CRÍTICA DE TEATRO

«Troyanas», la normalidad de lo terrible

Carme Portaceli dirige en el Teatro Español la obra de Eurípides, en versión de Alberto Conejero, y con Aitana Sánchez-Gijón como protagonista

Aitana Sánchez-Gijón, en «Troyanas» Jero Morales

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Aunque la imagen de las ruinas que se proyecta sobre el escenario del Teatro Español es al parecer de las de Alepo, podría pertenecer a las de cualquier ciudad devastada por la guerra interminable que, como una pandemia sin remedio, infecta el mundo eternamente. Eurípides clamó contra los horrores bélicos por experiencia propia, sobre todo en esta obra, pues su familia tuvo que emigrar desde su ciudad natal (Flía o Salamina según las fuentes) a Atenas, a causa de la Segunda Guerra Púnica. Así, en la de Troya se resumen todos los conflictos armados que han sido, son y serán.

En esa atmósfera respira la versión de Alberto Conejero de «Troyanas» -ha suprimido el artículo-, cuyo diapasón grave constata la normalidad de lo terrible: vencedores y vencidos son personas, gente «normal» que mata o es matada, y que cambiaría de rol si se diera la ocasión. El mensajero griego Taltibio (emocionante Ernesto Alterio ), que se incorpora significativamente al escenario desde el patio de butacas -pues es una persona «normal», como los espectadores-, revela la insoportable gravedad de su humana pesadumbre cuando evoca lo que vio cuando terminaron las batallas, y así arranca la representación.

Conejero afila el texto de Eurípides en los pedernales de la versión de Sartre e incluye el vuelo de algunos versos de Cernuda y Alberti (me pareció), incorpora como inquietante presencia blanca a Polixena (estupenda Alba Flores ), la hija de Príamo y Hécuba sacrificada en la tumba de Aquiles, e incluye como personaje a Briseida, la esclava que Agamenón le arrebató a aquel como botín de guerra y provocó la ira del de los pies ligeros, que se negó a luchar. Es una reescritura potente y equilibrada dramáticamente que, subrayando el horror de la guerra y la desolación de las vencidas como mujeres sometidas al capricho de los caudillos guerreros, ha eliminado algunos pasajes (intervenciones del coro de troyanas y los personajes de Menelao, Poseidón y Atenea).

La puesta en escena de Carme Portaceli incide en ese sentido feminista y antibelicista, aunque, pese a su buena factura, le falta fuelle y rotundidad, alternando sencillez y grandilocuencia, como la oscura escenografía sembrada de cuerpos amortajados y presidida por una gran T caída, símbolo de la derrota de Troya y recurso algo postizo. En el buen tono interpretativo general se aprecia algún problema de reparto, pues, pese a su vehemencia y expresividad, cuesta imaginarse a la anciana Hécuba bajo los rasgos de una Aitana Sánchez-Gijón que parece tan joven como sus supuestas hijas. Notable la Casandra de Miriam Iscla y airosa la Elena que compone Maggie Civantos .

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