Enrique Ponce y Álvaro Lorenzo saborean dulces juampedros en la Feria del Pilar
El valenciano corta dos orejas, que debieron ser tres; el toledano, una, que pudieron ser dos
Con la llegada de las figuras, el coso de la Misericordia registra una gran entrada. Envía Juan Pedro Domecq seis toros que los revisteros clásicos calificarían como «bombones»: bravos, nobles, obedientes, con clase, justos de fuerzas. Para los toreros, casi el ideal. Un aficionado exigente pide más fuerza y mejor juego, en el caballo. A Cayetano le tocan dos sosos y él no logra aportar la emoción que sus toros no tenían. El joven Álvaro Lorenzo da muestras de su capacidad con una buena faena clásica, premiada solo con una oreja, aunque el público pidió la segunda. Con dos toros excelentes, Enrique Ponce despliega toda la armonía de su toreo, corta una oreja a cada uno. De forma incomprensible, el presidente le niega la segunda oreja en el cuarto, después de una faena completísima. La afición sale contenta, han disfrutado de una tarde brillante.
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Después de una dura temporada, Enrique Ponce torea esta tarde plenamente a gusto. Miden el castigo al primero, noble y bravo, repetidor por la derecha. Muletea Ponce con facilidad y suavidad; le basta un leve toque, con desmayo, para enroscárselo a la cintura: una faena plena de armonía, que cierra con las habituales poncinas. Al pinchar, resbala (le ha pasado también a sus dos compañeros: algo debe de tener esta arena) y sufre un duro topetazo en el costado izquierdo. Aunque se duele, deja una buena estocada: justa oreja. «Siembrasueños» le ha permitido realizar los suyos. Aprovecha la nobleza del cuarto, un «Sofista» que a nadie engaña, para torear relajadísimo, como si jugara al toro: naturales citando con el envés, remates afarolados, un precioso final por bajo… Suena el aviso antes de entrar a matar. Citando al encuentro, deja media en lo alto, de efecto fulminante. Después de haberlo cuajado por completo, no tiene sentido que el premio se quede en un trofeo. Ni el torero ni el público se lo pueden creer.
Alivian el castigo al segundo, un «Pardillo» (como la capa de «Peribáñez», en la obra de Lope), justo de fuerzas, que deja estar a gusto pero transmite poco. El trasteo de Cayetano es aseado y deja, con salto, media estocada. Le cuesta armonizar con la «Melodía» del quinto, con iguales virtudes y limitaciones que el segundo. Solo lo logra en el arrebato final, con el desplante y la estocada desprendida, volcándose. (Recuerdo a Machado: «Todo amor es fantasía:/ él inventa el año, el día,/la hora y su melodía»).
Flojea el tercero, protestado, se duele en banderillas; por falta de fuerza, se defiende, pero va a más. Álvaro Lorenzo logra templados muletazos clásicos. El final, con manoletinas y luquecinas, sube la temperatura, aunque suena el aviso. Se aprecia más la faena, que muy pocos la esperaban, por la flojera del toro. Estocada corta: oreja y petición de la segunda. En el último, se luce con los palos Sergio Aguilar. Liga Álvaro Lorenzo el pase cambiado (poco acorde con su estilo) con muletazos largos y mandones. Aunque el toro se apaga, el diestro le saca todo lo que lleva dentro.
Si un diestro como Ponce torea a placer un toro y lo mata recibiendo, ¿qué sentido tiene negarle la segunda oreja? Se equivoca el que crea que, así, se da categoría a una Plaza.
Postdata. Además de la asistencia a las corridas, la pasión taurina de esta tierra se demuestra por el éxito rotundo de los festejos populares matutinos: recortes, anillas, toro de fuego roscaderos (con un cesto de mimbre: un invento aragónes)… Además de llenarse la Plaza todos los días, más de cien mil personas han seguido por televisión cada festejo de vaquillas. ¿Quién dijo que la Fiesta del toro ya no interesa?
