que vamos a ganar nuevos seguidores por ver sufrir a los ídolos en un campo como este?».

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