Crítica de Danza

Las Bacantes revisitadas sin miedo

Estreno nacional en el teatro Central de la última obra de la coreógrafa caboverdiana, Marlene Monteiro Freitas

«Las Bacantes. Preludio para una catarsis» ABC

Marta Carrasco

Excesiva, abrumadora, disparatada, versátil, atronadora, orgiástica e histriónica son algunos de los calificativos que pueden aplicarse a la última obra de la coreógrafa caboverdiana, Marlene Monteiro Freitas , titulada, «Las Bacantes. Preludio para una catarsis», estrenada a nivel nacional en el teatro Central de Sevilla.

La obra, de esta coreógrafa formada en la prestigiosa escuela belga, P.A.R.T.S., tiene todos los excesos de las estéticas y los hitos de quienes hoy son mitos ya de la danza europea como Jan Fabre o Jan Lauwers, incluso en la métrica, dos horas y cuarto.

Revisitar la obra de Eurípides es algo que ha realizado Marlene Monteiro evadiéndose de la literalidad. Se ha inspirado en «El nacimiento de la tragedia» de Nietzsche, pero sobre todo en los excesos de los ritos en honor a Dionisos que marca, al igual que las caretas dibujadas en algunos de los intérpretes, las señas de identidad de la propuesta. La coreógrafa se ha basado en los estudios de Françoise Frontisi-Ducroux en su investigación sobre «Las Bacantes» cuya idea es que la máscara en la cultura griega no ocultaba la cara del actor, sino que lo identificaba.

Cinco trompetistas son junto a la banda sonora el espacio musical, pero no se limitan a tocar, sino que forman parte de esta orgía del movimiento, lo mismo meten agua en sus trompetas que se ponen a desfilar en orden o intervienen con la voz, o convierten los instrumentos en objetos indefinidos. A veces la banda sonora eleva el tono y el ruido es ensordecedor e hipnótico.

Unas nalgas que parecen cantar inician este espectáculo donde todo es excesivo. La escena está plagada de atriles, como si los músicos de una orquesta fueran a colocarse tras los mismos. Tres mujeres con gorros dorados se cruzan en el escenario, y los atriles empiezan a reconventirse a placer, a veces son una máquina de escribir, un fusil, una guitarra, un juguete erótico... La música tiene también sonidos africanos, la percusión el ritmo, haciendo honor a la cultura de su coreógrafa.

El movimiento no cesa , empujan los atriles, los micros, es la orgía del baile y del gesto. Hacen muecas, se agitan, los ojos no paran, los cuerpos, tampoco y a veces sus voces son antinaturales. No hay una narrativa, ni siquiera se preocupa de ella. Monteiro Freitas se ha echado en los brazos de su desborada imaginación para crear esta obra donde todo, a pesar de la convulsión, está milimetrado, pues tal hecatombe de escena necesita casi una fórmula matemática.

Muchas son las referencias, como los plásticos que invaden ríos y mares, las representaciones de la Piedad..., y como un extremo más de su propuesta, el extracto del documental del japonés Kazuo Hara que proyecta el parto de su mujer sin tener ningún tipo de ayuda.

El foklore, el expresionismo, lo africano, el dadaísmo, el circo, todo mezclado de manera desbordante en esta especie de bacanal que culmina apoteósicamente con el «Bolero» de Ravel nos transporta a esa catársis que la coreográfa ha buscando intensamente a lo largo de estas dos horas y cuarto, una métrica belga inevitable. Por cierto, los palillos que luce en sus manos uno de los intérpretes, fijo que es un añadido en honor a la tierra.

Terminan «Las Bacantes. Preludio para una catarsis», la epifanía de Marlene Monteiro Freitas y el público en pie aplaude a esta creadora que está firmemente decidida a hacer el relevo generacional. Seguro que dará mucho que hablar. Al tiempo.

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