Diego Urdiales se dobla con el toro de Victorino
Diego Urdiales se dobla con el toro de Victorino - efe

Complicados victorinos para tres valientes en Illumbe

Urdiales, Morenito y Ureña se la juegan y pierden trofeos con la espada en el cierre de la Semana Grande

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Con los toros de Victorino Martín, concluye esta primera Feria de la recuperada Illumbe. Es un cartel sin primeras figuras pero con notorio interés: por la ganadería y porque reúne a un diestro de notorio clasicismo, al que ahora se le está reconociendo más (Diego Urdiales), con dos triunfadores, este año: Morenito de Aranda, en Las Ventas; Paco Ureña, en San Fermín.

En la nueva y atractiva publicidad de esta Feria, leo una feliz invención lingüística: «Yo soy torostiarra»; es decir, donostiarra y apasionado por los toros. A eso nos apuntamos muchos: a enamorados de esta hermosísima ciudad (creo que fue don Gregorio Marañón el que la bautizó como «la bella Easo») y, a la vez, aficionados a los toros.

¿Quién se atrevió a decir que las dos cosas eran incompatibles? Veo una fotografía, en ABC: gracias a la visita de John Kerry, comprobamos que Hemingway guardaba como recuerdo entrañable, en su casa de Cuba, un cartel de toros de la Semana Grande de San Sebastián.

Los toros de Victorino (cinco, cárdenos), en el tipo de la casa, muy serios, bien presentados, encastados; varios, aplaudidos, de salida; de comportamiento variado: muy bueno, el primero; muy duro, el tercero; difíciles y complicados, los demás. Si no fuera por el mal uso de la espada, Urdiales le hubiera cortado las orejas al primero; Ureña, una, al tercero. Y Morenito de Aranda también ha lucido arte y entrega.

El primero, serio, recibido con aplausos, se encela en el caballo, es pastueño, humilla, algo pegajoso. Se lucen con el capote Urdiales y, en un quite, Morenito. Liga Diego muletazos clásicos, corre la mano con torería; algunos naturales son magníficos, levantan un clamor. A tal señor, tal honor: un gran toro y una gran faena. Pierde los trofeos (en plural) por la espada y recibe una gran ovación, igual que el excelente toro. Lo malo es que ha salido el primero y ese nivel de nobleza encastada no se ha mantenido. En el cuarto, el único negro, que cornea con fiereza un burladero, dibuja buenos lances. El toro, reservón, embiste algo dormido, no se entrega. Diego muestra su buen estilo, logra sacarle algunos naturales clásicos hasta que la res se para. ¡Y a este animal, tan deslucido, lo mata con rapidez! Supongo que al diestro se lo estarán llevando los demonios, por el éxito no consumado, en el primero.

A su conocido gusto une ahora Morenito una mayor entrega. Saluda con buenas verónicas al segundo, recibido con gran ovación pero que flojea. David Adalid lo borda, en banderillas, y saluda. El toro, encastado, vuelve rápido, con peligro. El diestro traza buenos muletazos, alargando la corta embestida. Mata con decisión. Ha sido una faena valerosa, de mérito, pero insuficientemente valorada. Maneja muy bien el capote en el quinto, algo distraído, que hace hilo con Ureña, en el quite. Brinda a los Chopera y vuelve a estar dispuestísimo, aguantando parones, metido entre los pitones, y sacando todo lo que permite el toro, nada fácil. Sólo falla con la espada. Ha intervenido en todos los quites, con buen arte. En la Feria de Otoño madrileña puede confirmar su buen momento.

Roza la temeridad

El tercero aprieta en el capote de Ureña, empuja en el caballo. Brinda a los Chopera, sus apoderados. El toro tiene mucho «carbón» y el diestro lo aguanta, con guapeza, bajándole la mano; se juega la cornada, al natural; saca algún derechazo lucido. Otra labor de mucha entrega y mérito, mal rematada, con un toro que tenía muchísimo que torear. Recibe al último con buenos lances. El toro acude al caballo tres veces pero sale suelto, incierto, enterándose; en la muleta, prueba, busca, se queda a mitad. Ureña traga mucho, está tan valiente que roza la temeridad. El público, que lo ve cogido varias veces, en cuanto la muleta deja un hueco, le pide que lo mate pero el diestro insiste. Otra faena dignísima, salvo la espada.

Con todas sus complicaciones, estos toros han traído a Illumbe la emoción de la casta, tan escasa, hoy en día. Éstos no son Domecqs, en contra de lo que algún despistado piense; no tiene nada que ver con los «bombones» de Juan Pedro, que parecían salir con las orejas colgando. Si eso nos emocionaba poco, hay que saber valorar el mérito de los tres valientes, que han matado estos toros con toda la dignidad.

Después de esta corrida, Victorino Martín también lo puede decir: «Yo soy torostiarra». Y, con él, lo decimos miles de aficionados que hemos disfrutado estos días, en Illumbe.

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