Las soledades del corazón

Cristina de Inza e Imanol Arias ABC

Diego Doncel

Gabriel García Márquez escribió una de los más bellas obras sobre la espera de la literatura del siglo XX, en muchos aspectos tan intensa como « Esperando a Godot », de Beckett ; y « La siesta de M. Andesmas », de Marguerite Duras . Y es que García Márquez hizo que adivináramos en este militar retirado, que confía inútilmente durante años en la llegada de la paga de su jubilación, a ese ser donde todo en lo que creyó queda reducido a la nada, donde salir de casa es encontrarse sencillamente con el absurdo del mundo. Más allá de sus ecos existencialista y kafkianos, esta obra, en efecto, muestra lo poco que vale un hombre ante la inmensa maquinaria de la burocracia, la corrupción y el olvido aunque del pecho le cuelguen un montón de medallas.

En esta versión escénica firmada por Carlos Saura se ha conseguido dar vida a esos personajes sobre los que la historia y tal vez la vida misma quieren pasar página. En el escenario se recrea fielmente ese último refugio al que han sido condenados: una cama, un sillón, la comida que se acaba, el recuerdo de un hijo muerto, el asma y la fiebre. Y sobre todo ese canto del gallo de pelea que les dejó su hijo y que apunta, desde su jaula en el fondo del escenario, una posible salvación o una pérdida definitiva.

Carlos Saura, y Natalio Grueso como adaptador del texto, no han querido quitar de la obra ni su densidad ni su estatismo, han preferido mostrarnos ese viaje vertical hacia el punto cero de la indignidad, y han creado un drama donde se muestra más la degradación anímica y física que las peripecias exteriores, lo que hace que el ritmo tan lento asfixie un poco la naturalidad y la fluidez.

Obra de personajes, de esas dos vidas a la deriva, la interpretación de Imanol Arias está llena de recursos y de matices. A Imanol Arias hay que valorarle la complejidad psicológica que le da este viejo coronel, por una parte la apostura y terquedad del militar y, por otra, ese ser minado por la decepción, en caída libre hacia el abismo. Le pediríamos más decrepitud, más lentitud, pero sus dotes de actor son tan inmensas que sabe levantar en él la bandera agujereada de ese hombre ya sin atributos, al que todavía le queda, sin embargo, un rapto de coraje final. Acompañándole, Cristina de Inza firma una interpretación soberbia, llena de dramatismo, de una muy ajustada ternura, gestualmente impecable.

Carlos Saura vuelve a mostrarnos unos seres golpeados por la historia, asfixiados por la vida, pero donde todavía laten las locuras y las soledades del corazón.

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