Crítica de Danza

Bailar con manual de instrucciones

MARTA CARRASCO

A la entrada del teatro, la noche prometía sorpresas cuando, junto al programa de mano, se entregaba un folleto que rezaba, «manual de instrucciones». En él, el coreógrafo y bailarín Juan Luis Matilla, daba cuenta de su código a base de imágenes donde sus manos, a la manera del lenguaje de los sordomudos para entendernos, son las que hablan. Se especifican los niveles de tensión, a quien se dirige, el espacio, la relación y otros gestos. Con este código, Juan Luis Matilla ha construido una improvisación conducida y libre en ochenta minutos que se anuncian con las manos del coreógrafo asomadas por el telón del teatro.

Tres partes muy diferenciadas tiene la propuesta. Una primera, casi de presentación de los bailarines, en la que el público va iniciándose en el lenguaje coreográfico que Matilla dirige a pie de escenario, sin permanecer nunca en el mismo espacio.

La segunda parte es más intensa dancísticamente, con la participación de todos los intérpretes: bailarinas, alumnos del Centro Andaluz de Danza y niños de la Escolanía Ars Cantus. Y, finalmente, la tercera parte, una eclosión musical y de movimientos en los que a modo diversión el teatro, a chácena abierta, alberga numerosos focos esparcidos por el espacio donde se baila sin cesar.

En escena, la música es en directo con un destacado trabajo vocal e interpretativo del ensemble musical formado por tres intérpretes.

Este experimento dancístico de Matilla tuvo su génesis en el anterior Mes de Danza y ahora se exhibe en el formato más tradicional de un escenario. La experiencia también se trasladó al público, cuando en una de las pausas de cambio de escenario, Matilla «dirigió» con su código a los espectadores, que lo hicieron de forma aplicada en su mayoría.

El montaje tiene su parte de experimentación y de diversión sin la necesidad de acudir a la conjunción tan normalizada en el mundo de la danza. Todos los intérpretes estuvieron entregados con eficacia, y resulta alentador que Matilla recurra a lo que es habitual en la danza europea: juntar estéticas de diferentes procedencias, como en este caso la Escolanía Ars Cantus, cuya participación fue muy destacada. El magnífico diseño de luces de Benito Jiménez y la dramaturgia de Alberto Cortés, constituyeron el triunvirato de este «Error», una nueva forma de notación coreográfica que esta vez sí tiene código.

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