Crítica de Danza

Una «Bayadère» para soñar

Gran noche de danza en el Teatro de la Maestranza con el Ballet Nacional Checo

La bayadère y el príncipe, un cuento oriental interpretado por el Ballet Nacional Checo J. M. Serrano

Marta Carrasco

El ballet al igual que la música está en el ADN del pueblo checo, no en vano este Ballet Nacional Checo se fundó en 1883; la primera coreografía del Lago de los Cisnes fue creada en 1877 por el checo Václav Reisinger y uno de los padres de la danza europea es el también checo Jiri Kylian, director del prestigioso Nederland Dans Theater.

Con estos mimbres se presentó en el Teatro de la Maestranza de Sevilla una versión del título, «La Bayadère» , uno de los ballets que ponen a prueba la técnica y la academia de una compañía y que, debido a eso, no lo llevan hoy día en repertorio muchos elencos. La coreografía, basada en la mítica de Marius Petipá, ha sido reinterpretada por el coreógrafo mexicano, Javier Torres, que ha impregnado de mayor vigor a los cuadros corales, sobre todo del primer acto, respetando el romanticismo de los pasos a dos y la coda del segundo acto.

Una escenografía de telones y grandes adornos, con enormes cortinas; un vestuario de ensueño, con pedrería, saris, turbantes, hermosas túnicas y los famosos tutús de plato del segundo acto, que conforman un espectáculo de ensueño que llega a poner en escena alrededor de cincuenta artistas. El ballet Checo es una de las más numerosas compañías que últimamente han pisado el teatro maestrante.

El elenco tiene una amplia experiencia en este tipo de títulos clásicos , y sus bailarines de carácter ejecutan con eficacia la difícil gestualidad y mímica del este ballet, que es, como no puede ser de otra forma, todo un drama. La bayadère, a quien pretende el gran Brahmán, se enamora del príncipe Solor, a quien el sultán quiere casar con la princesa Gamzatti..., y al final muerte y el valle de las sombras para un relato inspirado en el famoso cuento oriental.

Todo en escena rezuma historicismo, a pesar de la nueva coreografía. El cuerpo de baile cumple con presteza y eficacia las exigencias coreúticas, a pesar de algún breve encontronazo, alguna pirueta mal rematada y, sobre todo en el primer acto, falta de alineación en las filas de la parte coral. Detalles que no le restaron un ápice al espectáculo, tal es la magnificencia del mismo. Los amigos de Solor, esos bailarines pintados de dorado y azul, fueron un estímulo por sus piruetas, saltos y giros.

El segundo acto es el que más recuerda al original de Petipa con esos treinta y dos compases de entrada de las bayaderas, y el efecto de espejo para reflejar aún mas esa especie de línea continúa de nada menos que 24 bailarinas con blancos tutús de plato . Bellísimo cuadro hasta ahora nunca visto en el Maestranza, al menos con ese número de bailarinas.

Virtuosas las puntas y el equilibriio de Alina Nanu como Nikiya (Bayadére), al que le dió la réplica con eficia y contundencia, Nikita Chetverikov como Solor, ambos destacaron sobre todo en el segundo acto. También muy meritorio el baile Magdalena Matéjkova , de hermosos brazos, ataviada con una maravillosa falda de incrustaciones de cristal, que debe pesar un quintal y estuvo a punto de desequibrarla en los giros. El resto del elenco cumplió con creces y suponemos que cuando hoy toquen escenario por segunda vez, el efecto coral será rotundo.

Catorce nacionalidades componen la compañía, porque el arte no tiene fronteras. Un bellísimo inicio de año con la ROSS en el foso , única oportunidad anual. Todo un lujo que por cierto, esa misma mañana pudieron compartir cientos de alumnos de danza de distintas escuelas y del Conservatorio de Sevilla. Está sí es una buena forma de crear afición, y de hacer una labor de difusión. Lo dicho, a gozar con una «Bayadère» para soñar.

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