La odisea del réquiem

Pascal Victor / Artcompress

Alberto González Lapuente

El Festival d’Aix-en-Provence inicia una nueva etapa bajo la dirección del director teatral Pierre Audi quien ha explicado que su proyecto confirmará la herencia de quienes le han precedido. La tradición habla de un festival atento al descubrimiento y pendiente de la actualidad. La presencia de intérpretes y particularmente de cantantes, muchos de ellos en el comienzo de su carrera, fue una seña de identidad que se fortaleció tiempo después con la intención de dotar a los espectáculos de un argumentario capaz de colocar las obras en una perspectiva contemporánea persuadiendo, indagando e inquiriendo sobre temas vigentes o preocupaciones universales. El anterior director Bernard Foccroulle supo asociar ese ideario a un diálogo sobre la problemática mediterránea . La Provenza, y en particular su capital Marsella, sufrió en el último cuarto del siglo XX las consecuencias de una conflictividad social prolongada por los flujos migratorios, históricamente frecuentes en este región mediterránea. Han sido muchos los espectáculos que han tratado, con mejor o más dudosa fortuna, de dar sentido a esta circunstancia.

Asumiendo ese patrimonio, el actual director Pierre Audi se presenta dispuesto a reafirmar que la ópera, o buena parte de ella, puede ser portavoz de muchos de los actuales desafíos culturales, «penetrando en el siglo XXI sin concesiones ni falsas modernidades», ha escrito en la presentación del festival. Un ejemplo muy notable es la actual escenificación del «Requiem» de Mozart a partir de la versión musical dirigida por Raphaël Pichon sobre la propuesta escénica de Romeo Castellucci . La nueva producción estrenada en Aix implica también a los festivales de Adelaida y Basel , aunque es muy probable que sean otros muchos los que quieran difundirla. A cualquiera llamaría la atención el inquebrantable silencio de los espectadores del Théâtre L’Archevéché, la sucesión de momentos profundamente perturbadores, y la continuidad de símbolos, en muchos casos de naturaleza abstracta, pero automáticamente inquietantes, la belleza de una conformación estética impecablemente realizada, imaginativa, rica y continua, ademas de la sensación final de esperanza frente a un mundo entrópicamente creciente.

Castellucci es un director de imaginación portentosa, capaz de desconcertar al espectador que aspire a conformarse con la verosimilitud de los gestos. Porque en muchas ocasiones estos se presentan en un proceso de sobrexplotación que puede parecer pretencioso y sobreactuado. Pero importa observar cómo en el devenir de su carrera, Castellucci se ha procesado hacia una síntesis radical, inmediata e inquietantemente productiva . Todavía en este «Requiem» hay momentos que obligan a una reflexión posterior o que, incluso, son difíciles de traducir (quizá no hace falta y basta con su mera contemplación como objetos inertes), pero todos ellos dejan el recuerdo de lo perdido, del tránsito hacia un mañana apocalíptico por acción del hombre.

Festival d'Aix-en-Provence 2019 Pascal Victor / Artcompress

La primera escena es contundente. En el escenario, remarcado por una linea de luz blanca que limita el escenario, tan solo hay una cama con su mesilla de noche. Sobre ella se acostará una mujer adulta que acaba de apagar el televisor. Tumbada boca arriba, resignada ante algo que parece inevitable, la silueta del cuerpo dibujada sobre la colcha se confunde entre el ser dormido o definitivamente muerto. Poco a poco la cama absorbe el cuerpo que desaparece completamente. Suena, desde el interno, el gradual gregoriano del oficio de tinieblas «Christus factus est» . La atmósfera es sobrecogedora. A su conclusión, el coro masónico «Meistermusik» de Mozart ambienta un escenario que se cubre de negro.

A partir de ahí, la sucesión de escenas apabulla aunque varios guiños se perpetúen . La danza es uno muy importante. El coro y los figurantes bailan en círculo en muchas ocasiones, se visten otras tantas con trajes propios del mediterráneo oriental. Es posible entender el rito de una comunidad capaz de enaltecer las fuerzas sobrenaturales sin perder su condición mortal: una consagración de la primavera. Hay en ello un proceso de conciencia, de responsabilidad. Como lo hay de inconsciencia en la escena en la que un niño entra dando patadas a una calavera, sin duda ajeno a lo que hace. Colocado en el centro del escenario va a vocalizar un ejercicio de solfeo mozartiano. La actuación de Chandi Lazreq sitúa la obra en una posición límite. La fragilidad de la voz, la debilidad implícita del intérprete coloca este fragmento, que suena en mitad de la secuencia del Requiem, en un punto de inflexión entre la muerte y la sublimación de la vida.

