Vestido futurista
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Traje de luces: del pasado al futuro

El vestido de torear depende del físico del torero, pero también de su psicología

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La ropa de torear singulariza al diestro, ayudando a que se le vea como un héroe. (Es una experiencia frecuente sentir decepción al verlo, vestido de calle, sin ese «pedestal» deslumbrante).

Con más de cuarenta años como sastre de toreros, Justo Algaba ha presentado con gran éxito en Madrid y Albacete (con motivo del Congreso «La Tauromaquia como patrimonio cultural»), una exposición titulada así: «Vestido de luces. Arte y cultura».

Los caballeros del siglo XVII utilizaban en su indumentaria dos materiales, el ante y el cuero. El vestido de torear que hoy conocemos nace, como la Fiesta actual, a fines del XVIII y comienzos del XIX, con Costillares y Paquiro. Desde entonces, no ha sufrido cambios radicales.

La vistosidad de esta ropa ha impresionado a muchos poetas.

Manuel Machado define la Fiesta como «oro, seda, sangre y sol».Su hermano Antonio retrata al caballero andaluz don Guido por «tu amor a los alamares / y a las sedas y a los oros...» Los modernistas, sobre todo, imaginan metáforas de gran vistosidad: para Santos Chocano, los diestros son «figuras envueltas en ascuas de loco fulgor (...) atletas / contoneados en sedas joyantes / y envueltos en los alamares de cuentas preciosas que ardían / como ojos de amor».

Tres elementos

El actual vestido de torear tiene tres elementos fundamentales: la chaquetilla, el chaleco y la taleguilla o calzón corto. (Escribe Gerardo Diego: «Prieta para el toreo / la taleguilla»). Para sujetarla y salir con la ropa bien ceñida, se aprieta los machos, por debajo de la rodilla, y se ciñe la faja. Dan brillo al vestido los alamares (un adorno de pasamanería). De esa muletilla cuelgan, como flecos, los caireles. (Antes de una salida a hombros, el mozo de espadas suele desprenderlos, para evitar que se los lleven los partidarios del diestro).

El matador utiliza un terno de seda, raso o terciopelo, bordado en oro, como signo de jerarquía frente a los banderilleros, de plata o azabache. El diestro también puede llevarlo así, si lo desea, pero con el chaleco en oro. El picador lleva también el color dorado, como recuerdo de su importancia decisiva, en la primitiva Tauromaquia.

Antes, los colores preferidos eran fuertes, viriles: grana, verde, morado, corinto... Alternan ahora con colores suaves, finos: champán, ceniza, gris perla... Y se ponen de moda nuevos nombres: catafalco, agua de mar, soraya (por sus ojos verdes), ciclamen...

Innovaciones estéticas

A lo largo de la historia, el vestido de torear ha evolucionado, para hacerlo más ligero y cómodo. Algunos diestros además, han intentado innovaciones estéticas, acogidas con recelo. En una corrida de Beneficencia, Antonio Márquez apareció con un vestido azul celeste, bordado con sedas de colores (en vez del oro y plata). El público opinó que parecía hecho con trozos de un mantón de Manila y no volvió a usarlo. Luis Miguel, en su reaparición, usaba un atuendo ligerísimo, diseñado por su amigo Picasso (sus enemigos decían que parecía «la pantera rosa»).

El vestido de torear -aclara Justo Algaba- depende del físico del diestro (su altura, si es recio o no) pero también de su psicología. Con él, el torero debe sentirse, a la vez, elegante y cómodo. Aconsejado por el sastre, el diestro elige la tela, el diseño, el color, los bordados... En la elaboración de un vestido -dice Algaba- pueden participar un grupo de unas 50 personas, a lo largo de un mes. Este sastre es un ferviente defensor de las innovaciones que permiten los nuevos materiales y la creatividad del artista. En su exposición, junto a los vestidos de estilo siglo XIX, muy recargados en oro, he visto originalísimas creaciones, de inspiración picassiana, modernistas (con telas comparables a las de Fortuny, que fascinaron a Orson Welles) y futuristas, con colores de una especial luminosidad.

Algunos de estos vestidos se han visto también en óperas, películas y en el fastuoso carnaval de Venecia. Una creación absolutamente artesana se ha convertido, como reza el título de la exposición, en «Arte y cultura»: un atractivo más para ese espectáculo único que es la Tauromaquia.

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