«La vida a palos»: laberinto de espejos

Imanol Arias regresa a los escenarios como albacea de un texto fragmentario de Pedro Atienza (1955-2014), poeta, hombre de radio, flamencólogo y hombre cabal. «La vida a palos», materialización escénica de ese legado, trabajado y reelaborado por José Manuel Mora , es un laberinto de espejos con detalles de la peripecia biográfica de Atienza confrontados con la historia de un padre que se reencuentra con su hijo para reencontrarse consigo mismo en un impulso testamentario. Un juego de reflejos que ofrece perspectivas que velan tanto como revelan, relámpagos sobre los amores y la errabunda insatisfacción existencial de un cantaor flamenco, El Alcayata, fugitivo de sí mismo que se asoma a otras vidas para embriagarse en ellas.

En el texto respira un latido narrativo y una retórica poética sustanciados en monólogos en los que los rescoldos literarios se imponen sobre el vuelo dramático, limitando la verdad escénica. La voluntad de estilo de Carlota Ferrer es patente en una puesta en escena con elementos muy sugestivos y otros que lastran su desarrollo. Hay evocadoras filmaciones de Jaime Dezcallar , inspirado cante flamenco interpretado por Raúl Jiménez , música de violonchelo y ecos de fragua a cargo de Batio , un espacio escénico de Mónica Boromello habitado por el misterio y una soberbia iluminación de David Picazo . Imanol Arias está correcto, aunque cierto envaramiento corporal denota su larga ausencia de las tablas, Aitor Luna pecha con el desdibujado personaje del hijo y Guadalupe Lancho canta muy bien e interpreta con brío varios papeles femeninos.