Crítica de Danza

La plástica belleza del movimiento contenido

Estreno en el Teatro Central de Sevilla de «Crowd» de Gisèle Vienne

«Crowd» de Gisèle Vienne ABC

Marta Carrasco

Un escenario repleto de tierra. Sobre el mismo objetos y restos como si hubiera transcurrido una noche de botellona . Es una fiesta que parece que no ha acabado, porque por la esquina del escenario, tan lentamente que parece que flota en el aire, aparece una joven mujer que camina sinuosamente.

De esta forma tan inquietante comienza «Crowd» la obra con la que se ha presentado por primera vez en Sevilla, en el teatro Central, la coreógrafa y dramaturga franco-austríaca, Gisèle Vienne.

«Crowd» es una puesta en escena por quince intérpretes , en su mayoría muy jóvenes, con los que Vienne ha trabajado desde la psicología a las terapias sobre las posibilidades del cuerpo, no en vano el trabajo de contención del movimiento que les exige durante los noventa minutos del espectáculo, es difícil y complicadísimo, debiéndose combinarse con una gestualidad que está dirigida al milímetro.

Vienne tira de sus recuerdos, cuando vivía en Berlín y solía ir a bailar al Tresor, un club que programó a Jeff Milss y a los DJ de Detroit. Allí las tribus urbanas se dan cita, gabbers, neogóticos, ravers... , que en el escenario del Central entran y desaparecen entre cajas. El espectáculo parece contagiado por una especie de ceremonia común a través del vértigo del alcohol o del ácido, que cada uno interpreta de manera individual. Es como una botellona con constante subidón.

La música es absolutamente genial . La selección incluye diversas piezas destacadas de la historia de la música electrónica, entre otros de Jeff Mills y de la Resistencia Undeground además de Manuel Göttsching, que ha seleccionado Peter Rehberg , y que envuelve, no sólo a los intérprete, sino a los propios espectadores. Y como texto base el del autor norteamericano Denis Cooper , con el que habitualmente trabaja la coreógrafa.

La interpretación está guiada por las emociones. Cada bailarín es un elemento independiente, interpreta su papel y sólo en determinadas ocasiones se encuentra con el resto. Cada intérprete cuenta su propia historia. La «cámara lenta» que impone la coreógrafa en los movimientos, es de difícil realización, sobre todo por la unanimidad en la interpretación.

Los desplazamientos de los bailarines siguen siendo contenidos, con los músculos en constante tensión en un contexto absolutamente medido, donde todo está elaborado con precisión. De ahí la mayor dificultad al no haber ni un momento para la improvisación. Son bailarines, son actores, son «performer», son un compendio de cualidades con una altísima calidad escénica.

Al final, la fiesta se transforma en excesos , hay ternura, diversión, pero también drama. La coreografía es de una dificultad extrema, congelándose los cuerpos componiendo cuadros espectaculares con un diseño de luces excepcional. Son como cuadros vivientes, menos cuando la coreógrafa exige interrupciones bruscas de esos lentos movimientos y todo se precipita. Cuando todo parece que va a terminar, de la ropa de algunos de los bailarines empieza a surgir humo, sus cuerpos echan humo como si fueran a diluirse en el ambiente. La fiesta ha terminado. Uno a uno, van desapareciendo, ¿todos?, no, quedan los de siempre, los rezagados de la fiesta. Vienne lo ha conseguido una vez más y su magnífico trabajo nos ha emocionado.

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