José María Manzanares, cante hondo en Bilbao

Corta dos orejas en una corrida de Victoriano del Río con un bravo toro premiado con la vuelta al ruedo

Manzanares, rodilla en tierra con el bravo «Ruiseñor» Efe

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Con la llegada de las figuras, los espectadores acuden a la Plaza de Bilbao en la línea de los últimos años. La nueva fórmula de explotación, que empezará el año próximo, tiene como prioridad absoluta atraer a un nuevo público. Y, por supuesto, mantener la categoría de Bilbao, con su cuidado de todos los detalles y la exigencia de seriedad de los toros.

Por fin, una tarde feliz. Los dos primeros de Victoriano del Río parecían repetir el muermo del día anterior. Los otros cuatro sacan bravura y nobleza, le permiten a Manzanares desplegar toda su estética: corta una oreja a cada uno y al último, «Ruiseñor», se le da la vuelta al ruedo. Y, todo, dentro del más puro clasicismo: algo muy bueno para la Feria y para animar a que acuda más gente a la Plaza.

Vive Antonio Ferrera su etapa más dulce, va a matar seis toros en la Feria de Otoño. El primero hace pobre pelea en varas, flaquea, es soso y manejable. Banderillea Fernando Sánchez con gran torería. Antonio le saca muletazos con reposo por los dos lados pero el toro «dice» muy poco. («Más de lo mismo», sentencia mi vecino, recordando los de Zalduendo). Mata a la segunda. En el cuarto, bien picado por Antonio Prieto, vuelve a lucirse Fernando Sánchez. El toro es bravo y repite, Ferrera liga muletazos airosos, con su peculiar estilo, a la vez clásico y barroco, pero lo estropea con la espada, que cae baja.

El Juli, faena de mérito

El Juli acaba de ser declarado triunfador en San Sebastián. El segundo, suelto, flaquea, apenas lo pican, surgen protestas pero resulta bonancible. Julián lo sujeta y lo engancha en la muleta con facilidad y oficio pero el toro transmite poco. Mata a la segunda, con el habitual salto. El quinto, muy suelto y flojo, da muy pobre juego, en varas; arrea, en banderillas. El Juli le planta cara , lo mete en el canasto y el toro saca su buen fondo. Una faena de mérito, rematada con una estocada regular pero de rápido efecto, que es lo único que el público quiere: oreja.

Discuten algunos si Manzanares está o no en su mejor momento: cuando se tiene esa clase y se encuentran toros bravos, no hay discusión que valga. «El que tiene la moneda, la cambia». El tercero acude con bravura al caballo y a la muleta, algo mermado por una vuelta de campana. José María traza muletazos solemnes, estéticos, con el ritmo y el compás que merecen unas «Soleares» (su nombre). Recuerdo yo una, de don Manuel Machado: «Allí, cuando Dios quería,/ una carita de gloria/ se juntaba con la mía». El precioso sexto, un cárdeno capirote y botinero, es bravo, empuja con fijeza en el caballo; pica bien Chocolate. Empieza muy bien, por bajo, y aprovecha las encastadas embestidas con derechazos largos y hondos (por la izquierda, el toro queda corto). Otra vez, como en Las Ventas, un gran toro de Victoriano del Río le ha permitido a Manzanares ofrecer su mejor versión. Este «Ruiseñor» canta que enamora, como el que Julieta anunciaba a Romeo, en la escena de amor de Shakespeare. Manzanares ha puesto de pie al público sin recurrir a «moderneces» y lo rubrica con un rotundo espadazo. La bella muerte del toro acaba de desencadenar la apoteosis: vuelta al ruedo al toro y sólo una oreja al torero, por no haber toreado al natural.

Con dos bravos toros, Manzanares no se ha quedado en lo superficial, sino que ha hecho el cante hondo , «jondo». Un «Soleares» y un «Ruiseñor», unidos a su arte, le han llevado al cielo. Otra vez recuerdo a Manuel Machado: «Al cielo me miro yo/ porque me miro en tus ojos,/ que son del mismo color».

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