Cariñosa despedida a El Cid en Sevilla

Corta la única oreja en una corrida de Victoriano del Río noble pero floja

El Cid, en su despedida de Sevilla Juan Flores

Andrés Amorós

Hace exactamente cien años, el 28 de septiembre de 1919, en la Maestranza, Juan Belmonte doctoraba a Chicuelo.

Da gusto ver llena de público esta bellísima Plaza. Los toros de Victoriano del Río son nobles pero flojean y se apagan pronto. En su despedida de Sevilla, El Cid recibe el cariño de la gente y corta una oreja.

Ha aceptado Enrique Ponce sustituir al lesionado Roca Rey. El primero empuja en el caballo (pica bien Palomares) pero se apaga y se para muy pronto. Brinda Ponce a El Cid. Con sabiduría y naturalidad provoca la embestida, le saca algunos muletazos templados pero al toro le falta chispa. Mata con habilidad. Mansea el cuarto, se para en el capote y flaquea. Cuidándolo, le saca algunos muletazos; luce su maestría pero la flaqueza del toro impide la emoción. Como en Bilbao, se empeña en prolongar una faena sin posibilidades: el público lo respeta pero se impacienta.

Se despide de Sevilla El Cid, un torero clásico, que merece todo el respeto y afecto de la afición. (Esta tarde o la de Madrid, donde tanto se le estima, debieran haber sido su despedida). Embiste el segundo con suavidad y las fuerzas justas, le permite trazar lances a cámara lenta. Saluda por un gran par Lipi, que reaparece, después de su percance. Brinda Manuel al público: sin probaturas, los primeros naturales ya hacen sonar la música: ¡esa mano izquierda de El Cid, que tantas tardes de gloria ha dado! En la tercera serie, el toro ya se acaba y lo que iba para gran faena queda a medias. La espada cae baja: petición. El quinto también flaquea pero se mueve con nobleza. La banda toca desde el primer muletazo: ¡la sensibilidad de Sevilla! La faena es desigual pero con detalles de inspiración y torería, además de algunos naturales marca de la casa. Todo el cariño del público está empujándole. Acierta el diestro al agradecer su bonito gesto a la banda. Esta vez la espada entra, trasera, y se sienta en el estribo, al lado de los pitones, para verlo caer: ¿quién se atrevería a negarle la oreja? Aunque toree todavía en Madrid y Zaragoza, esta tarde ha supuesto el feliz remate de su carrera.

El tercero flaquea pero aguanta cuando José María lo engancha con solemnes muletazos; improvisa en dos cambios de mano. El trasteo queda a medias y falla en la suerte de recibir. Se luce en los lances de recibo al último, muy bien banderilleado por Duarte. El toro flaquea y se para. Alegrándolo mucho con la voz, Manzanares consigue algunos estéticos muletazos pero la faena no cuaja. Esta vez sí que logra un estoconazo.

Como muchos toros actuales, los de esta tarde salen de los chiqueros como si ya estuvieran picados, permiten lances suaves de salida (algo, antes, impensable) pero duran muy poco. Es lo contrario de lo que debe ser: toros fuertes, bravos, que necesitan recibir castigo y ser dominados, antes de buscar la estética. Así está la Fiesta actual. Aunque han mostrado su calidad, no saldrán contentos, esta tarde, ni Ponce ni Manzanares.

La sensibilidad sevillana despide como se merece a El Cid, un torero clásico, que ha realizado grandes faenas a toros muy serios. Cuando daba la vuelta al ruedo, al final, el corazón de esta Plaza de los Toros ha latido, unánime, con agradecimiento y cariño por su muy honrada trayectoria.

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