Diego Urdiales, con las dos orejas que cortó al cuarto toro
Diego Urdiales, con las dos orejas que cortó al cuarto toro - efe

Cumbre de Diego Urdiales, de rioja y oro

Desoreja a un excelente toro de Alcurrucén, se gana la puerta grande de Bilbao y se consagra como figura

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¡Se acabaron las polémicas y los enfados! Una excelente corrida de Alcurrucén y una faena cumbre de Urdiales ponen de acuerdo a todos, sin excepción: corta una oreja al primero, dos al segundo y abre por primera vez, en esta Feria, la puerta grande. Nadie le pone ni un pero. Diego había apuntado siempre buenas cualidades pero esta tarde logra la mejor faena de su carrera y se consagra, por fin, como figura. Su triunfo es bueno, además, para estas Corridas Generales y para los valores del toreo clásico. [Así lo narramos en directo]

Propician el triunfo los toros de Alcurrucén: serios, bien presentados, con casta y movilidad; varios, aplaudidos en el arrastre.

Urdiales era ya torero de culto de buenos catadores; esta tarde, lo confirma plenamente.

El primero, un serio castaño, sale suelto, llega a la muleta encastado, reservón. Diego corre la mano con clasicismo, aguanta algún gañafón: no es faena completa pero conecta mucho con el público. La gran estocada ya merece la oreja. El cuarto, «Favorito», castaño, de 544 kilos, embiste con gran nobleza, con ese «tranco de más» (Pablo Lozano dixit) que los buenos toros del encaste Núñez tienen. Urdiales vuelve a lucir su estilo en muletazos pausados, armoniosos, al son de la preciosa «España cañí» (ese título que, ahora, algunos ignorantes menosprecian). Cuando el toro se apaga, los pases, muy lentos, muy reposados, levantan un clamor: un ejemplo de toreo de verdad, puro y clásico, sin trampa ni cartón. El remate, pleno de torería, y la gran estocada exigen las dos orejas.

Traga mucho

En Las Ventas logró Castella su gran faena, justamente con un alcurrucén. Está en su mejor año. En el segundo, chorreado en morcillo, alto y serio, poco y mal picado, se pelea por bajo, «traga» mucho: faena de valor, emocionante, a un toro encastado, desigual en sus embestidas. Mata con decisión. Al quinto le pican mucho y mal pero va largo. Después de sus habituales pases cambiados, Castella liga derechazos y naturales, con emoción, llevándolo prendido en los vuelos de la muleta. Aunque el toro acaba gazapón, mata con seguridad: petición insuficiente.

En el tercero, saluda Juan Sierra. El toro derrota al final de cada muletazo, por falta de fuerza. Perera, muy firme, no logra evitar los enganchones, que deslucen su valiente trasteo. Mata con rotundidad. El último, un precioso burraco, pone en serios apuros a Joselito Gutiérrez. Miguel Ángel se lo pasa cerca, aguanta parones, manda mucho y mata bien. Ninguno de sus cuatro toros le ha facilitado el triunfo.

Sentado en el estribo, antes de recibir las orejas, lloraba Urdiales lágrimas de hombre, al ver cumplido su sueño: ¡cuántos días de esfuerzo y dureza para llegar a éste! Mientras tanto, todos, de pie, aplaudíamos, entusiasmados. Su toreo reposado me ha recordado la frase de Cañabate, en Bilbao: «Las sardinas de Santurce y el buen toreo hay que paladearlos con el mismo reposo». Pero Diego es riojano, iba vestido de rioja y oro. Sus muletazos han tenido la suavidad del mejor vino de Rioja, que nunca empalaga; y, con el bravo alcurrucén, ha alcanzado el oro de la gloria. Lo dijo el maestro Marcial Lalanda: «Un toro bravo y un torero clásico: no existe una belleza comparable».

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