Festival d'Aix-en-Provence 2019 Pascal Victor / Artcompress

El espectáculo tiene una complejidad técnica importante , aunque su apariencia sea sencilla. Musicalmente alterna el requiem mozartiano con otras obras sacras y profanas del propio Mozart . También incluye fragmentos gregorianos. El trabajo de Pichon es una base imprescindible gracias a la coherencia de las músicas que se escuchan y porque su discurso viene confirmado por un premeditado engarce tonal. A partir de ahí, la interpretación se superpone como una capa más. Gracias a ella el espectáculo se niega a ser la apología de un drama, entendido desde la perspectiva de la angustia, de lo apremiante o de lo acuciante. La interpretación musical señala el propósito reflexivo de lo que se ve. Lo determina la sensibilidad sonora del grupo instrumental Pygmalion , el refinamiento tímbrico del coro, el acento del texto siempre apoyado y nunca violento, en la orquesta y las voces que, gracias a la propia dirección de Raphaël Pichon, a su gesto amplio, apenas subdividido, suena con un punto de resignación, pausado, con regusto francés entendiendo por tal el de un acabado elegante, distinguido, atento, ajeno a la violencia o al énfasis extravertido, a la dramatización ampulosa.

Canta un cuarteto que busca la unidad frente al protagonismo de cada cual: Siobhan Stagg, Martin Mitterrutzner, Luca Tittoto, quien fuera artista de la academia del festival… Aunque hay partes reveladoras y, entre ellas, la intervención solista de Sara Mingardo en el «O Gottes Lamm» de los «Kirschenlieder» , la voz pastosa, rotunda, con un vibrado muy expresivo y una actitud solemne. A partir de ahí, son decisivos los cuerpos desnudos del coro y un revelador texto proyectado en el fondo del escenario. Durante toda la representación se han leído referencias a saurios, glaciares, ríos, pueblos, idiomas extinguidos, catástrofes, religiones… El guiño al descendimiento mientras suena el motete «Quis te comprehendat» y las paredes se pintan de colores. Definitivamente, la fecha: el «10 de julio de 2019». Los cuerpos se levantan en la «Comunión», salen del escenario lentamente cubiertos con harapos. Podrían ser migrantes sin destino.

Festival d'Aix-en-Provence 2019 Pascal Victor / Artcompress

De nuevo surge lo contemporáneo, en la escena y en la música, pues cualquier deducción que hoy se haga del repertorio histórico ha de tener en cuenta la hibridación de los géneros, la transversalidad de los significados. El sentido de obra inacabada e interrogante que tiene el «Requiem» facilita esta posibilidad, pero también el hecho de que encierre en su interior un principio de eternidad significante que cada generación es capaz de comprender según sus propios parámetros. Musicalmente es obvio y aquí se demuestra. Pero también teatralmente gracias a la capacidad semántica de una música que permite a Castellucci explicar con coherencia el destino de un mundo cada vez más disipado que se acerca a su propia muerte en una extinción artificial. Hay una escena evidente con un coche destrozado que atropella uno tras otro a los miembros del coro que luego van depositándose cual cadáveres en el escenario lleno de tierra.

Aún así, lo importante es que el final es optimista. Todo concluye mientras se escucha el himno gregoriano «In paradisum» cantado a capela por el niño Chadi Lazreq antes de que el coro se superponga polifónicamente. La inocencia se impone. Tras el joven cantante, un bebé juega en el centro del escenario anunciando la posibilidad de un renacimiento. El suelo ya se ha levantado lentamente y la tierra que lo conformaba se ha deslizado sobre él, convirtiéndolo en un fondo abstracto, chorreante, volcánico. ¿Origen, fin? La cuestión del tiempo y de la finitud a la que propenden algunas acciones está muy presente en este espectáculo. A la postre, porque todo pende de un fino hilo. Lo señala la antífona gregoriana: «Media vita in morte sumus» .

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