De robots y de hombres

Carlos Luengo, Esther Isla, Pablo Béjar, Sara Moraleda, Marta Guerras y Rodrigo Sáenz de Heredia Mario Zamora
Julio Bravo

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Las carcajadas que provoca «Metálica» -se escuchan, y con razón, muchas en la representación- se convierten con el paso de los minutos en agudas estalactitas que se clavan en el pensamiento y la conciencia del espectador. Obra incluída en el ciclo «Escritos en escena» del CDN y creada -texto y montaje- en el proceso de ensayos, decía Íñigo Guardamino, su autor y director, antes de dicho proceso, que «“Metálica” será una comedia simpática, la historia de una familia que integra a esos seres moldeables, ni de carne ni de hueso (los robots), en sus vidas, una obra sobre la agonía festiva de la empatía y la intimidad y el riesgo de que acabemos siendo como esos mismos robots suministradores de compañía y orgasmos».

«Metálica» es una comedia, aunque no me atrevería a decir que es simpática. Hay otros muchos adjetivos que la definen mejor: irónica, apocalíptica, vitriólica, descarnada, cáustica, punzante, corrosiva, desvergonzada, provocativa... Y, desde luego, muy divertida, desternillante incluso por momentos.

Guardamino imagina un futuro -no demasiado distanciado de nuestro presente- en el que los robots «fieramente humanos» se han convertido en compañía habitual de hombres y mujeres y ejercen como objetos sexuales, acompañantes, asistentes, incluso hijos o nietos. «Metálica» se transforma en una parábola que apunta directamente al hombre actual: a sus soledades, a sus desapegos, a sus perversiones, a sus carencias afectivas, a su aislamiento, su egoísmo, sus necesidades, sus contradicciones... Sexo y familia son la columna vertebral en la que se van enredando las historias cruzadas que conforman un todo; que muestran personajes frágiles, absurdos, gélidos... a los que, en algún momento, se les escapa una lágrima, real o emocional. Guardamino ha escrito quizás el mejor de sus textos -con el lunar de algún momento demasiado largo-, coronado con un comprometido y aplastante monólogo final que dice con valentía una espléndida (no solo en ese momento, sino también en su admirable composición del robot sexual) Marta Guerras. El reparto es otra de las bazas fundamentales de este montaje. Componen un elenco afinado, caminando en la misma dirección y usando el mismo tono, y su magnífico trabajo se puede personificar en la hilarante composición que logra Esther Islas.

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